Hace 14 años que partió don Manuel.
Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo durante 20 años.Había sido un gran abogado y maestro de derecho constitucional. Penquista de origen, tempranamente se había iniciado en las luchas políticas.
Era un placer escucharlo hablar de esos primeros años, cuando, estudiante de un colegio de curas marchó junto a los liceanos en pro de la candidatura radical de Pedro Aguirre Cerda, allá por el 38. Con una sonrisa maliciosa nos contaba cómo, en la mitad del desfile cruzó miradas con el rector del colegio católico y, desafiante , levantó a su vista el puño en alto.
Era radical de formación y también masón, aunque respecto a este último punto solía declararse “en sueño”. En tiempos de aguas procelosas para la política chilena fue ministro de Allende, ejerciendo la cartera de justicia.
A poco andar el partido se dividió y, alineándose con el PIR , decidió dejar el gobierno, no sin antes sufrir las iracundia personal de don Salvador quien, acusándolos de haberle dado “una puñalada trapera”,dicen que salió persiguiendo a los dos ministros piristas , escaleras abajo en pos de la entrada de Morandé 80.
“Apura el paso, Manuel -contaba que le gritaba don Alberto Baltra- mira que este hombre nos quiere matar”.
Los tiempos, como sabemos, cambiaron . El Golpe de Estado pilló a don Manuel ejerciendo el decanato de la Escuela de Derecho de la Universidad de Concepción. Un buen día lo llamó el general Clericus que ejercía de rector delegado . El diálogo habría sido así.
-Usted debe dejar de inmediato el decanato , señor.
-¿Puedo saber las razones, rector?
-Usted es un político.
-Ah! …en la antigua Grecia había dos tipos de personas: los “politicus” y los “idioticus”. ¡Adiós señor Clericus!
Así fue como abandonó su universidad.Volvería veinte años después. Pellejerías pasó don Manuel . Le conocí cuando ya había creado el Grupo de Estudios Constitucionales y yo era un jovencísimo fiscal de una financiera vinculada a la Iglesia del Cardenal Silva.
Siempre unido a su Gabriela que oficiaba de escribiente en una Notaría, la paga era bien poca y se negaba sistemáticamente a aumentar sus horas para servir durante una irrenunciable media jornada gratuita al Grupo de los 24. Me invitaba a menudo, en la época más negra de la represión a talleres y conferencias. No siempre ellas tenían lugar, y más de una vez irrumpieron
Carabineros y gente harto fea de lentes oscuros hacía sentir su presencia arreando con más de un conferencista. Con ocasión de la Asamblea de la Civilidad dio con sus huesos en Capuchinos, y abogados amigos se turnaron para cubrir sin costo el puesto que transitoriamente había dejado en la Fiscalía que estaba a mi cargo.
Conversamos mucho por entonces. En la oficina. A veces en mi casa con Gabriela; otras en su mesa modesta.Épocas de patria sin libertad en que hasta se vio obligado a abandonar intempestivamente su domicilio a ruego de un dueño de casa que no quería tener inquilinos “políticos”.
No creyó nunca en esto de meterse en la institucionalidad de la dictadura. La consideraba una obra intrínsecamente antidemocrática que dañaría el futuro de la convivencia.
-Si la “idea valida derecho”, Alberto, no está legitimada, entonces ¿de qué servirá ganar el plebiscito?
Me he acordado mucho de sus argumentos en estos días en que la mayoría de los chilenos parece estar de acuerdo en darse por fin unas reglas de convivencia que signifiquen compartir “una idea válida de derecho”. Cuando ello ocurra, me acordaré de don Manuel.
En los días previos al 5 de octubre, logré enganchar a mi viejo amigo entre la avanzada de encargados de local en la zona Sur que logré instalar merced a la buena voluntad de un viejo condiscípulo del Instituto y Notario. Allí estuvo él custodiando urnas y resultados de esa jornada memorable.
Los años siguientes lo vieron partir junto a su Gabriela a inaugurar la embajada de Chile en Budapest y tuve la suerte de estar con ellos una semana. A veces añoro esos años de convivencia diaria. Cada mediodía, desde mi oficina , sabía que el había llegado nada más que prestando atento oído a la bienvenida cariñosa que le brindaban secretarias y funcionarios del banco,”Buenos días don Manolito”.
Por mi parte nunca me atreví a llamarlo de otra manera que Don Manuel. No era por diferencia de edad, ni menos por algo reverencial. Es que sabía que tenía el privilegio de trabajar y de tratar con alguien que era todo un señor. Me ha costado mucho en estos años aceptar que partió. He buscado su nombre en memorias de dignatarios que trabajaron codo a codo con él , alguna referencia mayor a su trabajo, a su obra, a su impronta de hombre íntegro y bondadoso. A su aporte a la reconstrucción democrática de nuestra patria. Escasas alusiones .
Quizás él así lo habría querido. Partió a comienzos del mes de febrero del 2000, cuando el siglo XXI despuntaba. En silencio. Con modestia.
Me queda el consuelo de saber que los grandes hombres no necesitan fanfarria ni banda de músicos en su despedida. Porque no desaparecen del todo. Solo se desvanecen. Como don Manuel Sanhueza, mi colega, mi amigo recordado.