Se informa en distintos medios con cierta alarma, el aumento en el consumo de marihuana, entre los jóvenes del mundo escolar y universitario.¿Podría ser de otra forma, cuando algunos políticos, incentivan su consumo, señalando “graciosamente”, que ellos también la utilizan?
El señor Arzobispo de Santiago, en el Tedeum del 18 de Septiembre, indica lo delicado de este asunto, ya que dice: “que no es buen ejemplo para los jóvenes, declaraciones de parlamentarios sobre el consumo de marihuana”.
Nosotros no enjuiciamos la vida privada de ninguna persona, pero si es necesario orientar y plantear lo que es bueno y sano y favorece la vida comunitaria.
Sin embargo, creemos que el problema va por otro derrotero, pues tiene que ver, a nuestro entender, con la falta de educación para la adversidad y en particular para fomentar y ejercitar la voluntad.
En este sentido de lo que se trata es que la juventud y en general toda persona tenga recursos necesarios, espirituales y valóricos, para enfrentar con fortaleza las distintas cuestiones que le ha de tocar en su día a día.
En la cultura light, que predomina en la actualidad se ha favorecido el “facilismo”, entendiéndose por esto desechar rápidamente lo que nos complica o nos perturba.
Así las cosas, lo que corresponde al compromiso, a lo que perdura, a lo que es para siempre, propio del amor y de lo humano, se cambia por el uso de un condón; como lo propio de la reflexión, del análisis y proyecto de la existencia, se ahoga con el consumo de la marihuana.
En síntesis, echamos de menos, que se propongan habitualmente salidas alternativas, en lugar de educar a los jóvenes, en las miradas propias que descansan sobre los valores y principios fundamentales que determinan el progreso y el desarrollo de la humanidad.
Ante una situación particular en que correspondería un análisis inteligente y reflexivo de lo que nos pasa o del sufrimiento que invade, en lugar de la alternancia entre tolerancia, el diálogo, la prudencia, la oración y el ejercicio de la voluntad, que debiera ser la tónica rectora del comportamiento, se prefieren acciones que contradicen la esencialidad del ser persona, con las lamentables consecuencias que todos estamos conociendo.
La juventud, con todo, comprende cabalmente y muy en profundidad esto que estamos hablando, y cuando se introduce en sus niveles más íntimos concluyen que la verdadera felicidad y armonía no está en la negación de sí, sino en el desafío apasionante de responder -sin falsos estereotipos- a las voces que emergen de la conciencia y del corazón.
Consideremos a nuestros jóvenes y no continuemos faltándoles el respeto con propuestas disonantes y muy ajenas a sus auténticos y anhelados propósitos.