En medio del calor de febrero, nos enteramos sorpresivamente de la decisión del Papa Benedicto XVI de renunciar a su condición de primado mundial de la Iglesia Católica, con lo que precipita un proceso inédito en la época moderna: la designación de un Papa estando vivo su antecesor.
Como se ha sabido, hace casi 600 años que ello no ocurría de manera que sus efectos futuros son incalculables. El actual Papa ha cambiado en el hecho, por su sola determinación, hábitos y procedimientos que se arrastraron durante siglos en la jerarquía eclesiástica.
Benedicto XVI ha manifestado que su motivo es, lisa y llanamente, no contar con las fuerzas suficientes para ejercer tan compleja y decisiva responsabilidad.
Diversos analistas ya indagan sobre el sentido y el contenido profundo inserto en dicha afirmación.
Se escribirá y dirá mucho al respecto, sobre todo tratándose de un testigo cercano de las encrucijadas del siglo XX, el “siglo cruel”, en que la civilización fue asolada por dos guerras mundiales devastadoras, que vio levantarse las peores máquinas de opresión, como el nazismo hitleriano y el estalinismo, y en que se incubaron fundamentalismos que llegan a estremecer por su desprecio dogmático al ser humano.
Lo que está fuera de discusión es la posición de Benedicto XVI por la paz y la cooperación, así como, su denuncia de la pobreza en el mundo en su crítica a un “capitalismo irracional”, advirtiendo severamente sobre las consecuencias de la globalización, tal cual esta se vive y se sufre en por miles de millones de personas.
En sus reflexiones previas, el Papa dimitido consignó recientemente ,entre otras ocasiones en su mensaje de Navidad, formulaciones conceptuales que disgustan y enrojecen el semblante de quienes se afanan en la autocomplacencia, adorando el libre mercadismo e intentando desconocer las duras circunstancias socio-económicas, que agobian y condicionan una realidad de pobreza y embrutecimiento impropias del ser humano; escenario que marca el actual ciclo globalizador con una desigualdad lacerante que socava las bases de la convivencia en comunidad.
Esta situación ensancha el desencanto social ante hechos y fuerzas que superan a los Estados y los países no controlan, pero que terminan afectando decisivamente -más allá de la inequidad y la injusticia- la propia libertad del hombre.
La razón del desencanto, no hay que investigar demasiado, se levanta como una causa tan obvia como impactante: la libertad se ahoga cuando algunos pocos pueden pedir y hacer lo que quieran y los que son más solo pueden aspirar a lo mínimo e incluso, algunos, únicamente a la sobrevivencia.
Entonces, en este marco histórico, se coagulan los fundamentalismos: los que se refugian en el fanatismo religioso, el odio racial, la xenofobia o la intolerancia, tales corrientes de opinión o estados de ánimo son instrumentados para reanimar opciones tan repulsivas y trágicas, como lo fueron las dictaduras, sean del signo que sean. Están, además los que ya no creen en nada de nada y marcan los debates con sus exclusivos individuales.
Benedicto XVI en la enorme encrucijada que atenaza la globalización ha estado por la paz y por la formulación de respuestas de inclusión social que apuntan al retroceso de la codicia, al rechazo de falsos ídolos y del hedonismo en las relaciones humanas.
Asimismo, se ha destacado con razón su condena a los pederastas. Sancionó a verdaderos intocables que gozaban de impunidad y actuaban “cubiertos” o protegidos desde sombras espesas.
El más poderoso de estos verdaderos campeones de la hipocresía fue el caudillo y formador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, al cual Benedicto XVI llegó a denunciar como “falso profeta” por su conducta de constantes agresiones sexuales, su concupiscencia, sus innumerables vástagos no reconocidos; en suma, por constituirse en el prototipo de la indecencia, el cinismo y la mentira sistemática, a través de un doble discurso hipócrita y canalla.
Bueno, en Chile también conocimos esa doble conducta, cuando la derecha defendió a brazo partido, tanto tiempo, al pederasta Paul Schaffer y el enclave de la ex colonia Dignidad.
Es cierto que el Papa renunciado no avanzó en el reconocimiento de la diversidad de la condición humana que, hoy se abre paso a escala global.
Sin embargo, no cabe duda que Benedicto XVI evolucionó en su Papado y se distanció de fuerzas anónimas que han protegido prácticas inaceptables que a la Iglesia Católica le han significado un altísimo costo al deslegitimar su mensaje y alejar de ella, especialmente en el centro de Europa, a muchos de sus fieles y adherentes.
En tal sentido, cuanto pesaron en su ánimo las denuncias de malas prácticas y corrupción en la propia Curia romana es algo muy difícil de precisar; sin embargo, su llamado a “renovarse” habla de preocupaciones muy profundas en su valoración del desafío planteado, no sólo ante la Iglesia sino que ante la humanidad en su conjunto.
En el balance, fue más lejos de lo que, tal vez, se esperaba de él por su posición conservadora y, sobretodo, muchas víctimas de agresiones sexuales han alcanzado o tienen la esperanza de alcanzar la justicia que se les negaba.
Esperemos que su llamado sea, precisamente, un impulso hacia una profundización de la fe cristiana en la justicia, con la voluntad que “no se debe instrumentalizar a Dios para fines propios”, como subrayara en uno de sus últimos mensajes.