Es imposible hoy, cuando se cumplen 99 años del nacimiento de don Jaime Castillo Velasco, no hacer un recuerdo de este hombre notable, excepcional y ejemplar, que fue capaz de conjugar el verbo y la acción en la política.
Además, en este año que se conmemoran 40 años del golpe de Estado en Chile, necesariamente se nos viene a la memoria como él logró expresar con su práctica una activa defensa de los derechos humanos. Dicha contingencia ofreció que los principios y valores del humanismo cristiano se engarzarán con la acción concreta.
Él hizo vivo lo sostenido por Maritain en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que consigna en 30 situaciones el marco referencial para vivir una vida basada en la fraternidad que se deriva de la dignidad de la persona humana.
Es así como se instala en la mayoría de nuestro país una convicción, sobre la cual no caben dudas ni ambigüedades, ¡Nada justifica la violación a los derechos humanos! Ningún crecimiento económico ni mejora de cualquier índole, si el precio a pagar por ello es la destrucción de aunque fuera un ser humano o su dignidad.
Su decisión, entre las cuales otras y otros acompañaron, fue la base en la que las organizaciones sociales, políticas y religiosas fueron creando una instancia desde la sociedad civil, para oponer frente a los horrores de la dictadura una ética de la responsabilidad basada en dicho respeto.La Comisión Chilena de Derechos Humanos, de la cual fue su fundador y presidente, fue el espacio principal donde todas y todos llegaron y conformaban un compromiso en base a este acuerdo práctico.
La consecuencia con sus convicciones a pesar de sufrir la represión – fue dos veces expulsado del país – permite relevar que uno de los grandes miedos que sufrió la dictadura fue que la convicción y las ideas afectaban las bases mismas de su propia institucionalidad. Miedo a la deliberación, a la convicción democrática.
Desde ahí surge una de las grandes paradojas actuales. Los que apelan a la libertad y escriben y argumentan desde ella sin consecuencia alguna, diseñaron barreras y obstáculos precisamente para que el ejercicio de una profunda democracia no logre expresarse adecuadamente: el binominal es la expresión suma de ese miedo institucional creada por la dictadura.
El insigne documento “Una Patria para todos”, que creó durante el exilio, establece las bases metodológicas y los criterios programáticos para un diálogo abierto y fraterno entre las fuerzas de la Democracia Cristiana y la izquierda. Esa misma inspiración que nos sirvió para construir en nuestra comuna de La Reina el programa que expusimos como “Todos los colores”.
Tengo la convicción que el ejercicio de la política es siempre un diálogo entre las convicciones y la acción, en toda la practicidad que ello denota en nuestras vidas.
Recordar, por lo tanto, a un hombre que nos marcó a todos los que fuimos, tanto en la década de los 70 y 80, activos militantes por una cultura de la vida y de la convivencia democrática, es un signo que debe seguir siendo un recordatorio del por qué nuestra vocación por los asuntos de interés público.