Sin duda el principal obstáculo (muchas veces terrorista) para las políticas progresistas y radicales está constituido por el poder reaccionario (el de las transnacionales económicas, militares y comunicacionales) y “las fuerzas del orden” que aquí defienden no sólo al neoliberalismo sino al modo de producción capitalista, en Chile extremo o salvaje desde la segunda mitad de los años 70.
El conjunto de esas fuerzas se levantó, en 1972 y 73, contra el gobierno del Presidente Allende y lo derrocó.
Pero ha habido, además, en nuestra historia reciente, una tendencia, la mayor de las veces minoritaria y embravecida, que, desde las propias filas populares, entorpece y debilita al movimiento social y político por los cambios.
La ultra de los 60 y 70, que propició la lucha armada en los gobiernos de Frei Montalva y Salvador Allende; el militarismo de los 80 (tan superficialmente defendido recién por el compañero Teillier) y el balbuceante trío que hoy conforman teóricos irresponsables, el seudo anarquismo y la ultra de siempre.
En su afán por “vender pomadas” universitarias menos golpeadas (por la vida, los éxitos y los fracasos) muchos nuevos profesores universitarios prefieren lejos a los sistémicos por sobre los dialécticos, a Luhmann por sobre Marx. Para ellos no sólo Marx o Engels sino toda la Escuela de Frankfurt, todos los que se atreven a luchar contra el poder y por el poder (macro o micro) están obsoletos.
Y lo concretan llevando adelante seminarios, magísteres y doctorados, dogmáticos, cerrados, en los que exigen adscripción absoluta a un cierto tipo de concepción sistémica. Hasta los profesores de “comunismo científico”, repetidores de manuales de la Academia de Ciencia de la URSS, eran menos dogmáticos en el siglo pasado.
Niklas Luhmann es un teórico alemán (como Marx) que peleó como piloto de guerra nazi en la Segunda Guerra Mundial. Salvado de la cárcel y la derrota, estudió en EEUU a los primeros sistémicos y volvió a la Alemania donde desarrolló su pensamiento, hasta hace muy pocos años (murió en 1998)
Sostiene que la sociedad actual está compuesta por comunicaciones y no por personas; que ella es tan compleja (es una sola en el planeta) que no hay posibilidad alguna de que se le conozca en plenitud (y por tanto que haya políticas que la abarquen, la cuestionen y la reformen) y que sólo –los pobres humanos- deberemos observarla desde nuestro subsistema político (ineluctablemente parcial), integrado por comunicaciones políticas.
Hay en Luhmann, en definitiva, una mirada profundamente pesimista, deshumanizada, verdaderamente reaccionaria, base renovada de los antiguos condenadores de “la política” y “los políticos”: los inquisidores, los nazis, y entre nosotros, los golpistas del 73.
En Chile, los teóricos (Guzmán, Ortúzar) y los prácticos (Pinochet, Contreras), paralelamente con Luhmann y sin conocerlo, despreciaron así a “los señores políticos” y menospreciaron a la que implícita o explícitamente llamaron “la clase política” (una sola a pesar de sus diferencias), condenada a comprender sólo una parte de la sociedad y, por tanto, al fracaso en sus propuestas globales.
El balbuceo teórico de algunos dirigentes estudiantiles repite esa letanía.
El sistema sólo podría ser golpeado por la fuerza de los aparatos del Estado, en el caso de, digamos, los “sistémicos reaccionarios”, o por el machaqueo de fuerzas antisistémicas (lumpen poblacional, estudiantes marginales, delincuentes, terroristas suicidas) en el caso de, digamos, los sistémicos “revolucionarios”.
Es clara la conexión ideológica entre estos sistémicos universitarios y el anarquismo primitivo de inicios del siglo pasado. Se conectan en la universidad y se potencian en las calles.
A ellos se suman (e incluso reclaman allí su pedigree) los dizque pensadores e historiadores ultras que se opusieron radicalmente a Allende y la Unidad Popular, a la lucha de masas contra la dictadura de Pinochet y a todo lo que, después de ella, huele a “política”: la derecha por cierto, el centro también, pero también la izquierda (no PC y PC) y la nueva izquierda (sea lo que sea)
Sistémicos luhmannianos, anarquistas de todos los pelajes y ultras conforman un trío poderoso.
Ellos serán hoy y mañana opositores minoritarios (no les importa eso porque lo de ellos no es el poder político sino la moraleja hueca, no es la ciudadanía sino las elites cultas e incultas) a cualquier política radical, reformista y progresista, que se ensucie con los problemas concretos, con la gente de verdad, con discursos y negociaciones, con campañas y votos, con eso que se llama despreciativamente democracia. Ésa que ellos no conquistaron.