La puesta en marcha de una nueva estrategia de intervención electoral por la actual administración, hecho lamentable que afecta de manera enteramente inconveniente este proceso, viene a señalar que las reglas del juego democrático no son debidamente respetadas por todos los protagonistas del desafío político y electoral del 2013.
Se intenta absurda e ilegítimamente confundir el propio y natural compromiso de la autoridad con las tareas que lleva a cabo, con una política que de sustento material y político, desde el gobierno, a las febles candidaturas que representan a los gobernantes en la contienda electoral.
El país ha sido notificado. “No somos neutrales” se dice desde la cúspide del poder. Incluso mas, se manifiesta cierta satisfacción y soberbia en el énfasis con que se asume esta conducta intervencionista. Sin timideces se quiere preparar al país para una conducta ilegítima, el mensaje es claro, vamos a intervenir… ¿y qué?
Mayor razón para proseguir, desde la oposición, con el esfuerzo de clarificación política respecto de lo que se juega en los próximos meses. Esta es una lucha por la conducción del país. No es una exhibición mediática, por mucho que en los diseños de campaña esa sea una dimensión importante. Aunque sea recomendable en lo mediático, no se puede prometer lo que no se va a cumplir.
Tampoco estamos en un esfuerzo en que cada palabra vale por su simple y exclusivo significado. Una vez más, se nos intentara dividir o aislar.
En mi opinión, el liderazgo de Bachelet genera una posibilidad real que la derecha sea derrotada en la primera vuelta, con todo el impacto que ello tendría. Por eso, cada palabra o propuesta puede ser completamente distorsionada por un competidor que sólo sabe que tiene que impedir que las fuerzas democráticas de centro e izquierda alcancen en el Parlamento los 4/7 de los quórums constitucionales, que permitan desatar nudos antidemocráticos que dañan severamente la convivencia nacional, como es la prosecución de un esquema laboral que es la base de la desigualdad que agobia nuestra sociedad y la calidad de nuestra democracia.
Además, el desencanto en la ciudadanía está directamente relacionado con el descrédito que provocan las palabras que se las lleva el viento, con promesas que no se cumplen.
Por ello, ahora que el necesario diálogo democrático se expresara en múltiples iniciativas programáticas, reitero mi preocupación en el sentido que el futuro gobierno progresista de las fuerzas de la actual oposición podrá realizar lo que la mayoría nacional sea capaz de respaldar y sostener con el resultado de las urnas, en noviembre próximo. Somos demócratas, nuestro mandato no será otro que aquel que la ciudadanía nos entregue.
Se ha instalado una convicción en chilenas y chilenos: no podemos seguir ahondando la brecha de la desigualdad en Chile. Fluye de tal convencimiento una inequívoca voluntad nacional, la tarea de las tareas es enfrentar la desigualdad. El progreso futuro del país, su propia estabilidad en el largo plazo así lo exige.
Hoy, los riesgos institucionales no están en la subversión y el terrorismo, como se repetía en el periodo de la guerra fría, ahora se desgasta la democracia y se socava la convivencia y el sentido mismo de comunidad, cuando se pierde por completo el valor del trabajo, que es mal retribuido y peor pagado por el afán de rentabilidades desproporcionadas, de prácticas usureras, de abusos de poder y conductas discriminatorias que se hacen irrefrenables por la búsqueda de lucro a cualquier precio.
Si es el mismo valor del trabajo el que se pierde y anula está abierto el espacio para bandas mafiosas de todo tipo, desde el narcotráfico a la corrupción.
Por eso, insisto, en Chile se reinstaló una institucionalidad democrática, estable pero imperfecta, no se advierte un riesgo de quiebre institucional; sin embargo, la mirada larga nos indica que si es un enorme peligro la autocomplacencia de intereses corporativos hegemónicos que son refractarios al esfuerzo contra la desigualdad. Para tales sectores, basta con medidas asistenciales, algún bono de tarde en tarde y un gran despliegue publicitario que le alivie las penas a los más humildes y les haga creer que están en la abundancia; aunque eso sea el sobre consumo de otros, de los que se solazan, pero son los menos.
Para algunos el sentido del Estado nacional es solo represivo. Se equivocan, en la sociedad global, sin esfuerzos inclusivos y cohesionadores del Estado, las sociedades se desgastan y las naciones se fracturan. El mercado es el que vende, el Estado es el que une e integra.
De lo contrario, si el país es un puro “mall”, en el que todo se transa y se negocia, vamos por mal camino.
Así es como se erosiona y debilita la democracia. Por eso, insisto, seamos capaces de levantar un gran movimiento contra la desigualdad en Chile, unamos en torno a el una amplia mayoría nacional y desde esa voluntad social y política, aseguremos las energías y la vitalidad para el esfuerzo que requiere un Programa reformador de nuestro Chile.