La derecha tiene una dificultad congénita para detectar como problema el conflicto de intereses. Ha de ser, sobre todo, porque la demanda por un tipo de conducta compatible con la transparencia le es ajena y, más bien, se entera por la reacción de otros de su importancia.
Por eso es que se ha señalado en tantas oportunidades que la falla esencial del oficialismo se relaciona con el déficit de buena política democrática, mucho más que con las fallas de gestión. La idea de dar un paso al costado cuando se está en una situación imposible, tal como le ocurre en estos momentos al ministro de Justicia, es algo que no está presente, ni lo ha estado en ocasiones anteriores. Es más, lo que hemos visto es una resistencia férrea destinada a permanecer en el cargo a todo evento.
La verdad es que es un misterio por qué la Presidencia de la República es tan mal cuidada por el actual mandatario, como para soportar tanto desplante de un subalterno. El caso es que, simplemente, el gobierno no puede empezar el año electoral amparando un ministro cuestionado éticamente, en el tema de mayor efervescencia social en los últimos dos años. Si alguien, alguna vez, necesitó un caso emblemático para catalizar la movilización ciudadana, aquí lo puede encontrar.
Todo lo que dijo el movimiento estudiantil, y más, se encuentra reflejado en estas acusaciones que resultaron ser ciertas y que son defendidas con tanta arrogancia como insensatez.
Más todavía que la falta en sí, lo que sorprende e irrita es que la derecha parece no darse cuenta que está fumando en el polvorín. Las movilizaciones que se preparan no serán contra el lucro. Serán contra el descaro y el lucro. Contra la personificación de la insensibilidad.Contra la encarnación de la petulancia de los que se sienten por sobre el juicio de los ciudadanos.
Si la derecha quiere ser juzgada por sus peores defectos en un año electoral, está en su derecho. Pero todo tiene su límite. También hay un momento en que un intento casi perfecto de autodestrucción empieza a afectar al conjunto del sistema político. Las instituciones de la democracia tienen su prestigio a mal traer. Lo que menos requieren es de dilapidadores de lo poco que queda por rescatar y preservar.
Tanta debilidad política abisma. En encrucijadas como ésta se debe actuar con el tino necesario como para impedir que la situación llegue al punto en que el desborde se hace inevitable. Cuando ya se está al borde del abismo, es porque ha fracasado el conductor político.El colaborador puede estar completamente errado en su juicio, y puede no entender la gravedad de lo que está pasando,pero, si no entiende e insiste en su tozudez , entonces es el jefe de Estado el que tiene la obligación de reaccionar a tiempo.
No puede haber un buen gobierno sin la capacidad de tomar decisiones justo cuando corresponde, y sin esperar a verse forzado a ejecutar medidas después de haber acumulado todos los costos que se encuentren en el camino. Sin embargo esa ha sido la historia de esta administración y por eso Piñera será recordado como un mandatario tan deficiente. Nunca es el primero en decidir sino el último en aceptar lo inevitable. Es decir, resuelve cuando la situación se decanta por sí sola o cuando no da para más.
Anticiparse para mejor resolver es parte señera del arte de la política. En los casos en que una figura pública se ve vinculada, aunque sea de manera indirecta, a una formalización por cohecho y lavado de dinero, lo que corresponde es la salida.
Debe salir no porque un tribunal de justicia haya fallado una causa formalmente presentada. No porque se tenga una evaluación negativa del personero involucrado.Simplemente se hace para que el gobierno siga funcionando con normalidad.Para que la administración siga cumpliendo con sus tareas, en vez de dedicarse a la permanente y desgastante defensa de uno de sus integrantes. Se hace por respeto a la ciudadanía y porque nada bueno puede ocurrir del cambio de foco gubernamental y de la falta de concentración en las acciones prioritarias.
Cuando se deja de hablar de Justicia, y se empieza a hablar de los problemas del ministro de Justicia, es que se va por mal camino.
Al final nos encontramos siempre en el mismo lugar. La generosidad de poner los cargos a disposición para que el Presidente quede en liberta de acción, brilla por su ausencia.Existen personajes que hay que sacar como sea, no que se van cuando corresponde.
El término de esta historia es inevitable, pero el telón cayó mucho más tarde que cuando era menester. Y es una lástima porque hay una gran diferencia entre salir de la escena como los buenos actores, a ser retirado porque el público hace rato que pifia, como le ocurre a los malos actores.
Mirado desde fuera, la situación resulta desconcertante. No son pocos en la derecha los que funcionan en el rol del amigo del ministro, y que lo defienden a brazo partido.
Muy bien pero, ¿y quién defiende al gobierno de un ministro cuya presencia lo perjudica?, ¿quién ve el escenario más allá del juego de relaciones personales entre gente influyente?
En otras palabras, ¿quién está a la altura de las circunstancias? La respuesta parece ser desoladora.