Las primarias se tornaron populares. Todos hablan ya de que debiera votar al menos el 10% del padrón electoral lo que representa también una exitosa primaria, con voto voluntario, en el contexto internacional.
Claramente en la oposición, y más allá de la enorme adhesión que Bachelet concita en la ciudadanía, las primarias con cuatro candidatos, con historia común y un mar de coincidencias, pero de distintos perfiles y sensibilidades, revelan que era necesario que se expresaran también los acentos políticos y programáticos distintos, que hubiera una catarsis delante de la ciudadanía, que se acreditaran algunos de los nuevos liderazgos – yo agrego a Carolina Toha y Lagos Weber que apoyando a Bachelet no están en esta contienda – y que se marcara una diversidad incluso cultural que es la base de un bloque que quiere construir una nueva mayoría política y social.
En ese proyecto no sobra nadie. Bachelet, Orrego, Velasco y Gómez agregan al liderazg@ vencedor votos e ideas, ya que perfilan hacia la izquierda, el centro, el mundo liberal y la sociedad civil e intentan conectarse especialmente con esa parte de la sociedad donde cunde la desconfianza, la abstención, el desinterés. Además retienen electores, impiden la dispersión, permiten que gente que se reconoce molesta, que se descubre distinta, que tal vez no hubiera votado, camine hacia un nuevo proyecto común para trabajar por un país más igualitario y más libre.
En la derecha, la primaria es toda una novedad. Introduce también allí códigos de participación democrática que dejarán huellas hacia el futuro en un mundo donde las estructuras partidarias, habituadas a las designaciones verticales, deberán cotejarse con la voluntad de los electores del país en la designación de sus candidatos.
Las primarias llegaron para quedarse. Han sido instaladas como un factor de participación ciudadana y de legitimidad política en un sistema electoral que como el binominal restringe la competencia, las opciones de pluralidad, tergiversa la soberanía popular y contribuye al desprestigio y la falta de representatividad del parlamento.
Las primarias no anulan la exigencia de cambio del binominal, como han sostenido sectores ultraizquierdistas, por el contrario lo agudizan, lo hacen más evidente y relevante. Tampoco dividen al electorado de la oposición, como sostuvieron algunos antiguos líderes de la Concertación que siempre vieron como innecesarias estas primarias.
Hoy se muestra, con mayor fuerza, el grave error de los dirigentes de los partidos políticos de oposición que consumidos en el afán de mantener las cuotas de poder de cada colectividad no acordaron las primarias legales parlamentarias y no colocaron los cupos en competencia para que la ciudadanía eligiera a los mejores.
Esto habría fortalecido aún más la primarias, habría mostrado dirigentes partidarios conectados con la nueva realidad de Chile y el mundo, habría permitido tener un elenco de candidatos refrendados por la ciudadanía y con mayores posibilidades de conquistar una gran mayoría parlamentaria para los cambios.
Hoy el primer desafío de Michelle es ganar con amplitud las primarias, superando la campaña del terror en su contra y el exceso de confianza de partidarios que no concurran a votar porque la consideran segura.
En medio de las primarias presidenciales ha nacido en la oposición un nuevo bloque político, la Nueva Mayoría, que reemplaza a la Concertación por la Democracia y que será el conglomerado que, encabezado por Michelle Bachelet , que ganará las primarias, venza también en las elecciones de noviembre y sustente su nuevo gobierno.
Este ha sido un parto complejo pero fuertemente impuesto finalmente por la realidad.Nueva Mayoría es una alianza de centroizquierda, más amplia hacia la izquierda porque contiene al PC, al MÁS, a la IC, con una DC reperfilada efectivamente en sus ideas y principios, pero también abierta hacia las ideas liberales democráticas que fueron parte fundativamente de la Concertación y que hoy se expresan más nítidamente en la postulación de Andrés Velasco.
Pero es un conglomerado que debe ir más allá y ser capaz de construir un pacto con el mundo social, con la ciudadanía, para abordar cambios tan de fondo como los que se anhelan y expresan en Michelle Bachelet: Nueva Constitución, gratuidad, calidad, fin al lucro en educación, profunda reforma tributaria para disponer de los recursos para ello y para más amplias políticas sociales encaminadas a disminuir las brechas de desigualdad en la sociedad chilena.
Al día siguiente de las primarias habrá que componer en torno a Bachelet un nuevo eje político y todos los partidos y candidatos que han participado en ellas deberán tener un espacio en el comando político de la campaña y, sobre todo, en la elaboración de un programa que exprese esta diversidad pero, a la vez, los cambios estructurales al modelo económico y al sistema político, que exige la ciudadanía.
Componer el nuevo cuadro del comando presidencial y escuchar e integrar a todos, es el segundo desafío de Michelle.
En la derecha el panorama pos primarias se dibuja como mucho más complejo. Si gana Allamand, la UDI tendrá grandes dificultades para apoyarlo y solo lo hará si hay garantías de un verdadero y nuevo sacrificio de RN en el tema parlamentario que le permita a la UDI mantener la alta cuota de diputados y senadores que constituye su verdadero poder sea en las instituciones que en la diversidad de sectores hacia los cuales llega socialmente.
Si gana Longueira y con él la derecha más ligada al modelo económico neoliberal, que ha imposibilitado los cambios políticos y que representa las visiones más duras e integristas culturalmente, quedará un gran espacio que es parte del electorado que acompañó y posibilitó el triunfo de Piñera y que puede no votar por un candidato tan extremo. Ello implicaría una fuerte polarización y probablemente un crecimiento electoral no sólo de Parisi, que podría representar la alternativa natural hacia donde convergerán esos votos, sino también a MEO no sólo porque la vez pasada ya un sector de derecha voto por él en la primera vuelta, sino, además y sobre todo, en cuanto su candidatura es percibida como dañina para Bachelet.
Gobernar no será fácil para nadie en los próximos años y habrá que asegurar una fórmula que es lo que Robert Dalh llamaría “cuadrar el círculo” para combinar estabilidad, gobernabilidad, cambios profundos e inclusión de una sociedad civil y de un mundo social movilizado y presente en la configuración de la agenda política.
Una de las dificultades del actual gobierno de Piñera y de sus partidos y candidatos es que no perciben o ignoran los cambios que se están produciendo en la subjetividad de la sociedad chilena y a nivel planetario.
Lo que ocurre, especialmente en Brasil donde hay un potente liderazgo como el de la Presidenta Dilma Rousseff muestra que nadie podrá gobernar, y menos en un sentido progresista, sin tener en cuenta ese nuevo escenario social y la capacidad de conexión que incorporan las nuevas tecnologías de la comunicación y que permiten a millones de seres humanos, transversalmente, sin tiempo ni espacio delimitado, convocarse, criticar, levantar agendas, construir movimientos virtuales y reales, capaces de contestar las políticas gubernamentales, de exigir transparencia y castigar la corrupción, pero también de sostener los cambios sociales, políticos, económicos y valóricos.
Es tiempo de cambio y ello es ineludible. Pero es también tiempo de protagonismo ciudadano y el mensaje para todos es que en Chile o se hacen los cambios que la sociedad espera o habrá reventones sociales, manifestaciones, hasta que millones de personas se queden en la calle y no permitan seguir gobernando a quienes se opongan a las transformaciones.
Así ocurre en diversas latitudes del mundo, así sucederá también en Chile si la clase política no escucha a la sociedad. Quien mejor lo comprenda podrá encabezar ese proceso.
Ese es el tercer y verdadero desafío de Bachelet y del progresismo chileno: gobernar, como diría Morín, la complejidad.