Impresiona el poderoso relato bíblico de Noé.Quién escribe, ajeno a la lectura de una de las joyas literarias de occidente, en la sala de cine ha sido sorprendido por un drama mítico/histórico de sobrevivencia de la especie humana, por una compleja historia familiar y por un arca clave para la continuidad de los seres vivos.
El director estadounidense de origen hebreo Darren Aronofsky (1969), ha recreado esa potente narrativa a través de impactantes y hermosas imágenes.
Con todo, el talento de Aronofsky ha ido mucho más allá. El film sobre el arca de Noé es perturbador como metáfora sobre nuestro presente como Historia. Una deriva de hombres soberbios que han violentado a la creación (la vida y la Tierra), una sociedad industrial (signada por el “ganarás el pan con el sudor de tu frente”), humanos devoradores entre sí y a su entorno, que han dejado una tierra baldía.
Noé entonces, conectado a un vivir en el respeto a lo creado, hijo de una saga de hombres nobles y sencillos, asume el reto de acoger la biodiversidad para su continuidad tras el inminente castigo divino, el diluvio.
Es un film oportuno, históricamente coyuntural. Es transparente la metáfora. Los excesos de un modo de vida destructivo, cuyo eco es la herencia de una tierra seca.
El “diluvio” que hoy aparece como cambio climático, desaparición dramática de especies y crisis del agua, entre otras amenazas a nuestro insustentable modo de vida industrial, basado en el productivismo, el lucro y el consumismo depredador y estas no son palabras de quién escribe, sino que son las lapidarias conclusiones de los últimos dos informes, el 2013 y 2014, del panel de científicos de las Naciones Unidas.
Desasosiego siente el espectador ante la poderosa narrativa y ante la vitalidad de la metáfora. Es enorme la voluntad de Noé (un magnífico Rusell Crowe en un rol actoral que solo a él cabía).
Es alentadora su voluntad y tensión, que es simplemente el desafío de la libertad, el libre albedrío.
Es sugerente la bondad y maldad implicadas en la razón y el corazón del ser humano.
Es desoladora la deriva de Noé con sus alter egos, que son su sombra íntima y la sombra de afuera que es el rey de los hombres de la saga de Caín.
La serenidad anima al espectador ante el amor como sustrato. Esa emoción ineludible y a la vez un desafío a construir. Resuenan las palabras del hijo pródigo de Noé, Cam, que en un diálogo pos diluvio le dice a su hermana: “ojalá en este nuevo mundo, en otro comienzo, aprendamos a ser más amables entre nosotros”.
La familia de Noé es un compendio de la familia humana. Ante su eventual autodestrucción, ella es puesta en tensión emocional. En esta tecla es intenso el rol de la bella Jennifer Connelly, la esposa de Noé.
Es sabio, cálido y juguetón el rol del inagotable Anthony Hopkins como Matusalén, el abuelo de Noé. Es frágil y a la vez sólido el tono de Emma Watson, la hija adoptada de la familia. Y Logan Lerman evoca con talante la fragilidad y ambigüedad emocional del hijo pródigo.
La Watson y Lerman aquí confirman que ya no son solo dos bellos rostros adolescentes, sino actores de singular prestancia.
Luego de este enorme y oportuno film, resulta inevitable preguntarse donde están hoy los Noé, cuáles son las arcas de la mitigación y adaptación en la actual eco-crisis.
Tal vez, los hombres y mujeres de la estirpe de Noé son quienes hoy, en redes inasibles y complejas, a nivel planetario y local, intentan construir un nuevo modo de vida sustentable en lo socio-ambiental y emocional, a la vez que se oponen con acciones a continuar con la destrucción entre nosotros y del entorno.
Tal vez, las arcas son las nuevas experiencias de vida sustentables. Por ejemplo, los huertos urbanos, las eco-comunas de jóvenes que quieren empezar a vivir de otra manera, las empresas B, este mismo tipo de arte y de cine, las nuevas energías amigables con el entorno, el eco-diseño industrial y arquitectónico, una relación no destructiva entre cultura y biosfera, y así tantas nuevas experiencias inspiradas por la sustentabilidad.
Noé, lo dice en el film, el desafío es solo auto-generar productivamente aquello que necesitamos para un buen vivir, sin excesos.
Como lo ha escrito el genio de Morris Berman en sus últimas obras sobre el crepúsculo del modo de vida americano (occidental), tal vez las nuevas arcas, igual que ayer pos caída del Imperio Romano, podrían llegar a ser neo “monasterios” de formas aún inciertas -algunas son las mencionadas en el párrafo precedente y otras serán las que vendrán.
Neo “monasterios” donde hombres y mujeres intentarán conservar la biodiversidad, la socio-diversidad y la mayor cantidad de saberes para alentar un nuevo comienzo, aquí en nuestro único hogar.