Los primeros años de Derecho buscan que uno aprenda qué es la Justicia, desde la Caridad.Preguntas acera de la distribución de la riqueza debieran circular, sin duda, por la cabeza de más de algún tinterillo de nuestra casa de estudios o, de lo contrario, la labor se realizaría muy mal.
Para mí, aquella pregunta tomó rostro en el caballero que lustra hasta el día de hoy, a la salida del Metro Universidad Católica, nuestros zapatos antes o después de rendir de un exámen,cuyo nombre prefiero mantener confidencial.
Por años veía a este caballero lustrar botas de la más variada especie y, no obstante el cuero o la tintura alternaban, había un aspecto que se mantenía constante: la sonrisa en el rostro y su profunda amabilidad.
Cada vez que me sentaba en su sillón, no obstante, me retaba por lo desgastados que traía los zapatos,me decía: “usted no entiende que tiene que cuidarlos, que ellos se sienten mal cuando no lo hace, ¿le gustaría, acaso, que su mamá no se preocupara de usted? ¿que anduviera igual de desaliñado que sus zapatos?”.
No alcanzaba yo a replicar, cuando ya lo veía ahí trabajando afanado. Primero los cepillaba, luego les ponía tintura, acto seguido, los frotaba con una gamuza, para volver a untarlos de tinta después. Finalmente, una vez que ya los había entintado y cepillado dos veces, por fin, los lustraba.
Ese, me contaba, era su gran secreto. Él no era un lustrabotas más, su arte radicaba en los pequeños detalles, que cuidaba con más celo que cualquier gerente general de una connotada firma respecto de sus importantes negocios.
Me comentó que recorría largos trayectos en el Transantiago todas las semanas para conseguir su tinta especial, la que decía, era el por qué llevaba más de 30 años en el negocio con clientes tan regulares.
El otro día, un lunes, sentado en la butaca mientras mis zapatos comenzaban a brillar bajo el diario, no pude evitar apreciar una injusticia.Frente a mis pies figuraba un hombre que amaba profundamente su labor, a tal punto, incluso, de gastar más materiales de los que eran necesarios para que la misma resultara bien hecha, aún cuando su sueldo fuera menor que el mínimo.
Frente a mis ojos, en cambio, sonriendo como portada del diario, figuraban una serie de rostros políticos y sociales que, más allá del discurso, demostraban amar tan poco a su país que, haciendo propia la bandera de la pobreza y la desigualdad, nunca habían desarrollado un compromiso real y sincero con las personas a las cuales debían ayudar.
Incluso mientras en quizá un solo almuerzo gastaran más de dos sueldos como los que un lustrabotas gana, paño en mano, en un mes normal.
Las políticas públicas y proyectos de ley que muchos de ellos promueven, además de transgredir los valores esenciales que surgen de la naturaleza misma del ser humano, son pensadas desde una élite intelectual, absolutamente ajena a los miembros de la comunidad y a sus necesidades, mientras que son a la vez impuestas por sobre la voluntad mayoritaria que clama por cordura, coherencia, respeto y responsabilidad.
La cultura es arrasada y teñida de los colores políticos más diversos, mientras el “progresismo” -que de progreso no tiene nada- es implantado como el modelo de vanguardia, intentando engatusar a quienes todos los días con su esfuerzo hacen que para aquellos iluminados, en su mesa, haya pan.
¿Será que aquellos mal llamados líderes no entienden la responsabilidad que tienen entre sus manos? ¿O será, acaso, que mi querido viejito sobrevalora la necesidad de sus clientes por llegar bien presentados?
Para una verdadera superación de la pobreza y una cultura nacional realmente humana, donde las personas de carne y hueso constituyan el centro de la política social y no un mero instrumento en los discursos de unos pocos que buscan imponer un proyecto personal, es indispensable que los encargados de trabajar por el bien común, en primer lugar, trabajen, y que lo hagan por los valores que efectivamente representan a quienes todos los días lustran sus botas para que ellos puedan salir, precisamente, a trabajar.
¿Quieren cargos? El pueblo quiere ética y compromiso real.