Lentamente se acerca el tiempo de elecciones parlamentarias, quizás más rápido para algunos, quizás más tarde para otros que son lo suficientemente jóvenes, como para ser marginados. No por sus aptitudes, sino más bien por algo mucho más superfluo, su edad.
Con resquemor vemos que cada vez, en la política chilena, va predominando un ánimo de exclusión con las nuevas generaciones o, visto de otro modo, cada vez son más frecuentes los movimientos que con ánimo de mantener un statu quo, pretenden mantener un poder gerontocrático, hoy dominante en el amplio espectro de la política de nuestro país.
Es así como, si miramos el espectro de los candidatos preponderantes en nuestras papeletas, veremos que muchos de ellos superan con creces la juventud. Impidiendo, con esto, la renovación de la política de nuestro país y cerrando aún más las puertas a los frentes juveniles de los mismos partidos. Limitando a estos últimos a espacios universitarios, secundarios, vecinales y, de una u otra forma, alejándolos de la toma de decisiones reales que se obtienen de las bases sociales antes mencionadas, haciendo que estos frentes sean, de facto, meramente testimoniales y sin pretensión real para sus miembros.
Entonces nos preguntamos ¿Qué sentido tiene mantener una juventud activa, formativa, renovada y ambiciosa, si con cada actuación de nuestros líderes vemos una actitud reacia a la renovación sectorial o, visto de otro modo, a abandonar sus escaños cediendo a la República ideas jóvenes y gestoras de cambios sociales?
En este sentido, sí, es cierto que muchos jóvenes egresados, titulados y con gran capacidad, participan en equipos parlamentarios de algunos de los añosos senadores y diputados, pero ¿por qué esos mismos actuales parlamentarios no invierten los papeles y, aportando su experiencia, asesoran a los nuevos jóvenes en dichos escaños? Con eso damos paso, como se mencionó anteriormente, a una renovación real de las políticas públicas, de las ideas de Estado y, por sobre todo, a la superación de rencillas antañas que siguen marcando a los más icónicos de todas las bancadas, mejorando con todo aquello nuestra democracia.
Es en esta situación, real o imaginaria, de poco incentivo juvenil para las parlamentarias que con angustia y celos, vemos a partidos cuestionados, muchas veces, por su defensa a dictaduras y regímenes poco democráticos. Esos mismos que cada vez que pueden, critican a la Concertación y a la Alianza, pero demuestran tanto en universidades y juntas de vecinos, como en distintas elecciones su apoyo a la juventud.
Con aquello nos cabe la duda que si sólo aquel sector de la política chilena posee líderes jóvenes, o es que no existe un correcto encausamiento de los presentes en los demás sectores del espectro. ¿Por qué no es posible que líderes capaces, como muchos de los actuales mayores, puedan encausar esos liderazgos jóvenes, potenciarlos y apoyarlos dando un paso al lado?
Los jóvenes significan, en consecuencia, nuevas ideas, una baja significativa en los prejuicios políticos, un nuevo aire para las representaciones y, por qué no decirlo, una nueva cultura de hacer política y adaptarse de buena manera a los nuevos tiempos.
Entonces ¿Cuál es el paso necesario para que se integre más a los jóvenes a la política chilena?¿Cómo exigimos los jóvenes, tan acallados por las cúpulas, caudillos y poderes dentro de un partido, que nos reivindiquen los espacios que, por cuestión de bien común, buscamos en honor a la renovación política y social del país?
Eso es algo que por el momento, sólo está en los proyectos de aquellos que necesitan ostentar de sus ideas, sus cargos y sus pretensiones egoístas que depara al país una dictadura de la gerontocracia gobernante. Todo a la espera de un Ménou –de Sade- que nos entregue en sus últimos momentos, luego de resucitar, un atisbo de generosidad y ceda su escaño a un joven político chileno.