¿Acaso nuestro país se encuentra viviendo una crisis terminal, estamos ad portas de algún conflicto bélico; basta pensar distinto para convertir al otro u otra en enemigo; es la política una actividad por sobre otras que se guarda el derecho de burlarse de las personas; hemos probado cómo país que sólo las canas y la fronda pueden gobernar; tenemos sancionado culturalmente que l@smoren@s y de pelo tieso no pueden acceder a los círculos de poder?
Esas preguntas y mil más afloran en las mentes de muchos chilenos y chilenas que hemos visto cómo en el último tiempo se asentó una odiosidad y exclusión sin límites.
A tanto llega y contamina que, al menos en mi caso, debo hacer el ejercicio de tratar de no entrar en esos círculos y, debo confesar, cuesta.
Cuesta no entrar en la lógica de responder “altiro” lo que salga y cómo salga.Lo último fue el dime y direte entre el arquero de la U y el empresario colocolino Mossa; la actuación del diputado Andrade; la conferencia de prensa de la UDI refiriéndose de forma patética a la forma en que la reforma tributaria afecta a la “clase media”. Uff, ¡al fin se acuerdan de nosotr@s!
Pero antes fue lo “livianito” del gabinete de la Presidenta; la inexperiencia de Peñailillo; el acomodo de musculatura de Boric y su alergia a la corbata, la decisión de Vallejo de no levantarse a rendir homenaje a Jaime Guzmán, los panfletos de la UDI pretendiendo asustar y sembrar pánico por la reforma tributaria, en fin.
Y para colmo, la madre tierra, inquieta por estos hijos que no saben reconocerse como tales no deja de reaccionar molesta, con fuerza, castigando a nuestros hermanos del norte.
Por eso no puedo dejar de preguntarme ¿qué onda? ¿qué pasa? ¿Acaso no hemos aprendido a través de nuestra corta historia que cuándo no hemos sido capaces de ser colaborativos, hemos terminado en mares de llanto y, en ocasiones de sangre y dolor?
Parece que ese viejo dicho de que el ser humano es el único capaz de tropezar con la misma piedra es dramáticamente cierto. Injusto sería decir que esto es sólo de ahora, viene incubándose de hace años.
Ejemplos hay muchos, pero me remitiré a uno que los medios de comunicación irresponsables abonan: los comentarios publicados en los diarios o medios digitales.
Insultos, procacidades, errores y horrores conceptuales y ortográficos son realmente escandalosos. Sorprende, por ejemplo, cómo medios escritos “tradicionales”, que exponen públicamente a quienes se salen de los marcos tradicionales en las ideas, en el vestuario, en las actitudes, que no pongan ningún filtro a todos los insultos que publican.
Y, si en el mundo de las personas comunes y corriente como nosotros esto se da con fuerza, para qué hablar del mundo dirigencial y político. Las descalificaciones, los insultos, los atropellos a la dignidad pampean diariamente.
Hay beligerancia en el ambiente, hay poca paciencia, hay mala clase, ordinariez. ¿Es necesario que los políticos se tengan que contestar por los medios cualquier tontera que se digan?
¿Es necesario interpretar y reinterpretar los dichos, para que finalmente palabras saquen palabras? ¿Qué onda? ¿De verdad la apuesta es que fracase el gobierno?
¿De verdad importa más que las fortunas no sigan creciendo exponencialmente en detrimento del mundo del trabajo y de los sueños de los niños y jóvenes?
¿Acaso creen que podrían levantarse fortunas del tamaño que existen en Chile si no fuera por los ilotas que cada mañana nos levantamos, nos subimos al Metro o al Transantiago y paseamos de ida y de vuelta nuestros dolores, nuestras angustias, nuestras rabias, nuestras pequeñas esperanzas y sueños, nuestros dolores?
¿De verdad? ¿Qué onda?