El Presidente Sebastián Piñera sorprendió a su sector político cuando en una entrevista el fin de semana pasado, afirmó respecto del golpe de Estado y las violaciones a los derechos humanos que “hubo muchos que fueron cómplices pasivos” e incluso fue más allá, al cuestionar a los jueces que “negaron recursos de amparo que habrían podido salvar muchas vidas”.
Las reacciones no se hicieron esperar y la Asociación Nacional de Magistrados más tarde pediría perdón a las víctimas y reconocería que el Poder Judicial y la Corte Suprema de la época “claudicaron en su labor esencial de tutelar los derechos fundamentales y proteger a quienes fueron víctimas del abuso estatal”, emplazando, asimismo, al máximo tribunal a “realizar también la necesaria reflexión crítica” por no haber dado a los perseguidos y víctimas la protección jurisdiccional que tantas veces le fue reclamada.
A 40 años del golpe de Estado al que siguió la dictadura militar que -según los informes Valech y Rettig- dejó a 28 mil personas torturadas, 2.279 ejecutados políticos y 1.248 detenidos desaparecidos, como en una hilera de dominó que reacciona a un primer toque, la Corte Suprema no pudo desoír la solicitud de los jueces de la nueva generación.
Aunque no pidió perdón, sí reconoció “dejación y omisiones” durante la dictadura y explicitó su compromiso “para que ese comportamiento no se repita”, enunciando implícitamente garantías de no repetición.
Pero las palabras de Piñera no sólo salpicaron al Poder Judicial y, particularmente, a la Corte Suprema, sino a la propia derecha, que posteriormente le pasaría la cuenta por su intento fallido de ubicarse como un estadista frente a hechos históricos como la conmemoración de los 40 años, a costa de explicitar sus diferencias con la Alianza.
Es su obsesión por proyectarse a La Moneda el 2017 la que lo hizo no calcular el costo de posicionarse en materia de Derechos Humanos en la vereda opuesta a la de sus aliados, para hacer un coqueteo al centro político (con el cual parece simpatizar).Estrategia que probablemente antecederá su decisión de volver a militar en Renovación Nacional luego de dejar la presidencia y de liderar el partido para construir su plataforma de proyección hacia un segundo periodo de gobierno.
Tras evidenciar su molestia por los dichos de Piñera, la presión de la derecha hizo recular al Presidente en el acto oficial de La Moneda en el cual fue el único orador y al que sólo asistieron los candidatos presidenciales Israel, Sfeir y Matthei, aunque habían sido invitados la totalidad de ellos.
Evitó hablar de los “cómplices pasivos” como lo había hecho días antes, dichos que tan mal le habían caído a su socio Carlos Larraín, que calificó como “antipáticos para muchos de sus colaboradores y de los nuestros”.
Tampoco usó la palabra dictadura, seguramente para no incomodar a personeros como el actual diputado de su propio partido Alberto Cardemil, al que no le pareció lo de “cómplices pasivos” y dijo no sentirse aludido, aunque como subsecretario del Interior en dictadura infiltró y espió a los profesionales de la Vicaría de la Solidaridad.
O al ex capitán de Ejército y diputado también de Renovación Nacional, Rosauro Martínez, que integró la CNI y la DINA y que habría dispuesto el homicidio de tres integrantes del MIR.
En su suavizada alocución, Piñera tampoco habrá querido incomodar al ex coronel de Ejército, integrante de la DINA y alcalde por 16 años en Providencia, el UDI Cristián Labbé, implicado en casos de tortura en el Casino de la Escuela de Suboficiales de Tejas Verdes, recinto de detención, laboratorio y centro de entrenamiento de agentes de la DINA.
En su discurso en La Moneda el Presidente seguramente no tuvo el ánimo de provocar al Mercurio, que en una editorial calificó de “injustos” los cuestionamientos que Piñera había hecho al rol de la prensa en dictadura, que en el caso del vespertino La Segunda llegó a titular “Exterminados como ratones” para referirse a la muerte de 119 personas en el marco de la operación Colombo.
Los “cómplice pasivos” -en palabras de Piñera- fueron quienes “sabían (de las violaciones a los DDHH) y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada”.
Descripción en la que caben innumerables civiles que participaron en la dictadura militar y a quienes la justicia no ha alcanzado en su rol de encubridores, y que siguen escondiéndose en una derecha que no termina de reconocer su complicidad en una de las etapas más oscuras de la historia de Chile reciente.