El auge de la filosofía de oriente ha traído consigo grandes avances en el plano humano de occidente, reforzando aspectos del modelo de configuración de relaciones interpersonales de quienes hemos crecido al alero de la filosofía cristiana.
La paz interior y con quienes nos rodean, la vocación de trascendencia, el amor por la naturaleza, entre muchos otros enfoques destacables, han contribuido a re-conectar a muchos, en la acera práctica, con lo que los cristianos denominamos Caridad.
Por eso, precisamente, es que no resulta extraña la adhesión que el Papa Francisco –paladín de aquella virtud– ha concitado entre personas que no profesan la Fe católica y que, en muchos casos, incluso critican a la Iglesia.
Desde la década del 60´, aproximadamente, con el surgimiento de distintos movimientos sociales y tendencias culturales que, como los Hippies, buscaban la esencia del ser humano en su naturaleza haciendo, quizá, demasiado énfasis en la defensa de su libertad (concebida esta como un bien en sí misma y no como un medio para asegurar su dignidad trascendental), comenzó a tomar fuerza un sentimiento colectivo basado en un gran postulado: En la búsqueda del ser, para el hombre, lo más importante es “su” espiritualidad.
Y esa, en parte, no es una respuesta equivocada. Efectivamente, para que el hombre se pueda desarrollar con plenitud es imprescindible que goce de una espiritualidad fuerte, entendiéndola como una conexión profunda con Dios.
El problema surge, de hecho, cuando se sustrae a Dios de la espiritualidad del ser humano y se deja abierta para que cada uno la dote del contenido que mejor le parezca.
Así, es posible apreciar la más variada amalgama de espiritualidades imaginables, careciendo todas ellas de criterios objetivos de bien y mal, por cuanto todo queda sujeto a la determinación relativa de bondad o maldad que cada uno desee realizar.
Esto, que podríamos llamar “subjetivización de la Fe”, no es sino una cara más del relativismo y trae aparejado nefastas consecuencias.
La espiritualidad debe buscar como máxima la perfección del hombre y la creencia en Dios contribuye a dicha perfección, justamente, por que nos entrega cánones concretos para juzgar nuestras acciones, con criterios objetivos que permiten, entre otras ventajas, la existencia misma de leyes y que estas se ajusten a criterios de justicia universal. Esto es lo que los cristianos denominamos “Ley Natural”.
Cuando no aceptamos la existencia de valores y principios objetivos y renegamos de las estructuras temporales como entidades legítimas para estructurar nuestra vida en sociedad, solo queda la anarquía.
De un tiempo a esta parte se ha difundido la concepción de que, en el camino a la perfección -o a lo que los cristianos denominamos “Santidad”-, lo mas importante es la felicidad individual y ese tipo de felicidad, como resulta evidente, no admite reglas.
Las críticas que se han levantado en contra de la Iglesia son en muchas oportunidades, justas y necesarias, pero en muchas otras son exclusivamente el reflejo de una sociedad conformista que no soporta las exigencias reales de una Fe concreta, aquellas que conducen a la verdadera felicidad.
La felicidad subjetiva e individualista jamás va a conseguir un goce inmanente, que se mantenga estable por sobre la adversidad, por cuanto su óptica está centrada en el propio ombligo del hombre, que no es capaz de levantar la cabeza hacia el cielo, reconocer a Dios, reconocerse a si mismo y saberse parte de una comunidad.
Al olvidarnos de Dios, el ser humano desarrolla su análisis prescindiendo o deformando sucaracterística fundamental, el alma, y cuando perdemos o pervertimos aquella cualidad no nos queda más que nuestra existencia material.
Esta visión materialista trae consigo los defectos inherentes de la materia, como la fugacidad, el deterioro y la debilidad, que aplicados al plano de la incesante búsqueda de sentido personal, nos dejan una felicidad deteriorable, débil y fugaz.
Por eso es que no llama la atención la popularidad del Papa Francisco, que tanto énfasis ha hecho en el mandamiento de amor hacia los demás.
Y es que dicho mandamiento coincide, de manera práctica, con las aspiraciones de todos quienes adhieren a esta nueva y errada forma de concebir la espiritualidad.En abstracto y sólo por los titulares de la prensa, pareciera que buscar el amor se redujera a la búsqueda del beneficio individual.
En concreto y obviando lo que la prensa desea comunicar, del testimonio y palabras mismas del Santo Padre, el amor es muchísimo más.
El amor implica esfuerzos, se funda en el sacrificio y en la entrega radical, muchas veces por sobre nuestro propio bienestar.No perdamos de vista que, para los cristianos, el primer ejemplo de amor yace con los brazos abiertos y clavados en cruz en cada altar.
El amor sólo se puede entender con reglas claras y una espiritualidad fuerte, aquella que se funda en la conciencia de que existe Dios.
Por eso es que, si bien cada espiritualidad es el comienzo de un camino hacia la verdad, la única forma de que esta efectivamente se aprehenda es mediante el reconocimiento de que sobre algunas cosas no podemos transar.