El 17 de noviembre de este año, postularán al parlamento varios dirigentes que encabezaron las movilizaciones estudiantiles del 2011, marcando un punto de inflexión en la relación entre la ciudadanía y la institucionalidad política.
Sin duda que, movimientos ciudadanos como los de Aysén, Frerina, Calama y Rengo, las movilizaciones de los trabajadores portuarios, del cobre y del retail, los movimientos medioambientalistas, los movimientos por la diversidad étnica y por la diversidad sexual, y los movimientos territoriales por la defensa de la ciudad y la calidad de vida, que han ido instalando crecientemente sus demandas, han dado paso sin lugar a dudas, a una presencia más solida del mundo social en la agenda pública.
Y son los estudiantes, con su demanda de educación universal gratuita y de calidad, y término del lucro en la educación, los que han consolidado la posición de los movimientos sociales. En su discurso cobró mucha fuerza la queja y en algunos casos hasta el desprecio por la denominada “clase política”. Suponemos que se refieren a parlamentarios, Presidente de la República, ministros, dirigentes, jefes de partidos, y la protesta es por la forma en que hacen política, sobre todo, por la poca transparencia de su actuar.
Que la institucionalidad política chilena tiene mal olor es algo más que obvio. Nos rige una Constitución hecha por la dictadura para instalar un sistema político y económico que le garantizara a la derecha la “continuidad” de la obra “del general”.
Un sistema político donde 35% es lo mismo que 65%, supuestamente para generar “estabilidad” (que los poderosos definen de acuerdo a sus particulares intereses). Un sistema económico que privilegia y discrimina a favor de los grandes empresarios considerados “motor del desarrollo”.
Esta institucionalidad, hecha a sangre y fuego, que ha sido modificada pero sólo en aspectos no esenciales por los gobiernos de la Concertación, con todos los candados de la dictadura intactos, es la que irrita al mundo social, a una parte de los dirigentes políticos y a unos pocos parlamentarios.
La política en Chile, desde el término formal de la dictadura se ha definido por metas “en la medida de lo posible” (mediante la política de los consensos instalada en mesas de diálogo, con los mismos actores de siempre) y por programas que ofrecían básicamente “más de lo mismo”. El “realismo político” aconsejó a los gobernantes de la Concertación no embarcarse en tareas para las cuales no iban a contar con el apoyo parlamentario de la derecha, ni menos en reformas que supusieran cambios constitucionales de fondo.
Los movimientos estudiantiles nos han mostrado (y en general las movilizaciones sociales cuando son masivas, también), que la fuente del poder para realizar cambios, no está sólo en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, sino también en la calle, y cuando la calle está activa, se hace visible para los controlados medios de comunicación.
Los movimientos sociales nos han enseñado que la barrera de lo posible, puede ser corrida más adelante si los gobernantes se apoyan en la gente y sus organizaciones, pero además han señalado que ya no quieren más de lo mismo, que quieren participar e incidir en la definición de qué tipo de país, qué tipo de desarrollo, qué tipo de sociedad, qué tipo de forma de vida deseamos construir, este es un dato clave para la gobernabilidad futura de Chile, los movimientos sociales llegaron para quedarse y se hace imprescindible gobernar con ellos.
Cuando dirigentes como Camila Vallejos, Giorgio Jackson, Camilo Ballesteros, Gabriel Boric deciden dar el paso y postularse como candidatos al parlamento, planteando en su discurso que la lucha hay que darla en todos los frentes, sin lugar a dudas es una decisión que la ciudadanía debe aplaudir.
No debe haber sido una decisión fácil, hasta ahora muy pocas personas los han criticado y muchos tienen la esperanza de que contribuyan a “refrescar” la política, a dar un “aire nuevo y limpio” al Parlamento, a ser los voceros in situ de los movimientos sociales. Ellos por su parte, tienen meridianamente claro que la mirada de la ciudadanía y sobre todo la de los movimientos sociales estará muy atenta a su actuar.
El aporte de la nueva generación de parlamentarios en el proceso de construir confianzas entre los mundos sociales y políticos, será sin lugar a dudas muy importante, ellos saben actuar a cara limpia y con las manos abiertas, subir el techo de lo posible, recuperar nuestra capacidad de soñar, combinar la negociación con la presión.
Ellos sabrán cómo votar en el parlamento y convivir con los movimientos sociales, sabrán cómo combinar presión con negociación, porque si de algo deben estar seguros, es que los movimientos sociales estarán prestos a sus convocatorias.
Les corresponderá un arduo trabajo para evitar que el sistema se consolide e instale nuevos paradigmas conservadores. Deberán luchar por incorporar en el Programa de Gobierno políticas públicas para profundizar de verdad la democracia, poniendo énfasis en la participación ciudadana protagónica y vinculante en los asuntos de interés nacional.
Sin duda ellos estarán a la cabeza del movimiento para avanzar rápidamente en un proceso de Educación Universal, de calidad y gratuita y formarán parte del conjunto de movimientos sociales que levantarán la demanda para generar un proceso constituyente que cambie la actual constitución.
Este mismo movimiento social, amplio, transversal e inclusivo impulsará las demandas de democratizar la economía emparejando de verdad la cancha para que las empresas de menor tamaño puedan competir en el mercado, la imprescindible reforma del Código del Trabajo y el cambio del actual Sistema de Pensiones basado fundamentalmente en el ahorro individual a un Sistema de Reparto.
En suma, avanzar con decisión y firmeza en la disminución de las desigualdades deben ser los ejes programáticos principales del nuevo Gobierno.