La profunda crisis que atraviesa la derecha es de ideas y de proyecto. Termina el gobierno de Sebastian Piñera sin que nadie pueda hoy decir con claridad cual ha sido el norte de su gestión, que deja de duradero, de sello propio, un gobierno más dedicado al impacto comunicacional que a la sustancia de las cosas.
Entendámonos. Como bien señala Castells la política es en gran parte, comunicación, sobretodo en la sociedad de la información. Pero para que la comunicación construya hegemonía política y cultural en la población debe haber una cierta densidad de ideas que sean parte de un proyecto de país, de una cierta visión del mundo, de lo cual este gobierno ha carecido por completo.
El episodio del Hospital de Puente Alto, denunciado por el Alcalde RN de la comuna, sería casi anecdótico sino correspondiera a un estilo de gobernar del Presidente Piñera: la improvisación.
A diez días de la instalación de la primera piedra, los vecinos estupefactos veían como la empresa encargada de la obra había retirado los camiones, la maquinaria que se hizo llegar para la ceremonia presidencial, las mallas que circundaron el antiguo basurero y hasta la primera piedra y no quedaba rastro alguno que indicara que habría un inicio de obra y, de nuevo, esos terrenos comenzaban a llenarse de desperdicios.
Ya sabemos que el mejor censo de la historia, como pomposamente le llamó el Presidente, terminó siendo un fraude y al final, contra la opinión de todos los expertos nacionales que han indicado que dichos resultados no sirven para hacer políticas públicas, el gobierno instala una comisión de expertos internacionales no para corregir sino para avalar y echar tierra a un error histórico que hará que al finalizar el gobierno Piñera los chilenos no sepamos ni siquiera cuantos somos.
Es una filosofía de gobierno, no importa la calidad de los proyectos ni la viabilidad de ellos, ni como se financian, ni si la ejecución estará en manos de los próximos gobiernos o si instituciones otrora prestigiosas se debilitan y caen en el ridículo como ha ocurrido durante este período con el SII, el INE, el Registro Civil.
Lo importante es que se anuncie, que el Presidente aparezca en la TV como el gran realizador, que el cosismo reemplace los vacíos de políticas públicas serias encaminadas a resolver los problemas de fondo de la población y encubra la incapacidad de tomar decisiones por temor a la impopularidad, la pobreza de ideas, la inexistencia de un proyecto, la ausencia de un relato de la derecha que la sitúe en el siglo XXI.
Su gobierno es culpado por gran parte de la derecha como el responsable de la derrota electoral, él mismo, como líder, es desacreditado por dirigentes y parlamentarios de los partidos de gobierno y deja una derecha más dividida que nunca, sin horizonte cultural, atada todavía al pasado heredado de la dictadura, sin comprender siquiera bien el cambio de ciclo, el rol de los movimientos sociales y sin voluntad de asumir o sumarse a los cambios que la sociedad chilena exige.
Sin duda, Sebastian Piñera tiene una responsabilidad enorme en la crisis de la derecha que deriva básicamente de su inconsistencia cultural y de gobernar para la galería sin asumir los costos que un jefe de estado debe asumir para hacer avanzar, al menos, un puñado de convicciones, sobre todo si ellas son beneficiosas para el país.
Al inicio de su mandato, su mayor aliado en el primer gabinete, el ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter, en lo que será su más lúcida acción, plantea la necesidad de renovar el relato político de la derecha. La UDI, que hace de su origen y pasado lo que llaman “un factor de identidad “, rechaza la idea y amenaza con la estabilidad del gobierno.En RN los liberales no aparecen por ningún lado, Hinzpeter queda solo, sin el apoyo explícito del presidente, y la idea muere aún antes de ser siquiera debatida.
A partir de ese momento el Ministro abandona la jefatura política, se concentra lastimosamente en tareas de seguridad pública, donde el gobierno ha cometido sus mayores errores sobre todo frente a las enormes expectativas que creó, y termina mandando al congreso la Ley Hinzpeter que felizmente para el país y para el propio futuro del Ministro ha sido rechazada definitivamente por el Parlamento.
Hinzpeter, el gran delfín de Piñera, termina, digámoslo, abandonado por su líder, sin voz ni voto, destinado a los temas de ordinaria administración de su cartera, y con escaso peso político al interior del gobierno.
Así fracasa el tímido primer intento de renovación de la derecha chilena impulsado desde La Moneda.
En septiembre del 2013, al conmemorarse los 40 años del golpe, desde el palacio de gobierno donde murió heroicamente Salvador Allende defendiendo los valores republicanos, Piñera entiende que hay una nueva oportunidad de pasar a la historia y clavar una bandera hacia el futuro.
Habla de los “cómplices pasivos” y de la responsabilidad de colaboradores y dirigentes de la derecha en lo que ocurrió durante los años de Pinochet.
Sin duda un gesto de audacia política y, a la vez, de cálculo, teniendo presente que tendría un enorme rechazo en su sector pero una mirada positiva de la mayor parte de la población fuertemente conmocionada por los reportajes televisivos, con imágenes no vistas y realizaciones de ficción inolvidables, sobre los acontecimientos del golpe y de la secuela de crímenes cometidos por la dictadura.
Sin embargo, la inconsistencia mata a Piñera. Después de los “cómplices pasivos” el Presidente se transforma, al abandonar Longueira por enfermedad, en el principal impulsor de la candidatura de Evelyn Matthei que sin duda puede ser sindicada como un rostro emblemático de los “cómplices pasivos” de la dictadura y de los sostenedores del Sí.
Con ello, el Presidente anula el efecto de su llamado a superar el pasado, entrega la conducción de la derecha a la UDI, abandona antiguos aliados para favorecer a una enemiga acérrima y es parte de una operación política que no podía terminar de otra manera que con una portentosa derrota que daña y remece los fundamentos mismos de su gobierno y quiebra a la derecha que podía respaldarlo en una postura abierta y políticamente más liberal.
¿Que quedará del gobierno de Piñera hacia el futuro? Poco, muy poco. Mucho ruido y pocas nueces.Su futuro político, si logra reconstruirse, dependerá de la solvencia y coherencia con que propicie, desde la oposición, una política de colaboración con los cambios que mayoritariamente piden los chilenos.Para ello se requiere más que astucia, un coraje político que no claudique, construir una oferta de lo que una nueva derecha democrática puede ofrecer en el futuro al país.
¿Es aún Piñera el hombre para ese objetivo? Desde su gobierno no lo fue. Pero sería un bien para el país una derecha que llame dictadura a la dictadura, que quiera instituciones sólidas y legítimas con ciudadanos participativos y protagonistas y que esté dispuesta a revisar un modelo económico que impide resolver, por sí mismo, los problemas de inequidad y de desigualdad presentes en la sociedad chilena.