En un mundo en que los gobernantes se esfuerzan por impactar a los ciudadanos mediante finos datos técnicos o ambiciosas políticas públicas circunscritas al crecimiento, la voz de un modesto gobernante vecino, no nos puede ser indiferente a los cristianos.
Así, ante la abrumadora profundidad y simpleza de los planteamientos de José Mujica, Presidente de nuestra hermana República del Uruguay, conocidos a través de sus distintas entrevistas e intervenciones en Cumbres internacionales, la última en Chile, además de las millones de personas que conocen su mirada a través de la prensa y especialmente de redes sociales como You Tube, surge una inquietante pregunta
¿será escuchado por sus pares? ¿o harán oídos sordos al clamor del humanismo más claro que se ha hecho en América Latina en décadas, pensando quizás se trata de un romántico y anciano guerrillero de izquierda que sólo divaga o filosofa?
Mujica ha planteado preguntas centrales, que no pueden ser obviadas, tanto en el ámbito del trabajo de las organizaciones internacionales, como en la mirada con que los distintos gobiernos, más allá de su color político, dirigen la vida de sus ciudadanos.
Mujica le ha preguntado a América Latina, “¿es posible hablar de solidaridad en una economía que está basada en la competencia despiadada?¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad?”
Del mismo modo, ha afirmado que “la crisis que tenemos que enfrentar no es ecológica, sino que es política, porque el hombre ya no puede gobernar las fuerzas que el mismo ha desatado, sino que éstas lo gobiernan a él”.
A su vez, señala que debemos comenzar a luchar por otra cultura, que no significa volver al hombre de las cavernas, sino de ser capaces de gobernar el mercado que hoy nos gobierna, que a su vez, no es la causa del problema, sino el modelo de civilización que hemos montado y por lo tanto, lo que tenemos que revisar es nuestra forma de vivir.
Como también, que el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana, del amor entre los seres humanos, del cuidado de los hijos, de los amigos, del rol de la mujer, no sobre la base de igualdad de derechos, porque dicha igualdad es obvia, sino por el rol fundamental que cumple para la humanidad como poseedora de la clave de la vida humana. De cuánto tiempo dedicamos a la familia y cuánto al trabajo. En el fondo, de la desnaturalización de la vida humana por parte de la propia humanidad y su nula capacidad de respuesta.
La agudización de la trágica contradicción ideológica del modernismo entre bienestar, seguridad social, solidaridad, caridad y fraternidad o un mercado despiadado en que se salve quien pueda, como trayectos excluyentes para un tránsito de la sociedad en su conjunto a la felicidad, debieran ser reflexiones de profunda significancia para el mundo cristiano, que desde la política, intenta forjar los cimientos modernos del socialcristianismo, sobre la base de la vigencia de una identidad que debe expresarse materialmente en la acción política con particular claridad.
Hacia el necesario fortalecimiento del humanismo, me parece que José Mujica, debe ser considerado como un nítido faro hacia la defensa de éste, cuyos planteamientos debiesen ser analizados y debatidos en el seno del mundo político socialcristiano, fuera de todo prejuicio a su formación política, filosófica o militar, a su ateísmo, a su popularidad actual, a sus amigos más estrechos en la región o a su alineación ideológica con la revolución cubana, que por lo demás, fue motivo de inspiración y solidaridad de grandes demócrata cristianos, como el maestro Jaime Castillo y tantos otros, pero que no obstante, no ha podido florecer con mayor intensidad y claridad, debido a la pertenencia del gobernante uruguayo a una plataforma extremadamente amplia y confusa de fuerzas políticas.
El único problema, que se advierte para incorporar los planteamientos de Mujica al corazón de la discusión y acción política socialcristiana, es que él, coherente a su condición de hombre de izquierda, tales desafíos los ha planteado para una Nueva Izquierda latinoamericana.
Sin embargo, no se puede confundir a este hombre con populismos de izquierda como el Kirchnerismo, que el mismo calificara de “peronistas delincuentes”, ni con un guerrillero romántico soñador, cuando él mismo ha señalado que las claves de las transformaciones de América Latina, no son las mismas que aquellas de los años 60.
Más bien, estos son los últimos llamados fuertes y claros al humanismo, en una época de autodestrucción espiritual y material como pocas veces en la historia y que exigen un análisis y autocrítica serio de los humanistas y en particular, de los humanistas cristianos.