Hola Felipe, ayer vi tu entrevista en “El Informante” y también escuché con atención la que te hicieron desde Ruanda, África, el año pasado. Sería difícil resumirlas para quienes no pudieron escucharlas, pero en términos generales podría decirse que diste tu punto de vista sobre la segregación social de nuestro país, cómo esa realidad se ve impulsada aún más desde nuestro sistema educacional y el rol algo divergente de la Iglesia Católica.
También, entre otras cosas, apoyaste el matrimonio homosexual y diste tu definición de ser culto: alguien que vibra con lo humano (con la empatía, solidaridad y aprendiendo de otras realidades para así convivir respetando las diferencias) y no quien tiene más plata, más pos-grados o quien se sabe los nombres de las pirámides (entiéndase la metáfora).
Felipe, te quiero contar que no soy católico; no creo en el modelo dogmático con el que la Iglesia busca someter a sus seguidores presentándose como “la única salvación” generando miedo. Tampoco comparto sus intentos, a través del mismo método, de mantener la influencia en una sociedad que cada día está más aburrida y cansada de que “otros pienses por ellos”.
No logro comprender que una institución tenga entre sus votos monásticos la pobreza, dicte cátedras sobre solidaridad, pero al mismo tiempo lucre con la fe de sus adeptos y discrimine imponiendo obstáculos económicos en el proceso de ingreso en algunos de sus colegios. No entiendo que se usen términos como “empatía” o “amor al prójimo” y al mismo tiempo rechacen el pluralismoo la diversidad sexual.
Me siento identificado con valores donde predominan más aspectos liberales que conservadores. Conozco seres admirables con distinta orientación sexual. Mis padres no podrían comulgar si fuesen a misa.
Soy muy básico para entender el concepto del pecado original y no comparto un centenar de estamentos que plantea la Iglesia. Aun así siempre estoy buscando lo que a mi parecer es trascendental en la vida, ser y hacer feliz sin dañar a otros.
Eso sí, desde mi situación, viendo desde afuera, sin cargar la cadenita y cruz, es más fácil ser crítico o reacio a una entidad que considero inconsecuente y retrógrada en una sociedad que avanza mientras ella se estanca en sus dogmas.En cambio lo tuyo… lo tuyo es más complejo, es un llamado genuino a replantearse situaciones empezando desde adentro; a cuestionar aspectos establecidos a sabiendas que para algunos poderes fácticos son sagrados e incuestionables.
Felipe, sabes que estás remando contra la corriente y que tus palabras no van a pasar desapercibidas.Tus palabras no apuntan a nadie pero sabes que a muchos les llega. Probablemente no quieres dividir una institución y sólo quieras compartir tu punto de vista en pos de una sociedad mejor, pero tus palabras no son precisamente un elixir para la Iglesia jerárquica, esa de los secretismos y verdades a medias que tú mencionas. Esa de “obispos que no rompen huevos”. No deben caer bien tus palabras en esos grupos herméticos-político-religiosos-ultra-conservadores que, teniendo sus valores tan claros, curiosamente son capaces de tapar y proteger los casos más oscuros de abusos de poder.
Quizás tus entrevistas no son del agrado de un homofóbico Cardenal Medina ni de un intolerante Raúl Hasbún. Pero mientras todos ellos suman canas con tu discurso, probablemente en algún pueblito o parroquia, un cura-pastor de real vocación, esté celebrando tus argumentos; esos mismos argumentos que lo hicieron tomar ese, tan cuestionado por estos días, camino de servicio espiritual.
Después de escucharte detenidamente, y como un ciudadano más, admiro la valentía, calidez y la convicción con la que expresaste tus ideas. A pesar de que mis creencias religiosas no han cambiado en absoluto, hasta hace unos días pensaba “a Felipe Berríos la Iglesia le quedó chica”, acotándolo a esa entidad jerárquica, piramidal… pero quizás sería injusto reducirlo a esa frase cuando quizás hay muchos como tú que quieren recuperar su transversalidad pero que han sido silenciados o por temor u otras razones no han podido manifestarse como tú lo hiciste.Las repercusiones de tus palabras demuestran que “el pueblo” se alegra profundamente que la Iglesia, entidad aún tan influyente en nuestra sociedad, tenga a servidores con tu valentía y sensibilidad.
Felipe, perdona por las generalidades y lugares comunes, pero me voy a permitir nuevamente caer en ello; lo que transmitiste fue tan valorado por los católicos que piden una renovación de la Iglesia como por quienes no nos sentimos cercanos a ella; no fue una discurso para sumar adherentes, tampoco una predica de convencimiento; tus palabras abrieron un debate necesario que se debe recoger sin importar la creencia religiosa, tinte político, orientación sexual, o grupo socioeconómico.
Fue una invitación sincera desde lo más profundamente humano, con argumentos concretos, a cambiar la mentalidad hacia un desarrollo espiritual por sobre el material y a través de la empatía, solidaridad e inclusión, finalmente llegar a ser una sociedad más sana y feliz.