La magnitud de la anunciada derrota de Evelyn Matthei en las elecciones presidenciales de este domingo, con lo que supone será uno de los peores resultados de la derecha en decenios, no solo constituyen un fracaso personal de la candidata y probablemente su salida definitiva de la política sino, además, el fin de la derecha creada en dictadura y que en lo esencial se ha mantenido fiel al modelo económico neoliberal impuesto en ese período y a muchos de los enclaves que esta dejó en las instituciones del país.
Esa derecha, que además perderá presencia en el parlamento, pese a la existencia del sistema binominal que por dos décadas le ha asegurado un subsidio mas allá de su fuerza electoral, está condenada a desaparecer porque culturalmente nunca ha podido desligarse de su ADN autoritario, nunca ha estado dispuesta – pese a la reciente invocación del propio presidente de la república de ese sector sobre la complicidad pasiva en los crímenes del régimen militar – a reconocer las atrocidades cometidas y a transformarse en una derecha democrática, imbuida de los principios del estado de derecho, respetuosa de la separación de poderes y de la vigencia plena y universal de los derechos humanos y de las libertades, que son la esencia y el punto de partida de la liberalidad política instalada a partir de la revolución francesa.
Otras derechas lo han hecho. El Partido Popular español rompió culturalmente con el franquismo.
La derecha chilena, sin embargo, más allá de excepciones personales valorables, sigue anclada al pasado y es la misma que hace algunos años, con Matthei a la cabeza, celebraba en plena transición democrática, los cumpleaños de Pinochet y viajaba a Londres a solidarizar con él cuando la justicia internacional rompió el círculo de impunidad férreamente construido en Chile en torno al ex dictador, y lo mantuvo detenido en Inglaterra.
Esa es la derecha que pierde las elecciones presidenciales con un resultado desastroso, pese a tener el gobierno en sus manos. Es una derecha que no se ha liberalizado, que se ha opuesto a las tímidas propuestas que el núcleo más cercano al Presidente y este mismo han planteado, para construir un nuevo relato cultural e histórico de una nueva derecha y que sostiene que no está dispuesta a renunciar a sus genes.
Lo que ha cambiado es el país y el mundo, y hoy, la vieja ideología de la derecha nacida en dictadura que se nutrió de la guerra fría, de la teoría de la seguridad nacional, de la negación de quien pensara distinto, del neoliberalismo extremo, de la democracia protegida, de una visión religiosa fundamentalista ,ya no tiene cabida, no es aceptada por los ciudadanos, y es eso lo que hoy felizmente se desmorona con la victoria de Michelle Bachelet y la derrota sin parangón de Evelyn Matthei como símbolo de esa extrema derecha que ahora debe repensarse completamente si quiere seguir existiendo con otros contenidos e ideales.
No hay más espacio cultural para una derecha que continúe reivindicando a Pinochet y su herencia constitucional.
Una nueva Constitución debiera ser también una tarea de una nueva derecha que entiende que el país no puede seguir viviendo con un texto ilegítimo, que instala el Estado subsidiario y que no reconoce derechos políticos y sociales reales a todos sus ciudadanos.
Este cambio, contrariamente con lo que señala Hernán Buchi, no es la destrucción de las instituciones, ni una izquierdización del país, que es el viejo fantasma que hoy levantan quienes nos eliminaron físicamente en el tiempo de la guerra contra “el marxismo leninismo”.
Esta tarea es plenamente liberal democrática y mientras de mayor manera participe la ciudadanía en su elaboración y en la sanción del nuevo texto Constitucional mayores estándares de democracia, libertad y justicia social se incorporarán en ella.
Romper el modelo neoliberal es también una exigencia de los tiempos y de la nueva subjetividad que se ha instalado en los ciudadanos del mundo.
Ha fracasado la idea de la extrema mercantilización sin límites ambientales y bioéticas de toda la vida de los seres humanos. Un cambio bajo nuevos parámetros en educación, salud, pensiones, derechos laborales, salarios, medioambiente, energía, igualdad de género, derechos de la diversidad sexual, son parte de una agenda que debe ser impulsada por fuerzas diversas, incluidos aquellos sectores democráticos que hoy están bajo otras candidaturas presidenciales, y frente a la cual hay un compromiso claro y preciso del gobierno que encabezará Michelle Bachelet.
A ello vuelve Michelle Bachelet.A encabezar este cambio de época y de ciclo político y económico.La dimensión de la derrota de la vieja derecha ayuda a este objetivo porque el dique de contención que ha impuesto en estos 23 años se han debilitado y erosionado y ya no será capaz de oponerse a una ciudadanía movilizada tras estos objetivos.
El nuevo cambio con gobernabilidad no se dará hoy, como en los años de la transición, en la medida de lo posible que era, en el fondo, en la medida que el pinochetismo civil y militar lo permitía.
El cambio con gobernabilidad continuará requiriendo de acuerdos y consensos. Pero la ciudadanía ha corrido el cerco. Hoy la igualdad en la educación, el fin al lucro, la gratuidad y calidad para todos, es un objetivo instalado e irreversible.El cambio del binominal es sí o sí.La protección del medio ambiente condiciona un nuevo tipo de modelo de desarrollo. El matrimonio igualitario da cuenta de una sociedad más liberal, tolerante y respetuosa de la diversidad.
La nueva gobernabilidad es con ciudadanía, es con una mejor política, responsable pero transparente, es con la verdad más que con las razones de estado.
Los desafíos son enormes y la responsabilidad que asume Michelle Bachelet de encabezar este nuevo curso histórico es una tarea que requiere de nuestro apoyo permanente. Su liderazgo es potente y ciudadano.
Los partidos que la apoyan y que constituyen la Nueva Mayoría triunfante deben estar a la altura de este liderazgo y ser capaces de mejorar la calidad de la política, de eliminar viejas prácticas que la ciudadanía aborrece, de abrir el horizonte de los cambios incorporando a muchos de los que en esta contienda electoral han sido adversarios.
Hay un mundo al cual no hemos llegado en esta elección que es básicamente el de una multitud de jóvenes donde hay rechazo a las instituciones, desconfianza en los políticos y hasta desprecio por la democracia institucional. Se requiere un trabajo político y cultural que tienda puentes en el respeto y la diversidad.
Hay que demostrar que los valores y principios de la democracia son superiores, que la lucha por la igualdad es posible y obtiene frutos, que el votar, como dice Humberto Maturana, es un hecho único y por tanto imprescindible e irrenunciable, que es a partir de aquí donde podemos construir un país mejor.