Ha muerto Nelson Mandela, primer Presidente de raza negra en Sudáfrica. Nos deja un luchador infatigable y, a la vez, artífice de la supresión del sistema de dominación racial sobre su pueblo, así como, articulador y protagonista del acuerdo político que impidiera una confrontación racial de incalculables consecuencias, entre ellas, el riesgo de división de su propia nación.
Con justicia se le rinde tributo porque fue el principal impulsor e inspirador de un auténtico milagro: que concluyera la dominación racial y el sistema de apartheid y su país evitara el camino doloroso y cruento de una pugna armada, enteramente incontrolable.
Pero todo ello, fue una obra humana de muchas décadas. Su poderoso ascendiente político, su legitimidad social y nacional y su incontrarrestable autoridad moral no fueron fruto del azar ni tampoco una casualidad.Su camino fue duro, no transcurrió sobre recetas preestablecidas, Mandela lo construyó sobre la base de su consecuencia y de su sabiduría.
Desde sus pasos iniciales en la brega contra el apartheid, la segregación y separación de las razas sobre la base de la supremacía blanca, hasta su permanencia durante más de un cuarto de siglo en la estrecha celda de una prisión, en una isla que acentuaba su aislamiento, en la que apenas podía moverse y dar unos cuantos pasos, en una reclusión infame.
Al dejar la cárcel no salió a encender con un odio visceral la confrontación racial, sino que orientó y condujo una lucha victoriosa para conquistar definitivamente la libertad de los suyos y salvar su nación de la desintegración, a la que le hubiese dirigido una actitud de venganza o de ira irracional.
Su lucha inclaudicable contra la opresión racial validó su camino de diálogo para salvar a Sudáfrica. Según dijera Mandela: “una nación arco iris”, con todos incluidos. Él es, en consecuencia, en sí mismo, una gran e imborrable lección de coraje cívico y de claridad política.
Por eso, alcanzó la estatura de ser uno de los grandes estadistas de esta etapa mundial en que la sociedad global se ve confundida y sin horizontes.
Mandela luchó por lo justo y dialogó por valores superiores, por la libertad de su pueblo y la paz en su nación. Su vida encarnó la validez de tales conceptos, de manera que su legado nos permite saber y conocer que no existe una dominación humana, tan odiosa como la opresión racial, que pueda ser eterna y nos alienta a perseverar en no dar cabida al odio y la venganza como factores y móviles que alimenten la acción política.
Cuando la codicia se hace irrefrenable, recordemos que la libertad sobre cualquier opresión es nuestra inspiración y que la paz es el camino para la consecución de una sociedad más justa, democrática e igualitaria y, de una civilización humana, que derrote definitivamente la barbarie.
Hoy, en muchos sitios del mundo, debiesen nacer muchos Mandela para conseguir y/o afianzar la libertad y la paz en la tierra.