Hace unos meses observé en la televisión el triste espectáculo de un reportero persiguiendo a un sujeto que había sido recién condenado en el Centro de Justicia capitalino por el delito de manejo en estado de ebriedad causando muerte.
El periodista le recriminaba al condenado – que debía cumplir su pena en libertad – si estaba “orgulloso de lo que había hecho”; por cierto, el sujeto increpado por el profesional solo atinaba a huir de las cámaras. Ese mismo día y a esa misma hora centenares de sentencias se dictaban en tribunales a lo largo del país por delitos similares o tan graves y con los condenados puestos en libertad.
¿Debe un individuo servir de ejemplo? ¿Es una facultad ética de la sociedad o del Estado tomar a una persona y exhibirla para pacificar o atemorizar al resto de los habitantes de la República?
En el caso de Wladimir Sepúlveda se hace algo similar, pero el punto acá es peor, según la Ley “nadie es considerado culpable en tanto no fuere condenado por una sentencia firme” y – sin embargo – hay discursos encendidos y agitadas muestras de solidaridad y de repudio a los responsables. Nuevamente vemos el espectáculo de la persecución a un individuo con el fin de propinarle un castigo político ejemplar.
Evidentemente, nadie puede menos que sentir amargura por el final de Wladimir, la muerte de un ser humano es un hecho triste y la de un joven o un niño es trágico.
Pero en base al mismo respeto por la joven víctima deberían las autoridades considerar que se le hace un flaco favor a su causa ventilando falsedades o verdades a medias, ya que los hechos que rodearon su agresión y hospitalización están ya meridianamente claros en la carpeta de investigación.
Antes de atacar al fiscal, al Juez de Graneros o al imputado sería del todo conveniente que los medios y las autoridades que deseen opinar se alleguen a la Fiscalía, a la Defensoría o ante alguno de los querellantes y pidan ver una copia de la carpeta de investigación.
Allí hay decenas de testimonios, pericias e informes policiales que exhiben una verdad absolutamente discrepante con las declaraciones políticas.Especialmente porque no existe ningún antecedente de que hubiese existido en el desarrollo de los hechos un ataque de connotaciones homofóbicas.
En definitiva, esta causa no permite la beatificación de ninguno de los involucrados y mucho menos su demonización, es simple y llanamente una tragedia.