Con el mes de abril llegó el otoño -al país y a la política-, anunciando el fin de un ciclo y el cambio de estación. No todos los frutos esperados llegaron a buen término, revelando la existencia de una pluralidad de agentes y situaciones que inhibieron la maduración de importantes procesos.
Los actores y movimientos sociales –estudiantiles, de trabajadores, de vecinos y habitantes de una diversidad de localidades, de la diversidad sexual- por miles salieron a las calles: dieron cuenta de sus avances organizativos, expresaron sus demandas y plantearon propuestas a la ciudadanía.
Las escasas encuestas han revelado cuan asentadas están esas propuestas en la opinión pública. Las redes sociales virtuales, por su parte, se han hecho presentes con fuerza –a veces con indignación e ironía- ante fallos judiciales y revelaciones que revelan la indefensión de quienes hemos sido reducidos a consumidores, con escasos derechos.
En el ámbito político partidario, definitivamente las dirigencias de la oposición nos dejaron sin las anheladas elecciones primarias parlamentarias legales.
Eran una promesa que compensaba la falta de participación que aqueja a nuestra institucionalidad política y que, aunque restringida a la definición de candidaturas, había puesto en marcha las energías de distintos actores y reanimado importantes debates sobre la calidad de nuestra democracia.
Día a día se va desnudando la actividad política tradicional, día a día vemos caer un follaje que ha logrado por años esconder malas prácticas en que trenzas, tendencias, lotes o sensibilidades hacen y deshacen, borrando en los hechos lo que dicen las declaraciones de principios, los estatutos y programas partidarios.
Se terminó la música de las declaraciones políticamente correctas, se han reventado los globos de colores y apagado los fuegos de artificio. Cuan Cenicienta después de las 12 de la noche, aparecen los ratones, las sandías y calabazas que nos habían entretenido y embelesado.
Se ha reclamado un liderazgo que ponga atajo a este desnudamiento, que vuelva a instalar el follaje y la música. De nada serviría.
Sólo cabe alentar que se complete el proceso, que los reyes desnudos se enfrenten a una ciudadanía adulta, ya no a súbditos, que ensayen ejercicios de honestidad, que dejen el paso a los nuevos actores a lo largo y ancho del país.
Es el momento de la espera, porque en la desnudez del invierno se va incubando una mejor democracia que sólo reaparecerá en la primavera si todo lo podrido se ha fundido en el compost.