En una sociedad como la chilena que se ha acostumbrado a tener un importante número de datos de distintas instituciones y sobre diferentes materias, la carta del 27 de septiembre del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile es trascendental para orientar a los chilenos, y no sólo a los que son católicos, sobre la posición de la Iglesia en materias contingentes.
En el debate permanente sobre el desarrollo y la riqueza del país y sobre todo sobre la equidad en su distribución y en un modelo económico que viene adoptándose en la sociedad chilena desde hace ya muchos años, la posición expresada por los obispos es un respiro, una orientación y un planteamiento que suscita esperanzas que ya creíamos perdidas.
La visión del Episcopado recoge los hechos positivos de nuestra sociedad y también los hechos negativos que los obispos con delicadeza definen como “malestares” y orienta.
Su lenguaje tolerante pero claro frente a la situación socio-económica y sobretodo sus recomendaciones y opiniones respecto a la crisis de conciencia e ideológica que muchas veces sufre la sociedad chilena, son profundas y también alentadoras.
Su valoración de los cambios tecnológicos coloca a nuestra Iglesia chilena en la línea correcta y tradicional de la Iglesia universal, que es recoger el valor de la ciencia enmarcada hacia el bien público.
El progreso es neutro pero su aplicación no lo es y sólo tiene valor real y espiritual cuando se pone al servicio de la gente y deja de lado la utilización de los avances en un instrumento de lucro o se transforma en una vanidad que llega necesariamente a la soberbia.
Su planteamiento frente al respeto a los Derechos Humanos y el reconocimiento de una distribución económica absolutamente inaceptable para quienes somos cristianos, o intentamos serlo, son pasos que nos ayudan a entender la crisis de la sociedad y de los valores actuales.
Hacía tiempo que necesitábamos la voz de los obispos para recoger lo positivo que nuestro desarrollo social, político o tecnológico tiene para Chile nimbándolos de la espiritualidad que se requiere.
Para quienes hemos criticado duramente el modelo económico-social que se ha implantado en Chile por acción u omisión de las fuerzas políticas, su palabra que señala como “malestar” es una luz esperanzadora y de respaldo. Nos sentimos por ello agradecidos del documento que estamos analizando.
Nos parece esencial que la Iglesia haya señalado críticas a la excesiva centralización de lo económico y las consecuencias para las personas por el enorme inmediatismo y soledad que produce en cada miembro de ella.
El valor magisterial del documento nos parece una voz valiente y positiva al analizar las deficiencias del rol del Estado y la desigualdad social que proviene de su accionar o del lucro desregulado que ha sido debate nacional y permanentemente callado como una especia de escapismo moral.
Al terminar estas líneas valoramos sobre todo su capacidad de pedir perdón por algunas conductas de la propia Iglesia y su llamado a humanizar el desarrollo y evangelizar la cultura que es la forma de elevar su nivel y alejarnos de lo prosaico que hoy nos invade.
Como cristianos en política, aunque no tengamos ni la plenitud ni la profundidad para justificar y alabar lo que nos ha motivado el documento episcopal en comento, recibimos sus palabras con alegría y satisfacción.