Al día de hoy podemos señalar con toda certeza que la intervención que realizó Estados Unidos en Irak en marzo de 2003 fue un absoluto fracaso. Más allá de su carácter dictatorial, el entonces presidente Saddam Hussein había logrado preservar la unidad del país.
El ingreso de tropas estadounidenses no pudo evitar las luchas entre las dos grandes ramas del islam, chiitas y sunnitas.Tampoco pudo resolver la situación de los kurdos en el norte de Irak, quienes reivindican una mayor autonomía como primer paso para constituir un Estado independiente en el Kurdistán, región repartida entre Irak, Irán, Siria y Turquía.
En diciembre de 2011, esto es después de nueve años de guerra, las fuerzas militares estadounidenses se retiraron de Irak, en lo que probablemente constituyó el retiro de tropas más grande realizado por Estados Unidos desde la guerra de Vietnam.
En el marco de las guerras sectarias en Irak surgió hacia el 2004 un grupo sunnita radical, derivado de Al Qaeda y conocido como Al Qaeda de Irak, el que dos años después pasó a denominarse Estado Islámico de Irak, y luego Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), el que ha tenido un avance importante en Irak desde junio de este año capturando Mosul, la segunda ciudad en importancia del país, y avanzando hacia Bagdad.
El islamismo sunnita radical ha tenido también una activa participación en la guerra civil siria, a través del Frente Al-Nusra.Combatiendo al régimen del presidente Assad, que pertenece a una minoría chiita, los alawitas, el Frente ha tomado control de la ciudad de Rakka, ubicada en el norte del país.
El avance islamista tiene profundas consecuencias para todo el escenario del Medio Oriente, que dicen relación con al menos tres temas principales: la fragmentación del movimiento jihadista, la influencia de Irán y Arabia Saudita, el rol de Estados Unidos.
En primer lugar, hasta la muerte de Osama Bin Laden en 2011 observábamos a un movimiento islamista jihadista, unido en torno a la figura de este liderazgo, y de Al Qaeda.
Con la conducción de Aymán al Zawahirí, la organización terrorista se ha debilitado, y este islamismo se ha descentralizado dando lugar a varios movimientos autónomos, como Al-Nusra en Siria, y EIIL en Irak, entre otros.Un movimiento jihadista descentralizado puede representar una amenaza mayor que Al Qaeda, en la medida que no obedece a un solo líder, sino a varios dirigentes, cada uno de ellos con objetivos y tácticas diferentes para alcanzar la meta global, esto es la guerra santa destinada a convertir a los “infieles” y construir una gran comunidad musulmana regida por ley religiosa.
En segundo lugar, profundiza un enfrentamiento entre las dos ramas del islam, detrás del cual están dos importantes potencias regionales: Arabia Saudita e Irán. El gobierno iraquí, encabezado por el primer ministro, Nouri a-Maliki, un chiita del Partido Dawa, ha acusado a Ryad de apoyar a los insurgentes de EIIL.
Por su parte, Irán ha señalado que protegerá los territorios sagrados del islam chiita en Irak en caso que estos se vean amenazados, mostrando su disposición a intervenir en territorio iraquí. Recordemos que el ayatolla Ali Kamini, jefe religioso supremo de Irán, es el líder espiritual de todos los chiitas, los que en Irak son alrededor del 60%. Otros enfrentamientos entre chiitas y sunnitas se registran también en Líbano, Bahrein y Yemen.
En tercer lugar, coloca en un fuerte dilema al presidente Obama, quien se había manifestado a favor del retiro de sus fuerzas militares de Irak, lo que hizo en 2009 como se señala más arriba. El avance islamista en un país que tiene importantes yacimientos de petróleo, y el riesgo que esta situación pueda extenderse a otros Estados del Medio Oriente, desafía la posición inicial de Obama.
Mientras los insurgentes del EIIL se acercan a Bagdad, se hace más factible la intervención de Estados Unidos. Y una consecuencia inesperada de este fenómeno es que Washington y Teherán han acercado posiciones porque se encuentran con enfoques comunes para hacer frente al islamismo jihadista en Irak.
En definitiva, la situación de Irak puede tener importantes repercusiones para toda la región, con la capacidad potencial de llevar a un enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita; un auge de sentimientos antioccidentales derivado de una nueva intervención de Estados Unidos; la profundización de la guerra civil en Siria con una mayor fuerza del islamismo radical; y, quizás lo más significativo, la consolidación de un movimiento jihadista descentralizado, que represente una amenaza mayor que la de un movimiento antes unificado en torno a Al Qaeda y Bin Laden.
Tres años después de la primavera árabe, pareciera que estamos en presencia de un Medio Oriente más inseguro, más caótico y más fragmentado que el que se presagiaba con las manifestaciones que acabaron con importantes líderes y dictadores históricos, como Mubarak en Egipto y Kadafi en Libia.
En lugar de regímenes democráticos, hemos visto golpes de Estado (Egipto), guerras civiles (Líbano y Siria), avances islamistas (Irak) y muchos otros enfrentamientos que a largo plazo pueden llevar a la conformación de un nuevo Medio Oriente, con nuevos Estados, nuevos movimientos y nuevos desafíos.
Nota del autor. No se debe confundir el Islam, que es una religión, una cultura, una civilización que ha hecho una contribución sustancial a la humanidad, con el islamismo, que es un fenómeno que surge al interior del Islam, busca unir la religión con la política y tiene diversas manifestaciones, unas más moderadas y otras más radicales.