Apenas 3 años y 9 meses después de haber dejado La Moneda, Michelle Bachelet ha sido elegida para gobernar en el período 2014-2018. Su amplio triunfo es, ante todo, una demostración de confianza en su persona y, es justo decirlo, en los antecedentes de responsabilidad política que acumuló la centroizquierda entre 1990 y 2010, período en el que gobernó fructíferamente.
La adhesión recibida por Bachelet se explica sobre todo por el buen recuerdo que muchos ciudadanos tienen de su anterior mandato. Es útil recordar que en la encuesta CEP que midió la aprobación y desaprobación a su primer gobierno, efectuada en junio/julio de 2010 (cuando ella ya había dejado la Presidencia), obtuvo 77% de aprobación y apenas 8% de desaprobación, lo que reveló un juicio globalmente positivo sobre su gestión.
Se puede afirmar, entonces, que los electores han confiado en Bachelet porque valoran su experiencia. Ya tienen una idea de cómo puede gobernar, lo que está más allá de ciertos discursos de campaña que intentaron borrar la experiencia concertacionista y anunciaron que Bachelet se preparaba para hacer algo muy distinto.
El país ha cambiado en muchos sentidos, pero no es ocioso recordar cómo se produjeron los cambios fundamentales que hicieron que Chile diera un enorme salto en su desarrollo en el último cuarto de siglo.
Fue necesario establecer grandes acuerdos y avanzar gradualmente. Incluso, las innumerables reformas a la Constitución han sido el fruto de amplios consensos.
Algunos razonan como si “consenso” se hubiera convertido en una mala palabra, la cual parecen asociar con rendición o, peor aún, con traición.Esa manera de mirar las cosas no contribuye a tener una visión realista sobre los nuevos retos.
Los consensos logrados en Chile no han surgido de la nada, sino que han sido el producto del diálogo y de las convergencias, que son al fin y al cabo, los factores que hacen avanzar a una nación.
Se plantean hoy nuevas exigencias en todos los campos, pero habrá que enfrentarlas sobre la base de lo que existe. Ningún gobierno puede actuar como si partiera de cero. O imaginar que puede tomar un atajo de manera voluntarista. El progreso duradero se consigue paso a paso y requiere, como está demostrado, la cooperación entre el Estado y el sector privado.
La tarea de gobernar una sociedad compleja es, obviamente, compleja, por lo que es conveniente tomar distancia de las simplificaciones y los fundamentalismos.Se desprende de ello que las consignas de un desfile no pueden convertirse en políticas de Estado.
Los cambios deben mejorar las cosas. No hay que olvidarlo. Eso exige trabajo y espíritu de comunidad. El triunfo del bloque que apoya a Bachelet no puede interpretarse como si la mayoría quedara autorizada para hacer y deshacer. La democracia implica respetar a las minorías y proteger el pluralismo.
La Presidenta electa tendrá que plantearse una cuestión ineludible: qué se puede hacer en 4 años. Eso es algo que sólo ella puede definir. Ya gobernó y sabe cuán difícil es equilibrar los deseos con la realidad, las aspiraciones con las posibilidades.Será indispensable establecer prioridades realistas, las que deben traducirse en políticas públicas bien diseñadas. Eso será vital en el terreno de la educación.Se acabó el tiempo de las interpretaciones sobre sobre lo que se hará o no se hará.
Bachelet cuenta con la buena voluntad de la mayoría de los electores y probablemente del país.
Eso debería permitirle iniciar su gestión en un clima constructivo. Chile puede seguir progresando en los años que vienen si su gobierno tiene un rumbo coherente, que no se confunda respecto de lo que es sustantivo. De partida, el asunto de la Constitución debería despejarse en 2014, porque si se posterga su resolución, ello será nocivo para la estabilidad y la gobernabilidad.
Los cambios constitucionales deberán ser resueltos por el gobierno y el Congreso.La elección demostró que los procedimientos democráticos se han consolidado entre nosotros. No se divisan riesgos de involución autoritaria.
Por eso, hay que rechazar las manifestaciones desorbitadas de pinochetistas como el abogado Hermógenes Pérez de Arce o el empresario Sven von Appen, que son la expresión de una minoría que aún no termina de asimilar los principios democráticos.
Chile tiene una gran oportunidad de avanzar hacia nuevos horizontes de progreso, en los que se articulen la prosperidad y la solidaridad. Podemos tener un país más justo y más humano si hacemos bien las cosas. Michelle Bachelet tiene la responsabilidad de liderar ese esfuerzo, y todos necesitamos que tenga éxito.