La Carta Pastoral, entregada el 27 del presente, por la Conferencia Episcopal de Chile, es una mirada a la situación del país que no puede desatenderse.
¿Por qué razón?
Porque de la carta de los obispos se desprende claramente la urgencia de avanzar hacia una Agenda de reformas de la vida del país que sean capaces de abordar “el lucro desmesurado” y la desigualdad que debilita la paz social.
La Carta Pastoral sugiere con su solo título una orientación a largo plazo: “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”. Esta es una carta de navegación que requiere no solo la definición de las políticas públicas que se hagan cargo de ese desafío-país, sino que necesitan la modificación del texto constitucional que impone un mercado desregulado y un Estado subsidiario; tales modificaciones deben impulsarse con vistas a la materialización de reformas institucionales que vayan instalando un Estado social y democrático de derechos en Chile.
La Carta Pastoral de los Obispos apunta al corazón de las transformaciones que son demandadas para un futuro en armonía y no con una confrontación estéril en el país.
No obstante, lo hace con la sagacidad de situarse por encima de la contingencia partidista propia de un periodo electoral; con ello sus conclusiones hacen aun más inequívoca su convocatoria fundamental: un criterio de buen gobierno para el Chile del próximo periodo aconseja acometer rectificaciones de fondo en el modelo de desarrollo cuya centralidad desmesurada es el mercado. En mi opinión, construir la mayoría nacional para asumir esa tarea debiera ser el propósito central del bloque de oposición.
No se trata de retornar a la discusión política de los años previos al Plebiscito de 1988, en torno a la legitimidad de la Constitución como el tema fundamental y la supuesta línea divisoria entre la política correcta y la incorrecta. La historia ya zanjó ese debate. Hemos avanzado por un camino de sucesivos cambios democráticos institucionales, conformando paso a paso las inescapables mayorías requeridas a dicho objetivo. De lo contrario, el triunfo del NO nunca hubiese ocurrido.
Nuevamente se trata de avanzar gradualmente, de manera de alcanzar las reformas constitucionales que permitan un nuevo marco institucional que haga posible rectificar la estrategia de desarrollo del país, en un esfuerzo que por su envergadura, configurar un Estado protector y regulador, se puede proyectar por toda la primera parte del siglo XXI. Intentar rutas aceleradas puede ser simplemente un escapismo ante la magnitud de la tarea planteada.
Insisto en ello, ya que la encrucijada que enfrenta Chile no tiene ante sí una sola alternativa y un único interlocutor, esto no es así.
Además, está la derecha de la que algunos de forma voluntarista se olvidan, que para comenzar el debate hay que recordar que está en el gobierno, cuyo potente aparato mediático nadie osa desconocer y que ocupa un lugar decisivo en el actual escenario.
En efecto, la derecha es el soporte de las fuerzas libremercadistas que pretenden acentuar la centralidad del mercado y debilitar aun más el Estado, pues desde su punto de vista, este último, el Estado no debe “interferir” afectando el despliegue de la potencia de las fuerzas económicas con entorpecimientos “burocráticos”.
El uso que hacen de las políticas de Salud así lo confirma claramente, ya que utilizan los recursos públicos para potenciar el sector privado, ¿cómo? subejecutan el Presupuesto (así fue el 2011 y así es otra vez el 2012) y traspasan pacientes a las Isapres que nunca habían obtenido las elevadas rentabilidades que tienen, según la propia Superintendencia de Salud.
La derecha, ante cualquier espacio que se produzca, sobre todo si la oposición se desvía hacia debates fuera de la Agenda, promoverá y provocará nuevas reformas ultra liberales que profundicen las que implantó Pinochet y anulen las que logro materializar la Concertación.Su criterio esencial sigue siendo el “chorreo”, si hay excedentes fruto de los gigantescos niveles de acumulación de los conglomerados controladores del aparato económico, habrá como aliviar y enfriar la irritación social que se ha extendido por el país.
Con este enfoque, si la actual oposición carece de un Programa de transformaciones prácticas, definidas y materializables hacia un Estado Protector, de reformas económicas y sociales que regulen, redistribuyan y reorienten el esquemas de acumulación hacia los fines de una sociedad inclusiva y cohesionada, si ello no se realiza, y ese necesario Programa reformador se reemplaza por consignas voluntaristas se arriesga una frustración social y política de largo alcance, ante la ausencia de una carta de navegación eficiente que impulse y dinamice un gobierno reformador del país desigual de hoy.
Ante el “lucro desmesurado” debiese configurarse la unidad social y política necesaria para reponer una acción política con auténtico sentido histórico para asegurar la estabilidad futura de la nación chilena.
En todo caso, la Carta Pastoral de los obispos es un estímulo valioso y alentador hacia esa amplia confluencia de fuerzas y sectores apuntando hacia un acuerdo nacional por la superación de la desigualdad en Chile.