El 11 de mayo de 1983 el pueblo de Chile abrió una nueva etapa en la vida del país. Al llamado del Comando Nacional de Trabajadores, articulado en torno a la Confederación de Trabajadores del cobre, se realizó la primera Protesta Nacional a la dictadura de Pinochet.
Lo imposible comenzaba a ocurrir. En medio del terror y del miedo, de la persecución y la censura, de dolores y amarguras, de cesantía y pobreza, un inesperado e incluso impensable movimiento social dado las condiciones imperantes, iniciaba un difícil camino que culminaría con la recuperación de la democracia.
Hasta ese momento se imponía en Chile, aquel trágico período que el Cardenal Silva Henríquez denominaba como “la paz de los cementerios”; desde ese día en adelante, Chile empezó a restaurar su capacidad de autodeterminación para salir del callejón sin salida que había establecido una autocracia auto perpetuada en el poder.
No fue fácil. Hubo una dura represión y numerosas víctimas que se agregaron a las que ya habían entregado su vida por la democracia en Chile.
No obstante la dura respuesta dictatorial la presencia de miles de manifestantes en las calles a lo largo del país, y los caceroleos en los barrios y poblaciones permitieron saber que el vecino también estaba descontento y que anhelaba un cambio en el régimen imperante. En ese proceso se pudo reconocer una nueva mayoría nacional.
Ese fue un impulso decisivo para la formación de una alternativa política viable. Hasta antes de las protestas nacionales la prensa oficialista hablaba de voces “disidentes”, luego de aquel 11 de mayo tuvo que ser reconocida la oposición política.
Ahora bien, el movimiento social por sí solo no podía reemplazar la dictadura; para ese propósito se requería, necesariamente, lo señalado en el párrafo anterior, una alternativa política que viabilizara la conducción del país, en las nuevas condiciones que iban a constituirse con la restauración de la democracia.
Para avanzar en esa dirección, la campaña por la opción NO en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 jugó un rol fundamental.
En febrero de ese año, se formó el Comando por el NO que fue la base de la Concertación de Partidos por la Democracia. Soy de quienes piensan que sin las Protestas Nacionales no hubiera sido posible el triunfo del No.
Para sostener esta afirmación me baso en que el movimiento que irrumpió en mayo de 1983, permitió saber que Pinochet recibía un repudio nacional, que el miedo era posible de vencer y que, además, existían las condiciones para que una alternativa política se hiciera cargo del país.
Sin reconocerse como comunidad nacional con un propósito compartido en las Protestas Nacionales, ni más ni menos, que la voluntad de decidir su propio destino, sin tal experiencia decisiva, no se habría logrado reunir más de un chileno o chilena por cada mesa de votación el 5 de octubre de 1988 para asegurar el respeto al resultado e impedir la intervención y desconocimiento del veredicto popular a través del uso de la fuerza.
De manera que la lucha social y política fueron convergentes y determinantes. Sin el valor y el coraje de quienes protestaron, el país no viviría hoy en democracia y sin la amplitud y unidad política que se forjó en ese período, tampoco ello hubiere sido posible. Ese es su valor histórico perenne.