En entrevista con radio Cooperativa, el ex presidente Ricardo Lagos señaló que, si bien él no había marcado su voto con las siglas “AC”, apoya la demanda que subyace a esta campaña y explicó que recién iniciado su mandato, quiso impulsar la idea de una comisión bicameral abierta a representantes de las “fuerzas vivas” de la nación para dar participación en un mecanismo institucional que estudiara reformas más o menos profundas a la Constitución.
Respecto de la asamblea constituyente, Lagos advirtió sobre el riesgo de una demora excesiva en elegir a sus miembros, razón por la cual tendría sentido intentar este mecanismo mixto, de comisión parlamentaria con representantes de la sociedad civil (en un sentido muy amplio: organizaciones no gubernamentales, de empresarios, trabajadores, representantes regionales, etc.).
El ex Presidente no lo dice de manera explícita pero el diseño institucional que tiene en mente es, de hecho, una asamblea constituyente: la combinación, por así decirlo, entre el Congreso y la calle.
Quizá el problema es con el término “asamblea”, y valdría la pena considerar otro nombre, pero lo cierto es que ese es un debate fútil al lado de la cuestión de fondo, esto es, (I) que Chile necesita una Constitución que sea reflejo de un proceso participativo e institucional de deliberación y (II) que la mejor manera de lograr ello es justamente a través de una asamblea o convención constituyente.
Los críticos más serios de este mecanismos instalaron con éxito una cuña: tomar el camino de una asamblea constituyente sería una vía “no institucional”, sería irse “por fuera”, algo que no respetaría las reglas jurídicas vigentes.
Hay también críticos que difícilmente pueden tomarse en serio, pues sus argumentos no pasan de mini campañas del terror sobre el descenso al abismo institucional y social que significaría redactar una nueva Constitución como lo han hecho muchos países en el mundo que siguen en el mapa.
¿Tienen razón quienes dicen que la asamblea constituyente no es institucional? Solo a medias. Si lo que ellos quieren indicar es que en Chile hoy no existe tal mecanismo en nuestras reglas constitucionales, la respuesta es “sí, obviamente”.Pero eso dice poco o nada.Para ello existen los órganos del Estado, para transformar la voluntad política del pueblo en leyes, en normas jurídicas que son obligatorias para todos.
Basta un ejemplo, el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP) que hoy se discute en el Congreso. El hecho que hasta hoy las parejas del mismo sexo no pueden regular su vida en común (y los derechos que de ella se siguen) significa que los representantes del pueblo de Chile están en mora de hacer algo; el AVP hoy no es institucional, “no existe”, pero de ello no se sigue que no deba existir.
¿Cómo se hace? Bueno, se legisla según las reglas que la Constitución contempla para así llegar a eso que llamamos ley y que Andrés Bello definió con “la manifestación de la voluntad soberana”.
Se podría retrucar que, enfrentados al caso de una nueva Constitución, la situación no es igual.Es cierto. Pero cualquier persona que se toma en serio los principios que regulan el Estado de Derecho sabe que el poder constituyente reposa en el pueblo, es decir, es el pueblo quien tiene ese “poder-deber” para decidir la manera como quiere organizar su vida en común. Y si el pueblo no tiene forma de manifestar su voluntad, ¿qué deben hacer sus representantes? Muy simple, instituir mecanismos que favorezcan la expresión de la voluntad soberana.
En la entrevista que dio el ex Presidente Lagos, éste dice que se requiere pensar la nueva Constitución como una “hoja en blanco”.
Esa es probablemente la aseveración más radical que se podría escuchar de un líder político —es curioso que las huestes de la derecha no se hayan atrincherado frente a semejante declaración—, pero entendida en su mejor sentido, Lagos está diciendo algo muy básico: que una comisión bicameral abierta a la ciudadanía (vale decir, una “convención constituyente”) debe tener la posibilidad de deliberar sobre todos los temas, sin ataduras salvo las que impone la institucionalidad que permite esa expresión.
La “hoja en blanco” no es una máquina que arrasa con todo lo que hay, dejando a Chile como una postal de recuerdos de épocas mejores.
Contrario a lo que algunos han visto, Lagos está favoreciendo la idea de un proceso constituyente en Chile, esto es, un mecanismo que permite una discusión sobre los aspectos básicos de la sociedad, en igualdad de condiciones, orientado a que al final de éste, aun cuando se esté en desacuerdo con todo lo que allí se decidió, los ciudadanos puedan sentir que esa es, de todas maneras, una “Constitución”, el documento político en cuya virtud el pueblo se constituye a sí mismo.