Como hijo de un dirigente sindical y de una dirigente de Junta de Vecinos, recuerdo el 1º de mayo como un día especial. Aprendí muy joven sobre los mártires de Chicago que en 1886, fueron víctimas de la violencia de un sistema injusto por luchar por las 8 horas de trabajo, 8 horas para dormir y 8 horas de esparcimiento.
Los poderosos de entonces, con lazos fuertes en el poder judicial, en los políticos y en los medios de comunicación, como sigue ocurriendo, lograron penas muy drásticas contra Samuel Fielden, inglés, 39 años, pastor metodista y obrero textil, condenado a cadena perpetua; Oscar Neebe, estadounidense, 36 años, vendedor, sancionado a 15 años de trabajos forzados; Michael Schwab, alemán, 33 años, tipógrafo, cadena perpetua.
A muerte en la horca, a Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafo; Adolf Fischer, alemán, 30 años, periodista; Albert Parsons, estadounidense, 39 años, periodista; August Vincent Theodore Spies, alemán, 31 años, periodista y Louis Lingg, alemán, 22 años, carpintero, que prefirió suicidarse en su propia celda.
7 años más tarde la inocencia de estos trabajadores fue reconocida por tribunales más justos, pero ello benefició sólo a los tres que sobrevivieron. Pero para mí, los ocho siguen vivos como ejemplo a seguir.
En mi casa, se mencionaba con admiración a Recabarren, expulsado del PC poco antes de su muerte y al inigualable Clotario Blest, con quién participó mi padre en la fundación de la primera CUT en los cincuenta, con el mismo orgullo con que yo fui parte de la fundación de la segunda CUT en los ochenta.Don Clotario presidió la primera y se enfrentó al PC por oponerse a la influencia indebida de los partidos en el movimiento sindical.
En mi etapa de dirigente sindical, conocí a Tucapel Jiménez, uno de nuestros mártires, a Manuel Bustos, mi camarada y amigo, primer Presidente de la segunda CUT, a Teresita Carvajal de los pensionados, a Milenko Mihovilovich, porta estandarte de los gendarmes y pilar sólido en la Anef. No recuerdo que nadie los considerara santos, pero ningún trabajador chileno debería olvidar sus nombres y su coherencia.
El primero de mayo es para releer al Padre Hurtado, especialmente el texto “Sindicalismo” cuyo mensaje trató de trasmitir en las charlas que doy en sindicatos, ya que su inigualable testimonio de hechos y palabras te dan un impulso extraordinario para servir a los demás.
De San Alberto Hurtado, de la historia del movimiento sindical chileno y el testimonio de muchos líderes, aprendí que la violencia sólo favorece a los poderosos y que la unidad sindical, basada en programas apropiados y líderes que luchen por el Bien Común y no por sus ambiciones personales o partidistas, es capaz de erosionar el muro de los privilegios.
También este día, concurríamos a la Iglesia de la población, ya que mi madre nos enseñaba que en la biblia católica, con la que Gabriela Mistral se reencontró con el catolicismo, luego de 20 años de viaje por el budismo, se encontraba la más duradera verdad y enseñanza sobre los derechos de los trabajadores.
Me sigo reconociendo en la perspectiva del creyente que intenta sacar del patrimonio del Evangelio «cosas nuevas y cosas viejas», consciente que la Iglesia Católica a la que pertenezco, estuvo comprometida muchas veces con los abusos y que hay personas de otras creencias o que no adhieren a ninguna Fe, que han aportado positivamente denunciando las injusticias.
Aprendí de joven, con Bernardo Leighton, Eduardo Frei M y Radomiro Tomic, que fueron fuerzas de inspiración marxista los que primero denunciaron los excesos del capitalismo
Pero a partir de 1891, en el mundo, y desde la década de los sesenta en Chile, la doctrina social de mi Iglesia ha reconocido y divulgado una enseñanza sobre el trabajo humano, que me llena de sano orgullo. Hace más de 30 años, Laborem Exercens, publicada por Juan Pablo II, enseña:
“Trabajo significa todo tipo de acción humana de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, ya que solamente la persona humana es capaz de trabajar y lleva en sí el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas.”
Esta particular dimensión del hombre es la que le permite procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos.
El trabajo humano tiene un valor ético, ya “que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide por sí mismo”.
Este documento papal califica como una amenaza “al justo orden de los valores” en la época moderna, “las diversas corrientes del pensamiento materialista y «economicista» para quienes” el trabajo se entendía y se trataba como una especie de «mercancía», que el trabajador vende al empresario, poseedor del capital y de los medios que hacen posible la producción. Juan Pablo II denunciaba con fuerza las pretensiones del “capitalismo salvaje” de convertirse en modelo, ante el desplome del socialismo marxista.
Por su parte, Norberto Bobbio, un no creyente, pero un gran humanista, enseñaba que los derechos sociales “obligan al Estado, como representante de la colectividad en su conjunto, a intervenir positivamente en la creación de instituciones adecuadas para hacer posible el acceso a la vivienda, para ejercer un trabajo o para recibir asistencia sanitaria”.
Estos derechos tienen una unidad indisoluble con la propia libertad de los ciudadanos.
Bobbio escribió “una persona instruida es más libre que una inculta; una persona que tiene un empleo es más libre que una desocupada; una persona sana es más libre que una enferma”.
¿No les parece que el trabajo humano no debe ser tratado como mercadería?
¿No creen que la salud de las personas tampoco es una mercadería?
¿No piensan que la Previsión Social es una política social y no una industria?
¿Y no coinciden en que la educación es un patrimonio nacional que no se rige por el mercado?
Para fortalecer la lucha diaria contra nuestro egoísmo y limitaciones, me he unido al Senador Mariano Ruiz-Esquide, al destacado académico Patricio Basso y a mi colega Pedro Barría para crear la Acción Cívica contra el Lucro con fondos públicos para cooperar en la tarea de poner fin a los abusos que sufren los trabajadores en las Isapres, las AFP y en la Educación.
Ojalá sirva nuestra acción de humilde homenaje a los que han luchado y luchan por la dignidad del trabajador.