El uso inicial de las drogas, estaba configurado por un sentido fuertemente trascendente para contactarse con dioses y espíritus.Poco a poco, debido al poder de algunas para alterar definitivamente el juicio de realidad, terminaron con la prohibición de la gran mayoría, debido a la posibilidad de violencia contra las personas y/o daño al bien común, y/o de enfermedad adictiva.
Hoy son sólo “bienes de consumo”, legales o ilegales, regidas por el mercado, destinadas a generar ganancias a través de la satisfacción de necesidades hedonistas y egocéntricas.
Baste mencionar que las modificaciones transgénicas de la marihuana actual, han subido el % de THC (molécula activa que “vuela”) desde un 5% a cerca de un 20%, y por ende, su poder de placer adictivo.
En general, el abuso de todas las drogas químicas y “no químicas”, interactúa con el sistema cerebral -mental placer- recompensa, modificándolo progresivamente en sus funciones y estructura, finalmente de forma irreversible.
Estas transformaciones, pueden destruir o llegar a modificar la expresión de la información genética de las neuronas, emergiendo de forma definitiva y “adictiva”, nuevas relaciones de los receptores con los neurotransmisores.
En el caso de la popular marihuana, hoy se sabe casi con absoluta certeza, que produce adicción con las características anteriores. Es decir, en su caso, no hay adicción “sólo mental”, ya que esto no existe.
Su uso perturba el delicado equilibrio fisiológico del sistema destinado a la producción de nuestras “propias marihuanas” endógenas, que naturalmente producen relajación y tranquilidad, anestesia, sensaciones placenteras y otros efectos de los llamados “terapeúticos”.
Además, el THC, es liposoluble, es decir, se almacena en todas las células, atravesando su membrana celular. De allí su metabolización ultra lenta y acumulativa en todo el cuerpo.
De los consumidores habituales, entre un 10 a un 20% con mayores riesgos, terminarán adictos, es decir, enfermos, después de 5 años promedio de uso. (Ver 9 Estudio en Chile del SENDA)
Su uso regular, está asociada entre otros efectos comprobados, a desmotivación progresiva, alteración de la memoria de corto plazo y de la concentración, daño pulmonar, alteración en la motricidad fina, baja en los rendimientos escolares y laborales, mayor riesgo de accidentes laborales y de automóvil, crisis de pánico, estados paranoides, activación de cuadros esquizofrénicos larvados, y en caso de ser usada en el embarazo, alteraciones cognitivas del futuro niño.
Mientras más precoz el inicio de su consumo en niños y adolescentes debido a factores etarios y psicosociales, mayores son los riesgos de uso, abuso y adicción debido a la inmadurez cerebral. (El cerebro “termina” de madurar alrededor de los 24 años).
Los factores de riesgo, iguales a los del alcohol, incluyen la facilidad de acceso, baja percepción de riesgo de uso, leyes favorables a su uso, disfunciones y pobre manejo familiar, historia de uso familiar, actitudes parentales que favorecen su consumo, bajo control escolar sobre su uso, pares antisociales, amigos y pares que la usen, problemas escolares, conductas antisociales y delincuenciales, consumo de alcohol y otras drogas, rasgos de personalidad como impulsividad y alta búsqueda de la novedad, el riesgo y lo placentero (estas tres últimas propias del período adolescente), y la presencia de soledad, desamor y sinsentido existencial.
Despenalizar“el auto cultivo”, significaría la presencia de un mercado “legal” de venta “hogareña”, exponiendo de forma no ética, a niños y adolescentes de riesgo a su uso precoz.
Por último debemos recordar que el uso, abuso y la adicción, como problemas de salud pública y también los legales, como el tráfico y el micro tráfico, dañan mucho más severamente a las familias de los sectores más populares y pobres, lo que acentuaría un injusto aumento de las desigualdades actuales.