En fechas recientes, dos artículos, aparentemente sin relación entre sí, aunque en el fondo parecidos, han figurado en las páginas de acceso de los principales servicios de correos electrónicos y se han diseminado por la internet y por los medios escritos de todo el mundo, incluidos varios en nuestro país.
El primero de ellos ventila las profundas aspiraciones de la modelo polaca Joanna Kruppa y ha sido leído por miles de admiradores de su carrera.
El segundo se origina en la prestigiosa revista de viajes Traveler’s Digest y consiste en la enumeración de las ciudades que tienen la mayor proporción de mujeres bellas del orbe.
Ambos confirman, una vez más, que la estupidez reinante en la prensa de la entretención parece irreversible, que los beneficios generalizados de la comunicación virtual son en gran parte, real basura y que lo que se diga, haga o escriba para mitigar la alienación de la actual tecnología es casi inútil; hasta la farándula local está compuesta por genios en comparación con las joyas que inundan estos espacios informativos y luego se traspasan, con absoluto servilismo, al periodismo escrito.
No obstante, si perdemos las facultades críticas, mejor nos recluimos en un monasterio o bien dejamos de leer –o ver- y como esto es impracticable, vale la pena detenerse en ambas piezas.
El reportaje sobre Kruppa expresa lo siguiente: ella, que ha estado en la portada de publicaciones tipo Playboy o Maxim y participa en un famoso programa de televisión, lleva 6 años como pareja del empresario de Miami Romaní Zago y decidió casarse con él. Y para contraer matrimonio, ha celebrado un acuerdo prenupcial, en el que exige a su futuro marido tener, a lo menos, relaciones sexuales 3 veces por semana.
Al preguntársele al novio sobre esta transacción, ha respondido que Joanna es una máquina del sexo, que los dos trabajan mucho y que como la profesional de las pasarelas se ha quejado –en público- de que en el pasado no habían tenido muchos encuentros íntimos, él, a pesar del estrés, hará lo posible por complacerla.
Considerar siquiera la eficacia, práctica o jurídica, de la cláusula impuesta por Kruppa es tan imbécil como sus propios términos. De modo que es preferible indagar en el eje de su propuesta, que, hay que decirlo, constituye una de las bases del paroxismo mercantilista que hoy prevalece: la cuantificación.
Dicho en buen chileno, tres polvos a la semana como mínimo significan 12 al mes, unos 50 semestrales y una cifra superior a los 100 al año. El dilema de llevar semejantes cuentas resulta arduo, tal vez más que el cumplimiento de la obligación y se presta para refinadas especulaciones.
¿Si Zago pasa por una fase apasionada, calculará Kruppa con exactitud sus demandas?;¿o si anda lánguido, le perdonará su desempeño si después se porta mejor?; ¿por qué él, y no ella, debe ser impetuoso?
Las preguntas pueden multiplicarse al infinito y nos llevan a un territorio donde el cretinismo es tan delirante que, querámoslo o no, terminamos haciéndole el juego a esta insaciable dama.
Además, a nadie le consta que sea para tanto, porque el supuesto rendimiento sexual, mejor dicho, la supuesta capacidad para copular seguido, es imposible de comprobar.
Pero, de nuevo, al discutir así, seguimos siendo cómplices de Kruppa. ¿Acaso aquello que Foucault llamó un elemento determinante de la civilización es susceptible de mediciones cronométricas?
Desde luego que no y por más que ahora todo se tase, se calibre, se gradúe, ya sabemos que tales índices solo sirven para satisfacer al mercado o para despertar la curiosidad de individuos muy aburridos.
Con todo, hay algo más importante que la chacota que puedan inspirar los dichos de Kruppa. Mal que mal, no pasan de ser expresiones infantiles si tenemos en cuenta el arte y la literatura erótica de todos los tiempos.
El problema es que ahora lo privado, lo más privado de nuestro ser, se ha vuelto un espectáculo masivo y un espectáculo denigrante, no porque sea malo ni escandaloso hablar sobre lo que se hace en la cama, sino debido a que eso ya cae definitivamente dentro del lucro y lo rentable, aportando suculentos beneficios a quienes cuentan sus cuentos carnales.
Y ellos pasan a ser un componente adicional en la escalada por el estatus numérico: tengo cuatro autos deportivos, numerosas casas, me visto con Armani, acudo a lugares exclusivos, fornico a diario. Si a las feministas les da una pataleta, tienen toda la razón, aun cuando los varones quedamos peor parados, a juzgar por la sumisión de Zago ante Kruppa.
En cuanto a las ciudades con las mujeres más atractivas del planeta, otra obsesión por los rankings –los coitos requeridos por Kruppa son parte de esto-, ya hemos opinado, en este mismo espacio, acerca de temas similares, de manera que esta vez nos referiremos concisamente a dos urbes que encabezan el listado de Traveler’s Digest.
Estas son Montreal y Seúl. Que la metrópolis del río San Lorenzo tenga un sitial tan destacado es inevitable, pues cualquier emplazamiento urbano de Canadá es hoy, a juicio del marketing turístico, superlativo.
Sin embargo, el magazine no esgrime ningún motivo para afirmar la lindura de las habitantes femeninas de Montreal y solo exhibe la foto de una chica que está lejos de ser una beldad. Da, eso sí, un argumento irrefutable: “hablan el idioma más sexy del mundo, el francés”.
No hay que ser ningún experto en lingüística para saber que la variante gala canadiense es un dialecto, diferente al que se usa en Francia. Aún así, ¿qué tiene esa lengua que la haga, digamos, más seductora que el italiano, el ruso, el árabe, el swahili, el urdu, etc.? Y entregar como razón de belleza física determinado lenguaje es, ni más ni menos, un disparate sin paliativos.
La capital coreana llama la atención pues “tiene una de las mejores vidas nocturnas de Asia y una reputación de bellezas impresionantes. Corea es algo así como un creador de tendencias culturales en el Oriente y está siempre a la vanguardia en la última moda de la región”. Es imposible debatir la veracidad de semejantes proposiciones, pues, por lo menos en Sudamérica, muy pocos son los que pueden permitirse un viaje a tan remotas zonas del globo.
Es cierto que el cine asiático del último tiempo ha mostrado a actrices que cortan el aliento, si bien eso es lo que se espera, ya que nunca, o muy pocas veces, se exhiben en pantalla rostros feos.
Lo que a ciencia cierta se sabe de Corea es que es uno de los países con mayor cantidad de cirugías estéticas del planeta, que borra los rasgos orientales de las caras de las mujeres, para que se vean más “occidentales”.
En nuestro país, tenemos una prueba de ello al tomar el metro y ver la propaganda de los productos Daewoo: familias completas de pelo rubio, ojos redondos y aspecto europeo, por más que se trate, evidentemente, de nativos de la península de Surcorea.
En verdad, todo esto da lo mismo, ya que ninguna persona con dinero –y sensatez- elegiría como destino para viajar el hecho de que tal o cual país tenga a la gente más preciosa del universo.
Y ni qué decir tiene, nadie que no sea un megalómano exhibicionista plantearía un contrato sobre mecánica amatoria antes de casarse.