No cabe duda de que el gobierno se encuentra realizando dos campañas presidenciales: la de Matthei y la del propio Piñera. La primera de estas campañas, la de Matthei, tiene por finalidad la de mantener ordenadas las propias filas y de minimizar los costos de una derrota desordenada.
Pero nadie en el oficialismo se hace demasiadas ilusiones respecto de los resultados que se pueden obtener.La encuesta CEP desmoronó la última brizna de esperanza de remontaje que quedaba.
En cambio, la campaña presidencial remota, para el regreso del propio Piñera, es otro cantar.Se trata de la preparación del terreno para que la gestión de hoy, vista en retrospectiva, pueda apreciarse en el futuro con una evaluación más benevolente que la que está consiguiendo ahora mismo.
Se trata de objetivos diversos, que pueden tener una suerte muy desigual. Tal como se presentan las cosas en este momento, puede que la acción presidencial más cuestionable se refiera al apoyo explícito a la actual abanderada oficialista.
En efecto, la debilidad medular de la candidata Matthei, para hacer que el gobierno se comprometa en la campaña de un modo que afecte su labor más propia.Las últimas semanas están demostrando que se está cometiendo este error, en parte porque Piñera oscila siempre entre exagerar su autopromoción y exagerar (para compensar) en el apoyo a su débil abanderada, porque la derecha siente que no tiene nada que perder y porque Matthei no tiene a dónde más recurrir para sostener lo que es apenas sostenible.
Al oficialismo le está saliendo todo mal.No por nada Matthei está concursando para el dudoso record del peor resultado de la derecha en una carrera presidencial, en toda la historia política de Chile.
El efecto rebote de esta situación es ampliamente negativo. No está de más recordar siempre que el mayor problema que enfrentará Bachelet no es el de la elección sino el de la gobernabilidad.
En este sentido Piñera y su administración están siendo una muy mala noticia.Durante estos años nuestra democracia ha perdido peso y prestancia institucional.En el sector público el desprestigio de la función pública ha ido en aumento, y eso será duro de revertir cuando se quieran emprender grandes tareas nacionales.
La evidencia de lo que le espera a la Alianza es demasiado apabullante.La tendencia de fondo en este sector va a ser, de todas maneras, la de concentrarse en la campaña parlamentaria.Esto es lo mismo que decir que lo que predominará es la competencia interna en el sector.Si RN se descuida, sus socios pueden mantener o acrecentar su predominio, de un modo que resultará difícilmente reversible en un tiempo próximo.
Si predomina la disputa parlamentaria, la aparente “competencia” presidencial sólo puede pasar a un segundo lugar, por ser una competencia con un resultado obvio y ya conocido.Todavía más cuando el único argumento plausible de la candidatura Matthei consiste en prometer que Bachelet está obligada a pasar a una segunda vuelta.Una promesa que, ya sabemos de la mano de las encuestas, que no podrá cumplir.
Además, este objetivo es doblemente deprimente.Primero porque la candidatura de la centroizquierda parece estar al borde mismo de conseguir ganar a la primera; de no lograrlo, quedará tan cerca de su objetivo que nada impedirá que lo logre al siguiente mes con el mínimo esfuerzo.Segundo, porque la deprimida candidatura oficialista no será la razón principal (en el mejor de los casos) de una posible extensión de la competencia electoral.
Mucho más pesará en el resultado el inusual número de candidatos presidenciales.Es decir, en el mejor de los casos hasta puede haber segunda vuelta, pero no habrá de qué alegrarse por ello desde la trinchera oficialista.
Para peor, la segunda vuelta puede llegar a ser un presente griego para la derecha.Una doble derrota en un corto espacio de tiempo, no mejorará precisamente el estado de ánimo en la Alianza, ni va a entregar un mejor impulso a su recuperación política.
El problema de la campaña de la derecha es que se está quedando en el limbo.Simplemente no sabe hacia dónde dirigirse. Pese a las declaraciones en contrario, no parece ofrecer la continuidad del actual gobierno. Y si lo hiciera sería igual condenarse porque también la gestión Piñera tiene un apoyo minoritario.Cuando Matthei promete algo, no queda claro por qué es que se lograrán los objetivos que este gobierno no ha podido conseguir.
Hay ocasiones en que el candidato hace la diferencia en positivo.Es decir, un presidente poco carismático y nada querido es reemplazado por otro que concita apoyo adicional y propio.Se hace una campaña sostenida en una personalidad destacada y descollante que hace creíble los logros adicionales, hasta ahora sin concretar.
Sin embargo, una candidata a la que se llega por rebote, tras aportar a dos liderazgos fallidos (Golborne y Longueira), no da pie para ningún culto a la personalidad. Ser el reemplazo del reemplazo no es particularmente convocador.Llegar por descarte antes que por ser una opción preferida desde el inicio tiene obvias limitaciones.
Se trata de un callejón sin salida. La derecha es ya la nueva minoría.Lo sabe, lo siente y actúa en consecuencia.
Con todo no es este su problema mayor. Lo más nefasto es que está perdiendo sin decoro, sin prestancia,sin darle motivos a sus electores para ir a votar. Por eso la situación todavía puede empeorar.