Los estudiantes de la fallida Universidad del Mar exigen su estatización. El ex Presidente Frei tuvo la misma idea respecto del TranSantiago.Ambos tienen razón. La solución más sencilla, clara, rápida, eficiente y justa, a las crisis de educación y transporte, es reconstruir los respectivos sistemas públicos, a partir de lo que hoy existe. Es decir, estatizarlos total o parcialmente.
Los servicios públicos que el país había construido a lo largo de medio siglo, fueron desmantelados deliberadamente, para alentar en su reemplazo negocios privados, los que dependen de subsidios y regulaciones estatales. Ese intento es el origen de los problemas actuales. Lo mismo sucede con la salud, pensiones y energía, por mencionar sólo algunos de los ámbitos donde la privatización ha resultado un fracaso y hoy se debaten en crisis más o menos evidentes.
Por cierto, la madre de todas las estatizaciones requeridas, es la renta de los minerales y demás recursos naturales, junto a la drástica eliminación de las rentas monopólicas, que hoy distorsionan todos los mercados.
Ello permitirá restablecer su competitividad, fomentando y protegiendo la producción interna de bienes y servicios, de alto valor agregado por el trabajo de los chilenos y chilenas, en el marco de una creciente integración regional.
Estas medidas ciertamente no son socialistas, ni mucho menos, sino el ABC de la política económica y social de cualquier país desarrollado.Ellas constituyen el corazón del programa de gobierno que Chile necesita para corregir las enormes distorsiones que han acarreado cuatro décadas de extremismo Neoliberal. Aplaudido con fervor por la segregada elite criolla y apadrinado por los únicos a quienes conviene el actual estado de cosas: los grandes rentistas de todos los pelajes.
Tienen una influencia considerable y el Estado es la única fuerza capaz de ponerlos en cintura, para lo cual es necesario a su vez reconstruirlo, puesto que también ha sido desmantelado, y democratizarlo de verdad, de modo que cumpla su papel.
Esto lo sabe todo el mundo y por lo mismo, este cambio de rumbo goza de una amplia legitimidad. Se abrirá paso de una u otra manera, puesto que la situación actual no puede continuar por mucho tiempo más. Estos grandes cambios serán posibles gracias a la renovada movilización política de la ciudadanía, tal como ha ocurrido varias veces a lo largo del último siglo.
Hablar de estatizar en Chile es poco menos que un delito y la bendita palabra es inconstitucional. Su proscripción total y absoluta es algo así como la piedra angular del actual ordenamiento institucional de inspiración neoliberal.
Este rasgo anarquista-burgués, como lo calificó el historiador Eric Hobsbawm, es el aspecto más dañino del neoliberalismo. El moderno capitalismo vino al mundo junto con los modernos Estados.
Unos y otros han nacido y venido desarrollándose al unísono, tan inseparablemente como el huevo de la gallina. No hay uno solo de los mercados modernos que no haya sido creado por los respectivos Estados, los que a su vez nacieron para ello. Fueron éstos los que barrieron las viejas aduanas feudales, para permitir la libre circulación de dinero, mercancías y personas, sobre espacios más amplios, protegidos y regulados al interior de fronteras bien establecidas.
Ante todo, acompañaron en cada país la transformación de los campesinos tradicionales en fuerzas de trabajo urbanas, razonablemente sanas y educadas, que constituyen la base especial de cualquier mercado moderno. Durante el siglo 20, además, trajeron al mundo subdesarrollado los avances que el capitalismo pionero había generado en los países más avanzados, al tiempo que ayudaban a nacer acá, a los actores que los habían creado allá.
En los países desarrollados, los Estados capturan la mayor parte de la renta de la tierra y combaten los monopolios en general, nivelando la cancha y asegurando de ese modo el funcionamiento competitivo de todos los mercados. Asimismo, ponen coto a la explotación inmisericorde de los trabajadores y crean amplios sistemas de protección social, los llamados Estados de Bienestar, que ofrecen un mínimo de seguridad a todos, legitimando así el régimen y ampliando el mercado interno.
Cuando sobrevienen las crisis periódicas, son los bancos centrales los que inundan los mercados de moneda, para asegurar la continuidad de la circulación ante la violenta interrupción del crédito.
Son los gobiernos asimismo, los que incrementan fuertemente su gasto deficitario -especialmente en el ámbito social-, para compensar la contracción del gasto privado, que la provoca en primer lugar y morigerar sus consecuencias sobre las masas de la población.
Protegen a sus productores de la competencia externa y les ayudan a competir en el exterior – a veces se les pasa la mano y en su entusiasmo competitivo han generado las guerras más atroces.
Al menos, existe una experiencia histórica en que los primeros Estados capitalistas, han dejado atrás guerras pasadas y se han propuesto construir en paz un mercado común, lo cual ha requerido que paralelamente vayan creando instituciones estatales supranacionales, que lo regulen y protejan sobre un espacio mayor de soberanía compartida. La crisis ha puesto de manifiesto en este caso, precisamente, que no puede haber un mercado sin un Estado, lo cual ha exigido a esos países a avanzar más rápido en su construcción, a riesgo de perder medio siglo de esfuerzos de integración.
Son las instituciones estatales las que establecieron regulaciones de protección del medio ambiente y están adoptando las primeras tímidas medidas para enfrentar el calentamiento global y otros desequilibrios ecológicos planetarios.
El mercado capitalista no puede funcionar sin un Estado de dimensiones adecuadas a las subyacentes economías y su nivel de desarrollo.
El auténtico mercado mundial, es decir, la libre circulación global de dinero, mercancías y personas, será sólo una utopía mientras no se logre construir un Estado mundial, para lo cual falta bastante.
Al oponerse por principio a los Estados, los neoliberales distorsionan el propio capitalismo que proclaman. Al rechazar los procesos de integración regional, impiden el único camino realista para avanzar hacia mercados más amplios.
Es tiempo que los chilenos vayamos reincorporando al léxico la palabra “Estatizar”.