El triunfo de Nicolás Maduro se ha dado en un escenario nacional e internacional más que complejo, precedido por una campaña severa de agresiones de la oposición durante la breve, pero intensa campaña. Desde un principio, la candidatura Capriles propició un clima que no podía sino culminar en el desconocimiento de los resultados.
Esta situación se ve agravada por el margen exiguo que separa a los dos principales contendores. Son circunstancias de este tipo las que requieren el talento y la lucidez política para salvaguardar el bien más preciado del pueblo venezolano, su democracia participativa.
Si bien el Consejo Nacional Electoral ha dado suficientes pruebas de unas elecciones limpias y trasparentes, los días previos al acto electoral resultaba claro que el libreto opositor incluía un cuestionamiento de los comicios.
Con ello se quiere deslegitimar el mandato de Maduro y crear un ambiente de desestabilización frente a un chavismo golpeado y debilitado por la muerte de su líder.
Las protestas de la derecha venezolana atentan contra la institucionalidad democrática del país, animando tácitamente a cualquier oficial que quiera correr la aventura de una intervención militar. No sería la primera vez en América Latina que los militares se prestan para un golpe de estado, pretextando un clima de ingobernabilidad, los ejemplos sobran.
Para el ya proclamado presidente electo Nicolás Maduro lo correcto es aferrarse a la constitución del estado bolivariano, en una palabra, cumplir y hacer cumplir las leyes democráticas de esta nación sudamericana.
En esta hora difícil de la política venezolana se trata de fortalecer la democracia y comprometer en ello a todo un pueblo y, ciertamente, a las fuerzas armadas. Sólo de este modo se puede garantizar la continuidad democrática del chavismo, tanto en el plano nacional como en el ámbito internacional, cuando hay varios países que postergan el reconocimiento del triunfo electoral del nuevo gobierno.
El presidente Maduro ha señalado que su gobierno no va a “pactar con la burguesía”, no obstante, la oposición no es un todo homogéneo ni uniforme que actúa en bloque.
La irresponsable apuesta de Capriles es, precisamente, llevar la situación a un grado de tensión que abra las puertas a la violencia. Sin embargo, una visión desapasionada muestra que, en efecto, existen sectores opositores moderados y más democráticos con los cuales un diálogo en el mediano plazo no debiera descartarse.
El primer desafío de Maduro es aislar a los sediciosos y violentistas para consolidar una democracia en paz, inclusiva y dialogante que extienda las mayorías ciudadanas mucho más allá de su discreto triunfo electoral.
La tarea es hacer respetar la voluntad soberana de un pueblo, pero al mismo tiempo extender la mano generosa hacia todos los ciudadanos patriotas que quieran sumarse a esta mayoría.
En Venezuela, tanto para chavistas como para opositores, es la hora de la sensatez política, única garantía de una democracia robusta capaz de abortar cualquier aventura golpista.