Marcos Cuadra sintió, casi con certeza, que nada es suficiente para lograr atención, respuesta, ni comprensión; menos para buscar solución justa. Por eso, en medio de la desesperanza, pero también con mucha rabia hizo lo que hizo. Rociar su cuerpo con un combustible y prenderse fuego.
Hace algunas mañanas, a las 6:35 horas, debí permanecer en la esquina de Américo Vespucio con Santa Rosa por 25 minutos mientras abrían las puertas del lugar donde trabajo. Lo suficiente como para ver a mujeres, hombres y jóvenes estudiantes luchar como si fuera por su vida para subir a un Transantiago y llegar a su trabajo o centro de estudios, para seguir luchando, ya no para trepar a un bus, sino para seguir subsistiendo y por el único amparo que encuentra la gente pobre y las miles de personas de clase media que existen en el país: la familia, nuestra única y querida familia.
El drama de Marcos Cuadra, la dura realidad de la mayoría de chilenos y chilenos, muestra que algo pasa en el país y que eso no es entendido por quienes tienen el poder.
Chile, nosotros, no somos estadísticas; no recibimos 20.000 dólares per cápita, pero sí trabajamos para que algunos los reciban y disfruten de ellos, para que ese selecto club sí sepa lo que es vivir, no sobrevivir.
Ellos conocen de cultura, gozan de conocimientos y si no los tienen los compran; comen bien, no pasan frío, no se preocupan de canaletas ni alcantarillas tapadas; compran ropa que a veces ni siquiera usan porque antes pasó de moda; viajan, tienen tiempo para mirar el horizonte y sentir satisfacción.
¿Son mejores que nosotros? ¿Saben más? ¿Se lo merecen? Algunos, sólo algunos. La mayoría disfrutan de esa vida gracias al trabajo, sudor y sufrimientos que millones entregamos cada día.
Me dirán resentida y digo, sí, resentida. Resentida, porque siento y entiendo esa rabia que muestran los rostros de jóvenes que no respetan nada. Para ellos el dueño de un quiosco es parte de un sistema que oprime; para ellos yo y usted, lector, somos privilegiados de un sistema excluyente.
Entiendo y veo el cansancio de esas mujeres y hombres que en tropel pelean un lugar en el Transantiago o en el Metro; que cierran sus ojos al anciano, a la embarazada o al lisiado, para no dar el asiento.
El país emergente, de la OCDE, este país que construimos se basa en la injusticia, en la exclusión, en el abuso sin nombre que sufrió Marcos Cuadra. Algo pasa y no queremos ver.
Cuando esa rabia estalle ¿Quién se hará cargo? ¿Serán suficientes las policías?
¿Volverán los poderosos a llamar a los cuarteles? ¿De verdad el ser humano es el único ser que tropieza de nuevo con las mismas piedras?
Marcos Cuadra, ojalá tu sacrificio, dolor, impotencia, rabia no sigan golpeando a los que cada mañana, cada duro día, salimos de nuestros hogares para tratar de dar a los seres que amamos una vida algo más digna.