No existe gobierno perfecto, nunca lo ha habido, y este Gobierno está lejos de serlo. La semana pasada una muestra de aquello: una licitación mal ejecutada en un tema particularmente complejo, sensible e impopular; una ministra insultando –con o sin razón- a diputados; la remoción de un funcionario responsabilizado por mal manejo de una licitación en la que se acusa sobreprecio en montos relevantes. Demasiado error no forzado.
Sin embargo al gobierno del Presidente Piñera se le enjuicia infinitamente más duramente que a sus antecesores, a quienes les bastaba un grito, una sonrisa o un prolongado silencio para salir airosos de los problemas. Y, que duda cabe, ellos sí que supieron de errores, enumerarlos excedería el tamaño de esta columna.
Pero a Piñera no se le perdona nada. Eso, pese a que todos los indicadores muestran que este ha sido un gobierno exitoso. Veamos: aumentó el empleo, la productividad, ha bajado la inflación y está haciendo crecer la economía entre el 5,5 y el 6,0% promedio.Ha ordenado el presupuesto público que Velasco desordenó al alterar la regla de equilibrio fiscal y ha restaurado los niveles del fondo del cobre.
Legislativamente ha aprobado el posnatal a 6 meses, la inscripción automática y voto voluntario, una reforma tributaria para educación, la disminución del plazo para crear empresas, el ingreso ético familiar, el ministerio de Desarrollo Social, aumento enorme de la cantidad de emprendimientos, la Ley Antidiscriminación, el bono bodas de oro, el subsidio de vivienda a la clase media, el Sernac financiero, el fondo de desarrollo de comunas mineras, eliminó la ley de fondos reservados del cobre, entre otras.
Adicionalmente generó el programa de tolerancia cero al alcohol, portabilidad numérica, Programa Chile Atiende, y un casi interminable etcétera.
Toda esta lista de logros, por cierto incompleta, cumplida en sólo dos años y medio.Sin embargo, su popularidad es baja y ni a él ni a su gobierno se le dispensan ni siquiera los lapsus. Cierto, las encuestas indican que la gente no sólo no confía en el gobierno sino en casi nada, pero teniendo tanto logro que exhibir, ellos no se traducen en mejoras de las encuestas.
¿Existe alguna explicación razonable del por qué ello sería así? A mi juicio, hay tres.Todas enteramente compatibles.
La primera, la sublimación de expectativas. Debemos reconocer el error inicial: frases como “en 20 días hemos hecho más que lo que la oposición en 20 años”, “el gobierno de los mejores”, “la nueva forma de gobernar”, y un sinfín de expresiones provenientes de “The Coin” –como se autodenominaron sus nuevos habitantes, exteriorizando una inconsciente sensación de superioridad intelectual sobre sus anteriores moradores – generaron, en parte, que la crítica a este Gobierno sea implacable. Una torpeza política.
El error comunicacional de la CASEN, por ejemplo, es una muestra de aquello: ¿Por qué no decir “se disminuyó la extrema pobreza y se cambió la tendencia alcista de la pobreza” en lugar del grandilocuente “estamos derrotando la pobreza”? El triunfalismo excesivo del que muchos fuimos parte tras el rescate a los mineros y la incipiente recuperación pos-terremoto –siendo increíble la forma de recuperación del mismo, el triunfalismo de “no volverán a pasar otro invierno así” arruinó toda posibilidad de mostrar lo bueno como una victoria.
El manejo de las expectativas, propio de la política más que de los gerentes, supone asumir que lo mejor es enemigo de lo bueno. Y nos equivocamos. Muchos, me incluyo, caímos en el error infantil de incluso llegar a afirmar desde el entusiasmo de que, sin duda, este sería el mejor gobierno de los últimos 100 años.
A ello hay que sumar que el Gobierno no previó que enfrentaría a la peor oposición posible: la de la descalificación y la duda sistemática. La que inventó la majadería de “la letra chica”, que añora los años dorados de Bachelet y sueña con su regreso desde el Olimpo neoyorkino. El gobierno es duramente golpeado por una oposición política sin banderas épicas como las de la lucha contra la dictadura, ni menos un norte claro, con profundos quiebres internos y con la izquierdización de su agenda, cuyo único objetivo –cada vez resulta más evidente- es recuperar el poder a cualquier costo.
El tercer error gubernamental, imputable a sus cercanos pero incentivado por el, dice relación con la falta de firmeza en la defensa de sus posturas por sus partidarios. Este Gobierno no ha sido defendido como corresponde por sus adherentes, ni se deja defender por ellos. El mullido sillón de los partidarios de centroderecha hace que sea menos conflictivo y más cómodo callar antes que defender la obra del gobierno.
Ello incumbe a los cuerpos intermedios, a los partidarios y a la sociedad civil entera que cree en la libertad más que en el estatismo. Y ello no ha ocurrido, salvo excepciones. Por cierto, el Gobierno no ha hecho mucho para cambiar aquello.
¿Es posible mejorar? Por cierto. Un posible triunfo de la Coalición en las elecciones municipales haría que el escenario político se transformara en más favorable para el Gobierno. De producirse ese “veranito de San Juan”, esperemos que el Gobierno controle la agenda política de mejor forma y no vuelva a cometer los errores descritos.
Nos equivocamos. Pero es políticamente enmendable. Después de todo, es mejor ponerse colorado una sola vez que amarillo veinte…