Recientemente sucedió en un Centro Juvenil de Privación de Libertad, que visito regularmente, una gravísima agresión de dos jóvenes hacia un profesional de trato directo. Felizmente esa acción no tuvo mayores consecuencias, pero hubo un riesgo inminente.
Conversando con uno de los agresores, el más violento y con mayor participación en el hecho, me señaló, aunque no se justifica, que fue mal tratado verbalmente, hasta el extremo de exasperarlo y provocar esta acción de graves consecuencias.
Esto que sucedió y que lo ignora la opinión pública, se está dando en forma continua y en particular entre los pares.
Consecuentemente con lo anterior, se ha conocido en estos Centros Juveniles a muchos jóvenes, que han vivido estas experiencias de haber sido víctima de agresión y el caso más impactante fue aquel que recibió 18 puñaladas.
¿Por qué sucede todo esto?
Por una parte, creo que se trata de una actitud de desidia en relación a alguno de los profesionales que laboran al interior de estos centros.
Debo destacar la generosidad, habilidad y el gran sacrificio de unos pocos, que como verdaderos apóstoles, se entregan diariamente siendo opacada, criticada y no valorada por parte de los que prefieren la no innovación, la no empatía y en definitiva, no abrir las puertas de la esperanza y de las oportunidades que es necesario brindar a quienes han cometido delito.
Por otra parte, la casi nula oferta programática, hace del ambiente de privación de libertad un espacio para el ocio, la desesperanza, la violencia y la agresión.
Finalmente me parece oportuno señalar que propuestas inteligentes y atingentes que benefician la salud mental, psicológica y espiritual de estos jóvenes, se encuentran con verdaderos muros graníticos por parte de algunas autoridades de estos centros, que parecieran no visualizar las necesidades que requiere la juventud en estos ámbitos.