“Todos los objetos visibles, hombre, son solamente máscaras de cartón-piedra”.Herman Melville, Moby Dick, XXXVI
Vuelvo de un retiro veraniego semi forzado, en el cual pude constatar que, sí existe, efectivamente, lector, aquel espécimen en peligro de extinción: la vida sin internet.
Se puede vivir sin consultar redes (anti)sociales, es decir, espacios virtuales donde husmeas la vida de tus amigos o parientes sin tomarte la molestia antediluviana de verlos personalmente, se puede no buscar apps que no vas a usar o no navegar en páginas web a las cuales no les vas a dar más de un click porque ya te dio lata, impaciente.
Simplemente, animado por un sol auspicioso pude dar un par de vueltas en uniformes bosques de pinos o, cuando los molestos quitasoles o los aún más molestos juegos de paletas o los niños desesperados por una palmera y un cuchuflí lo permitían, mojar mis pies junto a mi bienamado mar.
Marinero de tierra, sentado cerca del oleaje del atardecer, me dediqué asimismo a leer la obra maestra de Herman Melville que usted ya releyó en sus años mozos, lector avanzado que ya viene de vuelta, Moby Dick.
En medio de la vorágine que significa cazar a su jurado enemigo, el cachalote blanco, el obstinado Capitán Ahab pronuncia estas aladas palabras.
“Pero en cada acontecimiento (…) alguna cosa desconocida, pero que sigue razonando, hace salir las formas de sus rasgos por detrás de la máscara que no razona. Si el hombre ha de golpear, ¡que golpee a través de la máscara! ¿Cómo puede un prisionero llegar fuera sino perforando a través de la pared?” (Cap. XXVI)
Empujar la máscara, golpear desde el interior, hacer salir la verdad. Imágenes que enigmáticamente me hacen recordar las del gnóstico y proscrito Evangelio de María, donde encontramos al Divino Maestro instruyendo a María Magdalena acerca de restaurar al verdadero hombre interior, aquella porción auténticamente divina de nuestro ser, perdida, embriagada por la falsedad que ofrece el mundo exterior, nuestro yugo, como lo llama Jesús, el Velo de Maya, como lo llaman los sabios de extremo oriente.
Admirables palabras, bellos propósitos, que no pasan de ser un slogan, o un lugar común en manos de mentes banales, incluso en aquellas de tantos autoproclamados maestros, que reciclan viejos escritos para sus oscuros propósitos, casi siempre con varios ceros del lado derecho.
Tal vez el asueto veraniego incita estas loables intenciones en quien quiere “desconectarse”,singular metáfora propia de nuestros tiempos, que nos confirma como simples máquinas de carne para el sistema neoliberal, fácilmente reemplazables.
Tal vez mar, sol y bosques una y otra vez recrean la idea del locus amoenus de Fray Luis y otros sabios que de este mundo se han ido, y nos invitan a deshacernos de lo viejo y gastado que hay en nosotros y quizás renovarnos efectivamente.
Sueno a chanta manual de autoayuda, lo sé, pero no es mi culpa el manoseo que otros hagan de lo verdadero.
Tal vez el tráfago urbano y la lucha por no caer en la catástrofe financiera, el pago de Chile, como se sabe, sea la única realidad que vemos, agobiados por la inminencia de compromisos por vencer y un creciente aumento de lo que se llama horriblemente costo de la vida.
Tal vez la faramalla new age y las iglesias cayeron en descrédito tras el frustrado 2012 y no hay santón o padre benemérito en quien confiar… ¿o tal vez será que no se entendió el mensaje?
La industria de la espiritualidad, como la podríamos llamar, ofrece un sinnúmero de terapias, comunidades, talismanes, escritos, drogas, chucherías, elongaciones con nombres en sánscrito, manoseadores profesionales y hierbitas milagrosas que la gente consume para convencerse a sí misma o a sus amigas envidiosas de que son personas con genuina vocación de lo sagrado.
Ser capaz de hacer una sincera introspección personal, aceptarnos, perdonarnos y dirigir nuestra mirada a lo trascendente, que sí está ahí, se les hará a la larga imposible, atenta contra la necesaria comodidad que este mercado de robar tradiciones, que apenas se entienden, suministra a manos llenas.
Dicha mirada interior golpea la máscara, busca provocar la vibración necesaria, como a un gong, y escuchar la respuesta que se busca.
Grandes maestros, espíritus sensibles, pensadores reconocidos, muchos de ellos de mono parental origen (¡ay!, exclama el ilustre y puro senador Otero) lo lograron y lo compartieron.Un cambio real de uno mismo debe repercutir en los otros también. Es más que sentirse bien un rato, más que olvidar, es reconciliarse de verdad con lo que ocurre dentro de cada uno.
Es más que un fashion emergency del ego, es buscar restaurar a aquel que somos realmente y no una mera mudanza estética, de eso se trata, no de jactarse de tu supuesta superioridad moral o racial, no de que tu dios sea más patético o veraz que el del vecino, no de que tus rezos son los más potentes y tus milagrerías, auténticas.
Que el cambio que buscamos parta desde el hombre o la mujer que vive dentro de nosotros, se revele hacia lo eterno, no hacia la moda esotérica del minuto, que la renovación espiritual no sea para nosotros simple decoración de interiores.