Hablar de discapacidad mental en Chile, es todavía hablar de locura, de camisas de fuerza, de hospitales, de hechos violentos, de peligro, de miedos. Aún es hablar de personas de las cuales hay que alejarse, porque nos provocan temor y a veces vergüenza. Los “locos” en Chile aún son una categoría en nuestro lenguaje, en nuestra mente y nuestro corazón.
La realidad que viven más de 240 mil chilenos (CASEN 2011) en el país con discapacidad mental y sus familias es todavía un mundo invisible para muchos quienes somos parte también de esta sociedad.
Y pensar en ellos como personas con sueños, capacidades, cercanos a sentir o enamorarse o simplemente vincularse con el mundo, aún parece ser una imagen lejana y utópica, frente al prejuicio y adversidad que viven diariamente.
Sin embargo el problema no sólo los considera a ellos, sino además a quienes se hacen cargo de sus cuidados.
Muchas veces aquellos que cuidan, contienen y apoyan también terminan requiriendo la ayuda y la atención de las casi inexistentes redes de apoyo públicas y privadas, debido a la fuerte carga física, emocional y monetaria que conlleva asumir esta responsabilidad.La discapacidad no sólo afecta individuos, sino que también a sus familias, creando un doble círculo de pobreza y exclusión.
Sin embargo, cuando veo a Leo y Margarita, dos de nuestros acogidos en la fundación Rostros Nuevos del Hogar de Cristo, puedo traspasar la barrera de lo invisible, a lo visible y emocionarme al evidenciar en sus rostros el brillo que reflejan sus miradas enamoradas.
El amor no sólo es posible, sino que se expresa de manera sublime en la vida de las personas que la sociedad supone “no aptas” para vivir en comunidad.Ellos viven el amor de manera gratuita, generosa, sin dobleces y con total entrega, de un modo muchas veces ausente en los vínculos que generamos aquellos que supuestamente somos “cuerdos” y formamos parte de esta sociedad con totales garantías y derechos.
Encontrarme con ellos mientras recorro los talleres laborales que existen en Estación Central, toparme con sus miradas de hombres y mujeres afanados en realizar con todas sus energías las labores diarias, no puede más que reafirmar la convicción y el sueño que nos inspira; el de un país más inclusivo y con más oportunidades, un Chile que respete aquellos que tienen capacidades y discapacidades distintas a las mías.
Lo que comúnmente valoramos y catalogamos como “normalidad”, carece muchas veces de franqueza, capacidad de vínculo y cercanía que encontramos en abundancia en ese otro mundo que mal denominados locura.
Hoy nuestro desafío es que las personas con discapacidad mental, sus familias y sus demandas, puedan ser vistas por cada uno de nosotros; se requieren de forma urgente políticas públicas pertinentes y sustentables en el tiempo, que permitan abordar aspectos preventivos y de rehabilitación para mejorar su calidad de vida y permitir su plena inclusión.