Una de las señales más significativas del momento que estamos viviendo en Chile es la desproporción entre la oferta política del próximo Gobierno y el relativo desinterés de la ciudadanía, que en su mayoría no participó en la elección presidencial y que ahora muestra un cierto escepticismo frente a lo que se le ha prometido.
Por la magnitud de los cambios anunciados – la formulación de una nueva constitución, la educación pública gratuita y de calidad para todos, la reforma tributaria, la regionalización, etc. – los anuncios deberían haber causado un entusiasmo popular comparable al que Chile ha experimentado en épocas de grandes transformaciones, pero lamentablemente este espíritu hasta ahora está ausente.
La política sigue sin interesar mucho a la población y continúa comprometiendo a un grupo numeroso e influyente, pero que no deja por eso de ser una minoría.
Los partidos políticos desprestigiados, el parlamento con escasos índices de aprobación, el gobierno haciendo inútiles esfuerzos por levantar su apoyo.Se diría que estamos doblando la hoja para inaugurar un nuevo capítulo de nuestra historia, pero más como lectores que observan todo esto desde la distancia – y, además, un poco aburridos – que como verdaderos protagonistas.
En la derecha el descalabro ha seguido el itinerario previsto: los futuros candidatos a encabezar al sector han comenzado a darse palos unos a otros con el objeto de ubicarse en el lugar del eventual liderato.
Se dan codazos a diestra y siniestra para desplazar al contrincante y ubicarse en el primer plano de la foto, conductas que por lo demás están lejos de cumplir con su propósito, pues no hacen otra cosa que aumentar el desprestigio que ha causado la debacle.
La izquierda, por su parte, enredada en una discusión que nos transporta a los tiempos de la guerra fría, en la que se pretende dirimir si el apoyo del PC a Cuba le impide o no formar parte del nuevo gobierno.
Como si todos supiéramos que lo que viene no va a ser tan conmovedor como el programa lo haría pensar y que si las promesas realmente su cumplen, todo se hará dentro de un clima más prosaico que poético. Los tiempos de la épica política parecen por el momento dormidos y nada hace pensar que en el futuro próximo volverán a despertar.
En este clima de intenso realismo el gran peligro es que las grandes causas que los movimientos sociales lograron imponer en la agenda política se vean frustradas. Y tal vez sea precisamente eso lo que constituye la clave para comprender lo que está pasando.
La Realpolitik de la Concertación, con sus transacciones y sus acuerdos en los que los políticos de izquierda entregaron más que la oreja, fue un balde de agua fría para los entusiasmos que creó la lucha en contra de la dictadura. Esa frustración generó la desconfianza frente a la clase política, pero, al mismo tiempo, el despertar de la ciudadanía, que comprendió que el destino de sus luchas está en sus propias manos o en ninguna parte.
La calle se transformó en protagonista de la historia política de los últimos años y es la expresión de una reserva ante la democracia representativa: pareciera que el poder hubiera comenzado a desplazarse hacia los movimientos ciudadanos. La gente quiere participar directamente y no a través de supuestos representantes suyos en los que ya se hace difícil confiar como se hacía antes.
Esa es tal vez la razón de que el triunfo de Bachelet no haya sido tan celebrado como se hubiera esperado.Y es que existe la opinión generalizada de que las promesas de su gobierno podrán cumplirse o no cumplirse, pero que los movimientos ciudadanos que se han movilizado detrás de ellas, contra viento y marea, seguirán.
Ahora se sabe que la obtención de los cargos políticos, incluido el de Presidente, no asegura el cumplimiento de las reivindicaciones sociales. Lo decisivo está en la expresión directa de la voluntad ciudadana. Es divertido que en la película de Kramer el único político que se salva sea el dirigente de Aysén, Iván Fuentes, actualmente elegido Diputado por su región.
El humorista, con gran agudeza, pone de manifiesto que en ese circo en el que se ha transformado la política nacional, sólo llegan a ser creíbles los líderes que surgen del movimiento ciudadano. Por eso, en la nueva coalición que se prepara para gobernar, también se ha celebrado el apoyo de los nuevos parlamentarios venidos del movimiento estudiantil.
Algunos piensan ingenuamente que con estas inclusiones se podrá asegurar y tal vez hasta controlar el compromiso de los movimientos sociales. Por eso también se ha aceptado de tan buen grado la posible inclusión de los comunistas en el Gobierno y se ha celebrado el peligroso error cometido por Bárbara Figueroa al comprometer a la Cut en la campaña. Pero este control no ocurrirá. Los chilenos ya han hecho la experiencia de su independencia y no van a perderla ahora por un amasijo de promesas que siguen siendo inciertas.
El triunfo de Bachelet fue asegurado porque ha mostrado su independencia con respecto a los partidos que la han apoyado.Si se hubiera presentado como candidata de la Concertación, su éxito no habría sido tan seguro.
Ella ha tenido la inteligencia para demarcarse de ellos sin dejarlos de lado.Sabe que los puntos fundamentales de su programa han sido establecidos por los movimientos sociales y no por los partidos.
¿A quién finalmente se mantendrá fiel su gobierno? ¿Volveremos a caer en una versión punto dos de la Realpolitik, o vendrá verdaderamente una revolución en Chile que restablezca la unidad nacional sobre la base del compromiso de todos los ciudadanos? Eso es lo que todos nos preguntamos.
Pero todos también ya sabemos que para lograr ese objetivo el futuro no depende únicamente de la decisión de un Presidente o del éxito en unas elecciones, sino de la fuerza con que se muestre en la calle la voluntad ciudadana.