Aunque tenemos una candidata con posibilidades de ocupar por segunda vez la presidencia, en Chile las mujeres tienen muy baja representación política. Según un estudio de ONU Mujeres y la Unión Parlamentaria, ni en los partidos ni en los cargos de poder su proporción es significativa.
Un ejemplo, aunque las mujeres somos más del 50% de la población, en la Cámara de Diputados hay 103 hombres y sólo 17 mujeres. Las senadoras son cinco de 38.Chile ocupa el lugar 88 en un ranking mundial de mujeres en el parlamento.
¿Y qué? se preguntarán algunos. Después de todo, sociedades con baja representación femenina han logrado importantes avances por la equidad de género. Los partidos de la izquierda europea efectivamente avanzaron hacia la igualdad jurídica de las mujeres después de la Segunda Guerra Mundial con una proporción igualmente baja de mujeres en política. Las ideas de igualdad aparentemente bastaban para que las mujeres se sintieran identificadas con agendas programáticas que representaban sus intereses.
Pero parece que algo ha cambiado en el mundo. Para distinguirlo de la “política de las ideas” que imperaba hasta hace poco, la académica de la London School of Economics Anne Phillips ha llamado a este fenómeno la “política de la presencia”. Parlamentos donde se presume que los hombres representan los intereses de las mujeres, los ricos a los pobres, los del centro a los de regiones y los blancos a las minorías étnicas o culturales hacen sospechar que algo anda mal. La gente crecientemente espera que sus representantes no sólo defiendan sus intereses, sino que sean una suerte de espejo de la sociedad.
El origen de la demanda por presencia es una profunda desconfianza en las instituciones, especialmente en los partidos políticos. Si las mujeres somos la mitad, ¿por qué hay tan pocas en el Congreso? Es evidente que la sociedad no les ofrece las mismas oportunidades que a los hombres para ocupar cargos de poder.
“O la sociedad trata a hombres y mujeres como auténticos iguales, en cuyo caso estarán presentes en igual número en cualquier foro de toma de decisiones, o los trata de forma injusta, en cuyo caso necesitamos acuerdos especiales que garanticen una presencia igual,” dice Phillips. Y de ahí medidas como las cuotas para minorías y los incentivos a la paridad entre hombres y mujeres.
Esto no significa que las ideas dejen de ser importantes. No todas las mujeres piensan lo mismo, ni siquiera acerca de temas considerados parte de la agenda de género como el divorcio o el aborto.
La presencia no reemplaza las legítimas diferencias ideológicas que redundan en propuestas programáticas distintas. Las ideas siguen siendo el componente central de la política. Pero en tiempos de crisis de legitimidad de las instituciones, parte de la demanda por mayor participación es una efectiva equidad en el acceso a cargos de poder.
Hacer que nuestras instituciones reflejen distintas ideas pero también identidades sociales, de género, regionales, étnicas o culturales es una necesidad si queremos fortalecer la legitimidad y representatividad de nuestra democracia.