Durante las últimas semanas hemos sido testigos de cómo las emergencias nuevamente han copado parte importante de la agenda noticiosa, e incluso política.
Una agenda que se agota y diluye en la medida en que transcurren los días o con la velocidad que viaja un twitter, sin dejar otra huella que aumentar las páginas de los archivos de discursos y pasar rápidamente a algún link de la web.
Dos incendios de proporciones en el centro de Santiago, el de la Iglesia San Francisco en Valparaíso, una fuga de un penal (San Miguel), la muerte de un carabinero, sólo por mencionar algunas de gran connotación.
A veces me pregunto ¿por qué no será posible establecer un debate serio,asociado a una cultura de anticipación y prevención?En los casos mencionados ni siquiera alcanza a una de carácter reactivo.
Sólo se aprecia la carencia de una reflexión madura que permita mejorar el sistema, incluso cuando las consecuencias han sido la pérdida de vidas, como es el caso del subteniente Daniel Silva , o de un patrimonio de alto valor cultural como es el de la Iglesia San Francisco, donde las obras de reparación del incendio ocurrido en 2010,y que aún no habían terminado, alcanzaban la suma de cerca de 3 mil millones de pesos.
¿Ser buenos o ser mejores? Es la pregunta que nos debemos plantear.
En gestión de emergencias suele señalarse que dos de las más comunes e importantes limitaciones para mejorar son los egos y la tradición. Aunque esto último moleste a muchos, la tradición suele ser utilizada como un argumento casi religioso, pero muy lejano a las reales necesidades de mejora en la seguridad que requiere una comunidad.
Los egos y la tradición parecieran llevarnos a levantar cada cierto tiempo las banderas de lo bueno que somos, y cuando ocurre lo indeseado, solemos evitar preguntarnos si pudimos hacerlo mejor, si los procedimientos son los correctos, si el equipo de protección personal es el adecuado, si las competencias demostradas pueden ser mejoradas, si las técnicas y tácticas desplegadas cumplieron su fin de mitigar y controlar la emergencia de manera segura, efectiva y eficiente. Si lo realizado hizo que la emergencia escalara, pues hay una máxima en emergencias, no hacer más daño.
Pero nada de esto ocurre. Twitter revienta, lloramos sobre la leche derramada. Nadie recuperará la vida del carabinero, tampoco el dolor de sus seres queridos, o la pérdida de recursos económicos producto de la destrucción de infraestructura, por los incendios.
Quizás aquí surge otra de las preguntas propias de la gestión de emergencias, ¿cuánto estamos dispuestos a perder? Pareciera que mucho.
Un gobierno no hace su trabajo cuando deja de velar por el “bosque”.Permitir que el “mejorar” sólo signifique una mera iniciativa o la reflexión de una institución pública o privada resulta reprobable, pues se requiere de una mira global, liderazgo y directrices superiores capaces de romper las resistencias propias de los egos y tradiciones institucionales.
¿Alguien se ha preguntado si ante tal o cual emergencia se actuó de acuerdo a los procedimientos, técnicas o estándares recomendados; si quienes actuaron tienen el mejor entrenamiento; o simplemente saber si la próxima vez que algo ocurra se habrá perfeccionado el actuar de los equipos de respuesta? Pero bueno, el que nada sabe, nada teme, algo que sólo será preocupación de muchos cuando vivan la emergencia.
Claramente aquí todos tenemos algo que preguntarnos, pero pocas veces lo hacemos, preferimos sentarnos en la galería. Aún recuerdo cuando un carabinero fue brutalmente golpeado en la cabeza por un manifestante con un skate, nunca vi una pregunta tan simple como ¿por qué un carabinero estaba en una protesta sin casco?
¿Entonces por dónde comenzar? Quizás por instalar la tradición que debe caracterizar a cualquier sistema de emergencias, ser siempre mejores.