Llevamos más de dos mil años y el Vaticano sigue ahí intacto, “Marx fue negado tres veces y nosotros aún estamos aquí” dijo Nicanor Parra.Sigue el estado pontificio renovándose y adelantándose años al mundo laico. Luego de ganar la guerra fría, ha debido enfrentarse al neoliberalismo, ante el cual también saldrá victorioso.
Este mérito imponente tiene proyecciones futuras, como expone Hermann Hesse en su novela “El Juego de los Abalorios”. En esa obra se presentan las cualidades que permiten a la plaza de San Pedro siempre venir de vuelta.
En la obra de Hesse, ambientada en el futuro, existe una provincia llamada Castalia, fundada e integrada por una orden laica que desde la primera edad, recibe orden, cultura y sabiduría. Su misión en la historia es desarrollar su máxima creación: El Juego de los Abalorios.
Los castalios dedican su vida célibe a este arte, una combinatoria de todos los saberes y valores de nuestra cultura, que gira en torno a la música y las matemáticas. Los abalorios son estas pelotitas vistas en los primeros ábacos egipcios o chinos, para los miembros de esta orden existen niveles de maestría, se puede llegar a ser un Magíster Ludi (maestro del juego).
No se dedican a algo nimio. El juego de los abalorios es una metáfora construida por generaciones de castalios, sobre la totalidad de las ciencias y saberes, las cuales se interrelacionan y armonizan unas con otras, existiendo múltiples combinaciones diferentes.
Según el autor la orden nace para hacerse cargo de los centros de la ciencia y la cultura cuando éstas decaen, debido al ocaso de la civilización tras las crisis de los siglos XIX y XX.
Sobre esas ruinas surgen los castalios, encerrados en su provincia, inocentes, ensimismados en su elevado juego-arte redentor.
No obstante, los líderes de la orden saben de la desventaja de su aislamiento y desean trascender por los siglos de los siglos. Entregan al más prometedor de los castalios, José Knecht, la misión de acercarse a ese credo y lo envían a un convento benedictino para sembrar el juego, con miras a una representación diplomática permanente en Roma.
El superior de los castalios le indica al joven Knecht, quien un día llegará a ser Magíster Ludi, que “por su respetable edad, había que conceder a la Iglesia una categoría de preferencia; era la más antigua potencia, la más distinguida, la más puesta a prueba a través de muchas y grandes tempestades. Ante todo se trataba de despertar y cuidar también en la potencia romana la conciencia del parentesco entre ambas y su interdependencia en todas las crisis que tal vez podían sobrevenir”.
En el intercambio, Knecht consigue entregar los misterios del juego de los abalorios, mientras recibe de vuelta el arte católico de la diplomacia.
Los castalios se dan cuenta que son niños de pecho al lado de la iglesia de Pedro y uno se pregunta dónde radica esta trascendencia: ¿Será la fe?No, pues hay muchos credos institucionales sin el sitial pontificio, ¿sólo el poder económico?, tampoco, todo dinero es insuficiente si no hay talento, ¿su estrategia evangelizadora?, sí en muchos aspectos, pero ésta perdió al primer mundo industrializado luego del cisma.
Los aprendices de castalios, han concluido que la iglesia logró marginar a tiempo la principal amenaza para la eficiencia del poder absoluto: la progenie.
En la era de los Papas reyes un concilio terminó con los líderes rodeados de hijos, esposas, amantes y parientes, pues las intrigas filiales estaban destruyendo la institución. Se reforzó el celibato. Un líder laico, por más poderoso, tiene un punto débil, su estirpe.
Hoy se afirma que esta iglesia está viviendo estertores y todos predicen una caída libre. Pero, mejor atender a la novela de Hesse.
Es la única institución política, cultural, económica y espiritual con funcionarios en todos los países del mundo, poseen 500 años de universidades y colegios, educan a las elites, sumando ello su solvencia inmobiliaria.
El nuevo Pontífice elegido responde a la nueva amenaza para su iglesia, el mundo neoliberal, depredador e insaciable.
Estados Unidos generó un acercamiento histórico con el Vaticano en los 80, muy parecido al de los castalios, con el fin de derrotar a su rival ideológico. La sociedad fructífera con un Papa polaco, actor y “víctima” del mundo soviético, revolucionó el pontificado en las comunicaciones viajando por el mundo.
No hubo dictador fascista o caudillo revolucionario sin temblar, cuando supo que venía el Papa. Ese mismo Pontífice un día en TV pidió misericordia por la inquisición y Galilei, hoy el poder laico no puede negar sus genocidios históricos y le exigen “pedir perdón”.
Terminada la guerra fría, recibió la embestida desde el escándalo sexual. Lejos de ceder, el Papa alemán mantuvo la idea de curas sin hijos, viajando, usando los medios y lideró un reconocimiento simbólico a esos delitos. De pronto, sorprendió a todos con una abdicación: esto generará papados más eficientes.
Ese líder germano, dejó pavimentado la recuperación de la popularidad en el siguiente pontificado: se ha elegido a un nacido en el tercer mundo, inspirado en Francisco de Asís, un jesuita austero, de esta orden leal, ilustrada, científica, curtida en su enfrentamiento con la masonería.
Un Papa jesuita, algo nunca imaginado, para atender la crisis económica de la institución, para defender al banco cardenalicio de los neoliberales, un líder que los enfrentará desde el tercer mundo, dejando de lado la cruz de oro y los zapatos finos, emulando a Juan XXIII.
Ya ha recibido la aprobación de la prensa oficial, a pesar de que su institución argentina colaboró con la dictadura militar, se le visa diciendo que no fue un Silva Henríquez, pero tampoco un cura Hasbún y víctimas directas de los hechos le han bendecido desde Alemania, mientras el premio Nobel de la paz trasandino lo valora.
Al ataque la iglesia apela al Cristo dibujando tranquilo en la arena con el dedo, ellos le llevan a la adúltera para que la condene: “El que no tenga pecado que arroje la primera piedra”, responde el Mesías, de ello trató la misa del primer domingo del Papa Francisco.
Así será cómo el nuevo Pontífice responderá a los enemigos, de estas formas brillantes del mundo de la alta diplomacia, tal como lo entendió el líder de Castalia cuando alecciona a José Knecht, antes de partir a la misión: “Estamos dispuestos, como menos antiguos, a una conducta no por cierto servil pero muy respetuosa frente a Roma; ocuparemos gustosos el segundo puesto y le dejaremos el primero”.