Es obvio que en una elección con nueve candidatos presidenciales solamente uno de ellos -y ya hay cierta seguridad respecto a quién será- podrá ocupar La Moneda y los demás tendrán que decidir si quieren o no seguir en la vida política. Algunos tienen sus partidos y movimientos políticos y es esperable que continúen actuando, ya sea a través de quienes los representen en el Parlamento o desde los medios de comunicación y las redes sociales. Otros en cambio, se sabe, protagonizan un acto de “debut y despedida”.
A dos semanas de las elecciones es difícil hacer pronósticos sobre lo que traerá el futuro para los candidatos perdedores, y el destino de sus propuestas quedará sometido a la voluntad de los triunfadores, sin más compromiso que la comprensión respecto del apoyo que dichas propuestas puedan tener entre una ciudadanía que se siente cada vez más distante de la política y de los partidos.
Sin embargo, dentro de los ocho perdedores hay un caso que resulta particularmente preocupante: Evelyn Matthei, y no por ella misma porque ha anunciado que se retirará a la vida académica privada, sino por lo que sucederá con su sector.
Muchos pronostican ya una debacle para la Derecha por el hecho que su candidata podría tener el menor respaldo electoral del último cuarto de siglo, y no falta quien se frota las manos pensando que esta será una derrota definitiva, como si en política la rueda de la fortuna pudiera quedar clavada de manera permanente y la historia quedara congelada.
Es el mismo razonamiento de los que supusieron que la caída del Muro de Berlín representaba el triunfo irreversible del capitalismo sobre el socialismo.
Se olvidan, sin embargo, algunas dimensiones del asunto. En primer término, que la Derecha tuvo que esperar 50 años para alcanzar el Gobierno por las urnas, por lo que, como sector, no tendrá problemas en aguardar su momento.
En segundo lugar, lo que de verdad le interesa a la Derecha es el resultado de las parlamentarias.Desde que se comprobó que la popularidad del Presidente Piñera no repuntaba, cualquier analista objetivo hubiera considerado difícil la posibilidad que el actual Primer Mandatario fuera sucedido por alguien de su misma línea, pero sí mejoraban sus posibilidades en senadores y diputados con un buen nombre para la elección presidencial.
Pero incluso en las condiciones actuales que parecen tan irremontables para los partidarios de la actual administración, los analistas coinciden en que para la Nueva Mayoría es difícil lograr todos los doblajes necesarios para poder aprobar en el Congreso todas las iniciativas que tengan quórums especiales.
Esto significa en términos sencillos que la Derecha podrá refugiarse en el Parlamento para bloquear todas las propuestas de cambio que impulse el próximo Gobierno y que requieran algún tipo de quórum superior a la mayoría simple, lo que incluye virtualmente todas las reformas a la Constitución e incluso las modificaciones legales necesarias para implementar una asamblea constituyente.
El propósito es muy simple, preservar un sistema político y económico que le acomoda a la Derecha y, al mismo tiempo, impedir que la persona que suceda a Piñera pueda cumplir los aspectos políticos de su programa de gobierno.Los cambios quedarán así acotados a los acuerdos que se puedan lograr entre las fuerzas oficialistas y las opositoras.
La movilización social no vota en el Congreso, así que no tiene relevancia para estos efectos, más que para tensionar la convivencia nacional.
Es de suponer también que, una vez vencido el entusiasmo por responder a las expectativas ciudadanas propio de cualquier campaña, el compromiso del actual oficialismo por reformar aunque sea muy tangencialmente el sistema electoral binominal quedará postergado para mejores tiempos.
Nadie renuncia a soltar el mango de la sartén y suponer lo contrario es una clara falta de realismo que impide conseguir los objetivos propuestos.