Acostumbrados como estamos a explicar derrotas –más aún si estas llegan cuando las esperanzas estaban muy altas- no es extraño que el análisis del contundente tres a uno que nos propinó Paraguay en el Sudamericano sub 20 pase transite por caminos extraños. Por la visita de Sampaoli a Mendoza, por ejemplo.
Para los cabalísticos, que el argentino llegara justo para la segunda fase es sinónimo de mufa. De esas que pueblan generosamente nuestra geografía del fracaso. Vivimos pegados a medallitas mágicas, a rituales precisos, a talismanes que nos permiten aferrarnos por un rato a la ilusión. Si nuestras cábalas funcionaran y supiéramos como ahuyentar las mufas, tendríamos muchas victorias a nuestro favor, lo que, obviamente, no pasa.
Para los sicológicos, la presencia del jefe siempre condiciona el trabajo. Cuando el mandamás se pasea con cara de evaluación por los pasillos de la empresa, los mandos medios tiemblan, se destapan los temores.
¿La mirada aguda del casildense pudo condicionar a un grupo que no sabía de derrotas hasta obligarlos a jugar su peor partido en el certamen?
A mí me parece que Sampaoli hizo lo que tenía que hacer nomás: su pega.Fue a ver in situ a un equipo que había funcionado a la perfección en los resultados, sumando todos los puntos que habían estado en disputa, por diferentes caminos y circunstancias, pero dejando en claro que rompía una tendencia histórica.
Y si contra Paraguay vio otra cosa no fue por el nerviosismo escénico de los muchachos ni porque llevó “malas vibras” o talismanes equivocados, sino porque se sumaron dos factores.
Primero, se reiteró la excesiva “motivación” de esta escuadra, que en el afán de mostrar “actitud” ha llevado la fricción al límite, exagera en los reclamos y ahora cayó en todas las provocaciones del adversario. Se llenó de absurdas tarjetas amarillas sin pegar una patada, sino por caer en la trampa de un adversario advertido.
Y la segunda es netamente técnica. Cuando Chile sufre la expulsión de Lichnovsky, Mario Salas resolvió retrasar a Sebastián Martínez y despobló el mediocampo, que perdió el control del partido. Y, peor aún, jamás estableció marca sobre Alborno, el mejor de los atacantes paraguayos, obligando a los centrales a abrirse hacia las bandas descuidando el área. Sin la pelota y con serios problemas al fondo lo lógico era resguardarse, pero Chile insistió en un camino erróneo: habilitó a Castillo siempre de espaldas, lo que facilitó que lo anticiparan siempre.
Insistir en la teoría de la mufa de Sampaoli, del contubernio del árbitro o de las interpretaciones sociológicas es un camino errado para enmendar el rumbo.
Hay veces en que la arenga y la cábala no funcionan. Y es, casi siempre, cuando la pizarra falla.
Escribo esta columna bien rapidito: mi jefe está por entrar a la sala de prensa del estadio y, cuando me está vigilando, se me tullen las ideas.