El 11 de septiembre de 1973 se inició la peor pesadilla que ha tenido la democracia chilena, ese día, fructificaron los esfuerzos del Pentágono y del Departamento de Estado de Estados Unidos secundados por dirigentes locales golpistas como Orlando Sáenz (Sofofa), León Vilarin (Camioneros), Rafael Cumsille (Confedech), Guillermo Medina (Dirigente del cobre), Agustín Edwards, los cabecillas de Patria y Libertad, el Partido Nacional y algunos representantes del Partido Demócrata Cristiano.
Ese día se quebraron en mil pedazos los sueños de toda una generación, que creyó posible construir una sociedad más justa utilizando solamente los cauces institucionales establecidos.Y fue reemplazado por un Orden Constitucional antidemocrático y cuyo propósito era justamente impedir dichos cambios.
Ese día, se convirtió en una larga noche de 17 años, y un amanecer de más de 23 que aún no termina, para dar paso a un nuevo día.
El Proyecto encabezado por Salvador Allende Gossen y respaldado por la Unidad Popular, constituida por el Partido Comunista (PC), Socialista (PS), Radical (PR), Unión Socialista Popular (USOPO), Izquierda Radical (PIR), Mapu, Izquierda Cristiana (IC), Acción Popular Independiente (API), la Central Única de Trabajadores (CUT) y las principales organizaciones nacionales del campesinado (Ranquil, Unidad Obrero Campesina), se planteaba objetivos profundamente democratizadores.
Organizar la economía nacional en 3 sectores, el área de propiedad social compuesta sólo por 91 empresas consideradas estratégicas para el desarrollo y la seguridad nacional (energía, agua, telecomunicaciones , acero, cemento, Gran Minería del Cobre, entre otros); el área mixta que estaría formada por empresas en que se asociaría el capital privado y el capital social y el área de propiedad privada donde se mantendría el 99,9% de las empresas.
Este mismo programa proponía la nacionalización de nuestras riquezas básicas, principalmente el cobre, que se logró con la aprobación unánime del Congreso Nacional, la profundización de la Reforma Agraria, y el control de precios de los productos de consumo básicos para la familia chilena.
El Programa de Salvador Allende era ambicioso también en metas de mejora de la productividad de los factores productivos, y el aumento de la inversión pública y privada.
Consideraba el perfeccionamiento de los canales y mecanismos de distribución de los productos de consumo básico, la creación de la Distribuidora Nacional DINAC, para asegurar la provisión de productos al comercio detallista, todo lo cual se traduciría en importantes aumentos de la producción, y por tanto de disponibilidad de bienes y servicios para satisfacer la demanda creciente que se generaría como consecuencia de políticas salariales tendientes a mejorar el poder adquisitivo de los sueldo y salarios
Sin embargo, los enemigos de Allende consideraron que ese Programa Básico era mucho, decidieron que no estaban dispuestos a aceptar que un gobernante socialista mostrara al mundo que, habiendo llegado al gobierno a través de elecciones, era capaz de organizar la economía de mejor manera que los grupos económicos internacionales y nacionales que la manejaban hasta ese momento.
Para la reacción chilena y para el imperio, el peligro de que un Gobierno generado en las urnas, avanzara significativamente en materias económicas y sociales (en 1971, el PIB creció más del 7%, y el desempleo se asomó apenas sobre el 3%), era evidente y había que activar todas las medidas y planes para evitarlo.
Y empezó el boicot, la guerrilla económica a nivel nacional primero, luego la campaña del terror iniciada en las postrimerías del gobierno de Eduardo Frei Montalva y acrecentada desde el inicio del gobierno de Allende; ralentización de la producción de bienes básicos, acaparamiento, distribución de bienes y servicios por fuera de los canales normales de comercialización, y por consecuencia, mercado negro, carestía y alta inflación.
A nivel internacional, negación de créditos del Fondo Monetario Internacional, condicionamientos del Banco Mundial, dificultades de abastecimiento en los mercados occidentales proveedores de bienes de consumo e insumos productivos.
Como no les bastara con el descarado boicot económico, las cabezas políticas de la derecha criolla, digitadas y financiadas por la CIA , desataron una guerra mediática jamás vista.
El control casi exclusivo de los Medios de Comunicación (superado sólo en y después de la dictadura pinochetista) les permitió empezar a instalar en la opinión publica una sensación de crisis sin salida, la idea fuerza era preparar a la población para el golpe militar que habían planificado incluso antes de que Allende asumiera, cuyo preámbulo fue el asesinato, por un comando terrorista de derecha, del Comandante en jefe del Ejército General Rene Schneider.
A lo anterior se suma que, Brigadas de Patria y Libertad, del Partido Nacional Socialista y del partido Nacional iniciaron una ola de atentados a puentes, torres de distribución eléctrica, corte de carreteras, avenidas y calles, apagones y amenazas a los dirigentes de los partidos de la Unidad Popular. Una de las muchas expresiones de dicha barbarie terrorista fue el asesinato, en el balcón de su casa, del Edecán Naval del Presidente Allende, Comandante Araya.
El de Allende era, sin lugar a dudas, un Programa Democrático, así lo recoge la Historia. El gran déficit del Gobierno de la Unidad Popular no fue económico, fue político, no alcanzó a generar la mayoría política necesaria para impulsar los cambios imprescindibles en la institucionalidad política, no llegó a consolidar las alianzas imprescindibles para transitar por los difíciles caminos de los cambios profundos y, por supuesto, los esfuerzos necesarios para modificar una Constitución que fue un tapón para dichos cambios, no alcanzaron ese fundamental objetivo.
Es muy probable que las próximas elecciones presidenciales sean ganadas por la Nueva Mayoría, alianza que representa a sectores de centro izquierda y de izquierda, lo que significa reunir a cerca del 60% a 70% de la población. Seguramente la nueva mayoría también mejorará su posición en ambas cámaras.
El éxito del próximo gobierno depende de manera importante en tener presente esa dolorosa experiencia.
Gobernar es dirigir el país, establecer alianzas, generar una gran capacidad de negociación, pero fundamentalmente, es ser fieles a quienes elegirán al próximo gobierno.El pueblo chileno, no quiere más de lo mismo, ni tampoco cambios sólo en la medida de lo posible, si en la definición de lo posible no se considera la fuerza de los movimientos sociales.
Debemos saber avanzar desde el gobierno, desde el parlamento, desde la calle, presionando, negociando, estableciendo alianzas, empujando. Debemos gobernar bien, pero sin vacilaciones, y para ello, la fuerza del pueblo informado, organizado, consciente y movilizado es imprescindible.