El 20 de julio participamos en el “Encuentro Ciudadano: Plebiscito para una Nueva Constitución”, que contó con una amplia convocatoria y transversalidad de actores sociales. El evento que podría ser considerado histórico, tuvo débil cobertura mediática.
El cerco de siempre a la voz de la ciudadanía libre y viva, a los movimientos que impulsan la transformación del disfuncional modelo socioeconómico y de desarrollo impuesto durante la dictadura a sangre y fuego, y por medio de una Constitución y leyes ‘orgánicas’ complementarias claramente espurias.
Invitado como ambientalista me referí a esta trampa estructural y sus nefastas consecuencias socio ambientales. Reflexionando después me di cuenta que poco dije respecto del medio ambiente y se me vinieron a la mente varias cosas.
Una es que cuando cambiemos la Constitución es prioridad poner las cosas en su lugar: una carta fundamental orientada hacia la vida debe establecer que la naturaleza está primero. En diversos ambientes políticos, por muy distintos motivos, esta premisa todavía es herejía.
Lo es, en términos de una letal epistemología occidental, que ya no tiene puntos cardinales, sino surge como una emanación del vórtice del sistema urbano-industrial-tecnológico-militar globalizado. Esta afirma, por razones teológicas, demagógicas, o por fundamental falta de cultura bio-ecológica, que los seres humanos están primero. Falso.
En nuestro planeta de casi 5.000 millones (Ms) de años la vida microscópica surge absolutamente primero, hace unos 3.500 Ms de años. En otras palabras, durante la mayor parte de su historia la Tierra ha albergado vida, pero por más de la mitad de su existencia el planeta fue el territorio indisputado del Reino Bacteria.
Mil 500 Ms de años después, o sea hace 2.000 Ms de años aparecen sus descendientes, los Protoctistas,algas y mohos.
Sólo hace 542 Ms de años aparecen los primeros animales –reino que abarca desde organismos microscópicos hasta las ballenas-, después los primeros hongos y hace unos 430 Ms de años aparecen las primeras plantas.
Los primates hace unos 50 Ms de años, los homínidos hace unos 15 a 20 Ms de años, homo erectus hace unos 1.6 Ms de años, neardenthal hace unos 150.000 años y ¡finalmente! sapiens sapiens hace unos treinta o cuarenta mil años.
Somos absolutamente los últimos recién llegados a esta historia natural. Lo importante a subrayar es que las bacterias moldearon literalmente nuestro planeta, incluida la atmósfera, y crearon las condiciones para la existencia y evolución de las formas de vida más complejas.
A esta titánica tarea se sumaron posteriormente todos los animales, plantas y hongos que nos antecedieron, proveyéndonos de aire con oxígeno, CO2 para que no se congele la biosfera, suelos fértiles, y alimentos producto de la fotosíntesis. Los cinco reinos –bacteria, protoctistas, hongos, plantas y animales- están íntimamente entreverados.
Como nos enseñó Lynn Margulis, la evolución no es impulsada por la competencia, sino, muy por el contrario, por la cooperación y la simbiosis. De hecho los biólogos moleculares han dilucidado que todos los animales, plantas y hongos compartimos un ancestro que vivió hace unos 1.600 Ms de años.
Así, los humanos compartimos 18% de nuestro ADN con la levadura, 24 con la uva y el arroz, 38 con las lombrices intestinales, 44 con las abejas, 54 con anémonas, 65 con las gallinas, 84 con perros, caballos y vacas, 88 con el ratón y más de 90% con los chimpancés.
De hecho, compartimos el 98% de nuestro ADN con el chimpancé bonobo. ¡Sólo un 2% de ADN nos hace únicamente humanos! Entonces descubrimos: que somos los recién llegados; que junto con los otros dos reinos –plantas y hongos- ascendemos de las bacterias y los protoctistas; que todos juntos constituimos una cercana familia, como siempre lo han sabido los pueblos arraigados y que la naturaleza no es externa, sino nuestra propia naturaleza.
Si esta información no nos provoca una ruptura epistemológica, eliminando la arrogancia antropocéntrica de nuestro sistema, es que estamos totalmente anestesiados.
La naturaleza estuvo y está primero, y estará ahí nuevamente, sin nosotros, si no despertamos ya.Este tipo de conocimiento debiera ser el fundamento de nuestra nueva constitución.
Necesitamos que la ley –mientras no sea una cultura internalizada- mandate conocer nuestro territorio y lo que alberga, a cabalidad, y que lo ordenemos cuidadosamente, que lo protejamos, incluso restauremos –glaciares, cuencas, ríos, aguas, bosques, suelos, especies- y que modulemos sabiamente nuestra relación con todo ello. Esto es pura auto-preservación.
Buda invitaba a preguntarnos ¿Quiénes somos? ¿De adonde venimos? ¿Adónde vamos?
Una respuesta moderna sería: polvo y bacterias somos y bacterias y polvo seremos… si no cuidamos la comunidad biótica de la que somos parte, y que sigue tratando de sustentar la actual biósfera en el planeta Tierra.