Los partidos de derecha han cambiado de directivas.Hay nuevas jefaturas. La derrota presidencial del 2013 aceleró ese proceso.
Sin embargo, en la UDI se reafirmó en la conducción política un núcleo duro, resueltamente contestatario al proceso de reformas que respaldara el país, precisamente en las elecciones presidenciales en que su alternativa fuera claramente minoritaria.
Hay que esperar lo que ocurra en RN. Ese partido no ha logrado traspasar la primacía de la UDI, la que arranca de una creencia ideológica ciega en las fuerzas del mercado como proyectó de sociedad. Tal posición no ha tenido respuesta coherente desde RN, lo que finalmente aunque le irrita, le ha significado ir a la zaga de sus aliados.
Para las reformas institucionales y sociales que enfrenten la desigualdad no es indiferente lo que ocurra en las relaciones políticas que se configuren al interior de ese conglomerado.
Por su parte, en las filas del bloque de la Nueva Mayoría, también está en curso el inevitable proceso de adaptación al cambio de circunstancias, de modo especial, al cumplimiento de las responsabilidades de gobernar.
Este es la clave de la nueva situación. Realizar las reformas o, al menos, abrir paso a su concreción y, junto a ello, gobernar el país en su integridad.
El bloque de la Nueva Mayoría ha recibido un mandato de reformas que, según señala, su Programa de gobierno: “encara decididamente las desigualdades que persisten en el país”.
Luego de casi tres meses de instalados en el gobierno, se perciben dos miradas globales entre sus componentes, que atraviesan las formalidades partidistas existentes.
Una de ellas comprende el proceso de reformas como parte integrante del proyecto democratizador que impulsamos y llevamos adelante hace 25 años, desde el triunfo del NO en adelante. Esta ha sido la estrategia y la tarea de gobierno que entregó a los demócratas chilenos la confianza de una mayoría ciudadana que llevó a reinstalar las bases compartidas de un régimen democrático y avanzar en crecientes grados de libertades políticas, derechos ciudadanos e inclusión económica y social. Como señala textualmente el programa presidencial, este criterio es el de “transformaciones con gobernabilidad”.
Naturalmente, no es la única mirada. Existe una actitud más que una estrategia coherente, de querer desentenderse de las obligaciones que conlleva la responsabilidad de gobernar, una idea engañosa que se pueden desligar las reformas de lo que ocurra con la marcha de la economía y el desarrollo integral del país.
Esa idea es un error. Las reformas necesitan que a Chile le vaya bien, que no se detenga, que las reformas lo impulsen y no lo paralicen. Cuando el país se detiene crece la derecha más dura.
Más allá de la mayor o menor exactitud de las palabras, el vocablo de la “retroexcavadora” grafica muy bien una de estas miradas, pensar que se debe erradicar desde sus cimientos el viejo edificio para levantar los nuevos pilares, de un supuesto modelo “puro” y descontaminado de lo que serían ataduras vergonzosas de los que en el pasado no habrían hecho las cosas como se debían hacer, cosa que ahora sí se impondrá desde las calles o “por la ciudadanía”, sin precisar de qué se está hablando.
Es una construcción fuera de la realidad, de cómo efectivamente ocurrieron los hechos.Esta línea de acción quiere reemplazar la política por la presión semántica.Se olvida o se desprecia, que el implacable modelo de concentración de la riqueza impuesto por la dictadura comenzó a ser reformado, luego de ser derrotado por el único camino que era posible: recuperando la democracia. Es decir, desde la acción política e institucional.
Desde entonces a la fecha, con las limitaciones que se conocen, entre ellas, casi permanente minoría parlamentaria, cuatro gobiernos democráticos sucesivos, desplegaron una labor de tal extensión y profundidad que fue posible consolidar el régimen democrático e instalar en la Agenda pública la necesidad de encarar aquellas reformas estructurales que reduzcan la desigualdad.
Por ello, el ya citado Programa Presidencial subraya en su página once: “las soluciones que propone este Programa requiere que los cambios los hagamos con responsabilidad y cuidando la gobernabilidad del crecimiento”.
La tentación maximalista olvida que en Chile no sólo existen los que quieren transformaciones; también son influyentes quienes no las quieren, que suman agua a su molino por abusos en la retórica, que deja de ser argumentativa y menoscaba u ofende, triste e inconvenientemente. El Programa dice “incluir para crecer”.
En tal sentido, considero un grave error una disputa con la Iglesia Católica; no sólo por su aporte a la lucha por los Derechos Humanos bajo la dictadura, sino porque además representa una fuerza amiga en la batalla contra la desigualdad, que es la tarea esencial.
Las luchas que nos han abierto las puertas a un nuevo gobierno son el mérito de incontables generaciones, que no trepidaron en entregar a los mejores de entre los suyos, para avanzar hacia el gran anhelo de un país mejor; nadie puede sentirse superior en ese tenso esfuerzo, menos considerarse como mérito ser recién llegado a esta causa nacional que nos convoca. No se puede hacer legítima la descalificación personal del que piensa distinto.Así actuaba la dictadura y los que querían perpetuarla.
Insisto, las reformas contra la desigualdad requieren el mayor arco de fuerzas posible, de modo que no es el camino ni la rigidez ni el autoaislamiento, actitud propia de los que se sienten fortalecidos mientras menos son y más reducidos se encuentren. El desafío de las reformas contra la desigualdad es el que verdaderamente importa.