Tal vez recuerden a Francis Fukujama y su teoría del “fin de la historia”, formulada luego del derrumbe de la Unión Soviética, según la cual el futuro de la humanidad estaría marcado por dos grandes tendencias expansivas de signo positivo – el mercado y la democracia – augurando una era de prosperidad y paz.Siguiendo a Hegel, parecía excluir cualquier nueva ruptura que pudiera dar origen a un cambio cualitativo.
En un reciente artículo(1) el pensador norteamericano reconoce los efectos devastadores de la última crisis económica mundial, que partió el 2008 y cuyos coletazos aun no se extinguen.
Fukujama advierte que junto a los efectos positivos de la globalización, especialmente en las áreas periféricas del capitalismo, donde millones han salido de la pobreza ( China y la India) y se ha ampliado la clase media ( América Latina), ese fenómeno también ha traído consecuencias negativas, como se puede constatar en los países desarrollados donde ha aumentado la brecha entre ricos y pobres y se han restringido y debilitado los sectores medios; así lo demuestran los sondeos realizados en EE.UU., Gran Bretaña y Francia.
Junto con constatar este hecho, alerta sobre sus potenciales consecuencias negativas para la democracia: en esos países surgen brotes y movimientos populistas de corte autoritario, incluso de índole neofascista, que cuestionan los fundamentos del Estado de bienestar en sus diversas expresiones, animados de un fuerte nacionalismo y de sentimientos de xenofobia. Se corre el riesgo que la crisis deslegitime las instituciones de la democracia.
Fukujama se preocupa por los cuestionamientos a la globalización como reacción ante un esquema de desarrollo desigual, que ha permitido el abuso de las elites dirigentes, causando la crisis del 2008. La mala distribución de los frutos del crecimiento puede erosionar su fundamento.
Este problema no estaba en su horizonte mental cuando escribió el libro que lo catapultó a la fama, montado en el optimismo que vino en Occidente una vez superada la experiencia comunista clásica, en la cual no se puede incluir ni a la China ni al Vietnam de hoy.
El camino de la globalización a fines de los 80 parecía despejado de obstáculos para un crecimiento armónico de la economía y de la democracia. Pero la historia tiene sorpresas. Ya lo habían advertido varias voces críticas que entonces fueron acalladas o desautorizadas, mientras aumentaba la fama de Fukujama: era el intelectual del optimismo.Hasta que llegó el amargo despertar de la crisis golpeando a las empresas, a las personas y a los Gobiernos en todo el mundo.
Fukujama ahora plantea que hay que buscar un nuevo paradigma de integración entre la economía y la política, superando el esquema neoliberal imperante desde los años 90 con diversos grados de intensidad y aceptación por parte de los ciudadanos.
Reconoce que todavía no se ha encontrado una fórmula nueva y adecuada ni en los EE.UU. ni en Europa. Para sorpresa de muchos afirma que el crecimiento debe dejar de ser el parámetro para medir el desempeño de la economía, cediendo su lugar al empleo y la distribución.
Propone un papel mayor del Estado en la regulación de la economía, principalmente de los mercados financieros.
El Estado debería favorecer la innovación que permita un mayor empleo de mano de obra y favorezca el sector industrial con base nacional, para evitar la fuga de industrias que ocurrió en los EE.UU. durante los 90 y 2000 trasladando las empresas hacia China y otros países asiáticos, así como ciertos sectores productivos lo hicieron hacia México.
A su juicio EE.UU. debería superar el esquema neoliberal, manteniendo una economía abierta y competitiva.Una mayor regulación del sector financiero a nivel internacional podría servir para prevenir una futura crisis.
Las reflexiones recientes de Fukujama nos hablan de la debilidad de las construcciones ideológicas, cualquiera que sea su signo político, que simplifican la realidad y transforman sus planteamientos en axiomas irrefutables, que el tiempo se encarga de destruir. Así ha ocurrido, ahora, con el neoliberalismo.
Hay que cuidar siempre que las ideas que animan la política y rigen la economía sean siempre analizadas en su mérito y sometidas al examen de la realidad, analizando su viabilidad y sus efectos.
Esto es particularmente importante en Chile, pues existe entre nosotros una tendencia en escapar de los desafíos afirmando en forma dogmática postulados de orden general que muchas veces no guardan relación alguna con los problemas que debemos enfrentar ni con el grado de desarrollo del país.
Cada cual se refugia, entonces, en su trinchera y se apresta al combate blandiendo sus propios paradigmas, y no se abre al diálogo cultural y político que debe animar toda deliberación democrática.
(1)The Forerign Policy Essay: the Domestic Basis of American Power, in Lawfare Institute 9/3/2014, Brooklyn.