Hace sólo unos días el Papa Francisco hablaba de las dimensiones de la pobreza. En diversos discursos y prédicas durante su estada en Brasil, el Sumo Pontífice reclamó que queda mucho por hacer, pese a la preocupación de todos los políticos, para superar la pobreza material en que viven millones de personas en el mundo.
Sin embargo, lamentó que poco y nada se haga para superar la pobreza de espíritu que sufren miles de seres humanos, sin distinción de credo, raza o condición social.
En Chile la preocupación por años se ha centrado en satisfacer las necesidades materiales de las personas de más escasos recursos y, ciertamente, ha habido avances.
No obstante, como país no nos hemos abocado como debiésemos al enriquecimiento espiritual de nuestra gente y, lo que es peor, creemos que garantizando casas, altas cifras de empleo y crecimiento, no debiese haber mayores problemas sociales.
Lo hizo ayer la Concertación cuando fue Gobierno y se vanagloriaba de sus equilibrios macro; lo hace hoy la Derecha, cuando resalta con majadería las cifras de crecimiento y cesantía. Los chilenos hoy reclaman más, exigen más y ello, como bien lo dijo la ex Presidenta Bachelet, significa que ponerse la banda presidencial de ahora en adelante, será todavía más complejo.
Nuestros jóvenes en las calles demuestran desde hace tiempo que las políticas sociales deben girar un poco más profundo. No basta con más becas y créditos, porque lo que ellos claman es igualdad y calidad.
Algo parecido ocurre con la justicia. Aunque no se diga, nadie discute que el acceso a la justicia lamentablemente está condicionado por los recursos de la víctima o victimario, según sea el caso.
Un ejemplo, hace unos días junto a los diputados Rincón y Silver planteamos una arista más desconocida, pero no menos grave del caso SENAME: es la situación de cientos de niños que han sido alejados irregularmente de sus familias y recluidos en hogares.
Obviamente ello no le ocurrirá a una familia acomodada en Chile, pero si así fuese el escándalo sería inmenso, porque a la luz de los antecedentes que se manejan, bien puede hablarse de secuestro, por parte del Estado, de niños que nunca debieron salir de sus hogares.
¿Por qué entonces esos pequeños no están junto a sus padres? La razón es sencilla.Se juntan las dos pobrezas de las que habla el Papa Francisco y el resultado es un desastre de proporciones.
Por un lado, la pobreza material de los progenitores y, por otro, la pobreza espiritual de inescrupulosos que usan sus parcelas de poder en el Estado para retener niños en forma arbitraria, sin plazo, algunos sin mayor explicación que las condiciones sociales y económicas desmejoradas en que viven las familias víctimas de esta realidad.
Estamos en presencia de una clara violación de derechos humanos. Ni al más infame de los delincuentes en Chile se le priva del contacto con su familia o seres queridos, pero estos niños no pueden ver a sus padres durante años en la etapa de sus vidas en que más necesitan de ellos.
Un abogado que ayuda a madres y padres que enfrentan esta realidad, asegura que “ellos deben hacer esfuerzos sublimes para ir a visitarlos a los centros de acogida de menores. Por lo tanto, se les causa un grave perjuicio, no solamente económico, sino sobre todo moral y sicológico”.
¿Qué hace el SENAME frente a este problema que se conoce en los ya famosos informes del Poder Judicial y UNICEF? Nada. Ni siquiera anuncia una investigación para determinar dónde está el origen de un problema que no es inventado, que tiene víctimas de carne y hueso y que lacera el corazón de cientos de familias.
Como país no podemos hacer vista gorda ni esconder la cabeza como el avestruz.
Debemos demostrar la riqueza espiritual que demanda el Papa Francisco y actuar con el sentido de urgencia que amerita un drama de esta magnitud. Aún es tiempo.